Hacer documentales de naturaleza es un asunto muy costoso, que requiere muchísimo tiempo y recursos. El proceso suele implicar un trabajo de preproducción extenso y minucioso en busca de locaciones, especies y especialistas que las estudian, disponibilidad para pasar un montón de horas en el campo –a menudo vanamente–, el uso de tecnología de punta para captar imágenes en condiciones desafiantes o lugares inaccesibles para el ser humano y, sobre todo, mucha paciencia y flexibilidad para cambiar de planes. Los animales rara vez hacen lo que uno espera y en el momento en que uno quiere.
Ni siquiera contar con la billetera aparentemente inagotable de la BBC u otras grandes cadenas dedicadas a este género asegura el éxito. Está lleno de ejemplos en los que equipos grandes de filmación pasan años buscando en vano una especie o esperando que exhiban un comportamiento determinado, y también frustrándose por imprevistos que escapan a su control.
No es raro entonces que muchos países tengan dificultades para producir documentales de calidad sobre sus propias riquezas naturales. Este es un género dominado por Europa y América del Norte, lo que implica obviamente un sesgo que margina no sólo a especies, ambientes y realidades, sino también la mirada que se ofrece sobre ellos.
Un trabajo publicado en 2023, que analizó los documentales de naturaleza realizados entre 1918 y 2021, mostró justamente una sobrerrepresentación de especies (con una abrumadora mayoría de vertebrados) y también de algunos hábitats, con la selva tropical como el gran escenario dominante en la producción del rubro.
La forma en que esta industria muestra el mundo natural no es un tema menor. En la crisis de pérdida de biodiversidad en las que nos encontramos, caracterizada por una desconexión creciente entre las personas y la naturaleza, los documentales se han vuelto una herramienta poderosa para transmitir los desafíos de una naturaleza bajo asedio. Lo que no aparece retratado allí se vuelve invisible para un buen porcentaje del público.
Por eso mismo, el inminente estreno de una serie documental nacional sobre naturaleza, que busca acercar al público las especies nativas, sus historias y los ambientes en que viven, es tanto una proeza como un motivo de celebración. De eso trata justamente Hábitat, serie de seis capítulos que se filmó a lo largo de dos años y se estrena el martes 13 de agosto a las 22.00 en TV Ciudad.
Arde Ardea
El primer capítulo de Hábitat, titulado “Ardea: entre el agua y el fuego”, marca el tono de lo que se verá a lo largo de toda la serie: está hilado por una narración poética y pausada que mezcla datos de los animales con leyendas, relatos y mensajes sobre la conservación.
El nombre del primer episodio alude a los ardeidos, familia de aves que conocemos comúnmente como garzas y cuyos representantes en Uruguay protagonizan esta primera entrega, pero tiene también otras lecturas. Es un juego de palabras con los efectos del fuego, cuyos riesgos para la fauna y flora se mencionan en el capítulo (no así los efectos benéficos que puedan traer para, por ejemplo, el ecosistema de pastizal en algunas ocasiones, como indican recientes investigaciones), a la vez que constituye una excusa para hablar del origen mítico de las garzas, que, según narra el poeta Ovidio en Las metamorfosis, surgieron de la incendiada ciudad romana de Ardea.
Esta exploración de los vínculos entre las especies y las leyendas está presente a lo largo de toda la serie, aunque casi siempre centrada en el legado de los pueblos originarios de esta región y su conexión con los ambientes y los animales.
Es la belleza de las imágenes, sin embargo, el punto fuerte de Hábitat. Acompañada por una banda sonora emotiva y bien combinada con los sonidos de la naturaleza, la cámara revela a los espectadores la grandiosidad de ambientes a menudo subvalorados, ya sea a través de nuevos ángulos (como los que permiten los drones) o de una dirección de fotografía que encuentra las condiciones ideales para captar postales imponentes de algunos de los ecosistemas de nuestras tierras. El océano, las lagunas costeras, los palmares, los humedales, los pastizales, los montes nativos, las serranías y las quebradas adquieren en Hábitat una cualidad exuberante y casi hipnótica, que deja varias escenas memorables.
La serie no hace énfasis en el concepto de hábitat para ordenar la narración de los capítulos según el ambiente. Las garzas de “Ardea” nos permiten apreciar los humedales y las lagunas costeras, sí, pero aparecen mezclados en el mismo episodio otros ambientes y especies, que se unen al relato con un ritmo sosegado que parece buscar más un ánimo de contemplación y conexión con los lugares y animales que en hilvanar una sola historia o describir las dinámicas de un determinado ecosistema. Hay alusiones cruzadas a lo largo de la serie, y las especies protagonistas de un capítulo también hacen cameos en otros, a veces incluso con escenas más espectaculares que en sus segmentos, como ocurre con la garza amarilla “bailarina” en el episodio dedicado a los flamencos.
En esa búsqueda siempre hay hallazgos. En “Ardea”, por ejemplo, los espectadores presencian un encuentro inusual con el enigmático urutaú, el “pájaro fantasma”, y luego visitan los garzales de los bañados del este, donde los ejemplares adultos resisten como pueden las demandas de sus crías.
Cría cuervos y te cambiarán los nombres
Esa intersección de cultura, estética, fauna y conservación, que juega también con las palabras, alimenta el tono narrativo de toda la serie. “Cría cuervos: el encuentro de dos mundos” usa como punto de partida el nombre común que los europeos asignaron a los buitres americanos –porque les hacían recordar a los cuervos europeos, con los que no están relacionados–, para hablar del encuentro entre conquistadores y conquistados en nuestro continente, y de las formas en que las culturas del Viejo Mundo y el Nuevo Mundo consideraron a estos animales.
Este episodio, uno de los puntos altos de la serie, sigue a una pareja de cuervos de cabeza negra mientras cría a dos pichones y aprovecha para mostrar imágenes impresionantes de las tres especies de buitres americanos que habitan en nuestro territorio.
“Cara cara. Nuestro tesoro más preciado” es otro episodio destacado. Usa el nombre científico del carancho para jugar con la idea de las aves rapaces nativas como protagonistas de un western local –la música ayuda mucho–, en el que el tesoro más preciado al final no es el oro que buscaban los conquistadores, sino el agua.
Además de lograr varias imágenes notables de muchas rapaces que habitan nuestro país, con destaque especial para el ñacurutú, se meten en la “alcoba” de dos caranchos para registrar su cortejo y cópula. En plan de divulgar intimidades, ya que estamos, vale contar que este capítulo tiene también tomas excelentes del apareamiento de dos sapitos de Darwin, por más que no esté muy relacionada con el tema central.
En “Migrantes. Una historia americana”, Hábitat regala secuencias muy bellas de varias especies nativas que migran, como la ballena franca, la tortuga verde, el flamenco austral y los chorlos playeros, y relaciona sus historias con las de los primeros migrantes humanos que llegaron al continente y aquellos que hoy en día se ven empujados a buscar nuevos horizontes.
El último capítulo, “Ñandú Pysa. En el espacio y el tiempo”, tiene como protagonista al ñandú, que oficia de guía para dar a conocer otras especies típicas de los pastizales y reconectar con nuestro pasado indígena, en un intento por advertir la necesidad de buscar nuevas formas de relacionarnos con la naturaleza para seguir viviendo en el planeta.
El episodio que más se sale de tono es el tercero, “El gran baile. Un cuento de flamencos”, en el que las imágenes de los flamencos y otras especies típicas de nuestras lagunas costeras son usadas para contar una ficción que reversiona a Horacio Quiroga. Está lleno de secuencias disfrutables, pero la decisión artística desdibuja los aspectos divulgativos y tampoco termina de cuajar como relato en sí.
Maravilla en el país de las vacas gordas
Hábitat es una serie inspiradora, con el enorme mérito de acercar al público uruguayo maravillas naturales a menudo ignoradas de nuestra tierra. Para lograrlo apela a lo estético, a lo emotivo y al sentido de pertenencia que genera conocer lo que tenemos, a la vez que advierte sobre lo mucho que podemos perder si no cambiamos nuestra forma de producir y de habitar los espacios naturales.
En este círculo virtuoso, el eslabón menos fuerte es quizá la parte narrativa. La línea temática de los capítulos es a veces tenue, y las conexiones entre los temas importantes y diversos que tocan no siempre cierran bien. La identificación de cada episodio con un elemento de la tabla periódica o un compuesto (carbono, fósforo, oro, oxígeno, calcio, agua) marca un segundo hilo conceptual que, sin embargo, termina colaborando en la dispersión de la información y atenta contra la cohesión de algunos relatos. Eso no impide disfrutarlo, y sin duda habrá muchos espectadores que aprecien más el estilo abierto y evocador de Hábitat que el de los documentales tradicionales de naturaleza.
La serie transmite información relevante y aporta datos valiosos y bien fundamentados sobre los ambientes y especies de nuestro país, sobre todo cuando habla de aves, pero su foco amplio puede haberle jugado en contra a la hora de detectar algunos errores. Por ejemplo, cuando se atribuye a Charles Darwin el nombre científico del sapito de Darwin Melanophryniscus montevidensis (fue descrito por Rudolph Philippi 70 años después de la visita de Darwin a Uruguay), o cuando se manejan algunos conceptos evolutivos en forma poco precisa, como atribuir al mecanismo de la selección natural la muerte de un pichón de cuervo por depredación.
Abundan las tomas aisladas pero excelentes de muchas especies que no protagonizan los capítulos. Colocar sus nombres comunes y científicos en el momento en que aparecen, en vez de listarlos al final, habría colaborado en darles más relevancia.
Ninguno de estos detalles menores le quita valor al conjunto, que tiene el mérito de revelar la naturaleza de nuestras tierras con una belleza que pocas veces se exhibe en televisión. Los seis capítulos son una celebración de nuestra biodiversidad, una advertencia sobre su cuidado y a la vez un llamado a la acción para cambiar el futuro.
Nos muestran además que para deslumbrarse ante la naturaleza no hay que ir hasta la selva tropical o ni siquiera depender de los documentales más famosos. Basta con abrirse a nuevas miradas sobre lo que tenemos muy cerca.
Serie: Hábitat (seis episodios de 25 minutos)
Plataforma: TV Ciudad (martes a las 22.00)
Dirección: Manuela López y Exequiel Caldas
Producción: Atenea Colectivo Films.