“Muchos productos del mar comercializados como ‘sostenibles’ no lo son”. Así, sin vueltas, rodeos ni anestesia comienza el artículo titulado Repensar la sostenibilidad de la pesca marina para un planeta que cambia velozmente, que lleva la firma de 30 investigadoras e investigadores de diversas nacionalidades, instituciones y disciplinas, que van desde las ciencias, la oceanografía y la ecología hasta las ciencias sociales o la economía.

El trabajo, publicado en una de las publicaciones del grupo Nature, se propone entonces revisar qué entendemos por “pesca sostenible” y deja claro que la forma en que hoy se aborda ese punto no sólo es insuficiente, sino que no hace justicia a lo que se sabe sobre el ecosistema marino. Pero el artículo no se queda en este aspecto, sino que pone también en la balanza de la sostenibilidad temas como la seguridad alimentaria, la inequidad y que el uso de la riqueza de los recursos marinos, que le pertenecen a toda la humanidad, no debiera beneficiar únicamente a las corporaciones que los explotan, sino también a las comunidades y a las generaciones futuras.

Los 30 integrantes del grupo liderado por Callum Roberts, del Centro Para la Ecología y la Conservación de la Universidad de Exeter, Reino Unido, y en el que participan investigadoras e investigadores radicados en Australia, Canadá, Cuba, Francia, Alemania, México, Noruega, Portugal, Suiza, Reino Unido, Estados Unidos y Uruguay, no se quedan sólo en el diagnóstico. Basados en sus conocimientos, proponen dos principios que deben guiar una nueva definición de la pesca sostenible así como 11 acciones necesarias para lograrlo.

El trabajo publicado debiera ser leído con atención desde nuestro país por varios motivos. El primero: entre la treintena de expertos que elaboraron el artículo está nuestro compatriota Omar Defeo, del Laboratorio de Ciencias del Mar de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República. El segundo: con más superficie marina que terrestre, lo que dicen allí es de especial interés para Uruguay y sus más que vulneradas aguas territoriales. Por último, la crisis del sector pesquero en nuestro país, así como los problemas socioambientales de la actividad y la falta de una política clara, nos llevan a la necesidad de pensar en el futuro de la actividad en el país, por lo que tal vez este trabajo pueda ser de gran utilidad. Así que vayamos a ver qué dicen.

Repensando una pesca sostenible

“Los océanos sanos son fundamentales para la naturaleza, el bienestar humano y la estabilidad del planeta. La vida marina, incluidas las especies explotadas, es esencial para esa salud, ya que impulsa procesos biológicos, químicos y físicos que son fundamentales para el funcionamiento de los ecosistemas y los servicios que prestan a las personas”, sostienen Callum Roberts, Omar Defeo y colegas en el artículo. Si bien todo esto es sabido y suficientemente conversado, los autores del trabajo señalan que “sin embargo, la mayoría de los países no están cumpliendo los objetivos del Acuerdo de París, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas para la reducción de la pobreza, el hambre cero y la nutrición adecuada, la acción climática, la reducción de las desigualdades, la protección del medio ambiente y los océanos”.

Si de verdad queremos avanzar hacia esas metas, sostienen, “debemos ir más allá de las cosas como las venimos haciendo” -aunque aquí la expresión en inglés es más jugosa, ya que ese seguir haciendo las cosas como las hacemos se dice “business as usual”, algo así como “negocios de la forma habitual”-, por lo que dicen que se hace necesario “reimaginar estándares de sostenibilidad para la pesca que sean resilientes y adaptables frente al rápido cambio global y desarrollar formas creativas de implementarlos”.

¿Por qué les importa tanto la pesca? Por varias razones. Los peces y los frutos del mar “contribuyen significativamente a la seguridad alimentaria y nutricional mundial, en particular a través de la pesca de subsistencia, artesanal y comercial en pequeña escala y en el Sur Global”, reportan. Dado que “los productos del mar silvestres se obtienen a través de una extraordinaria diversidad de sistemas socioecológicos que operan desde hábitats costeros hasta el océano abierto y que tienen como objetivo una gran cantidad de animales y plantas”, afirman que “gestionar la pesca de manera más sostenible es un imperativo global dado el creciente número de personas con hambre”.

El asunto es que si bien en los océanos y mares hay recursos más que suficientes -si son bien explotados- para asegurar una dieta rica para la población mundial, “muchas de las poblaciones de peces del mundo siguen siendo sobreexplotadas y en declive, a pesar de las mejoras en el manejo y las prácticas pesqueras” que en algunos países se implementan para determinadas especies. A esto agregan que “numerosas empresas pesqueras operan de maneras que generan amplios impactos ambientales”, entre ellos, el de pescado para hoy, sin pique para mañana.

Y entonces plantean el núcleo del problema: el máximo rendimiento sostenible (MSY por su sigla en inglés) es “reconocido internacionalmente como el estándar para la pesca sostenible”. Sin embargo, sostienen que el máximo rendimiento sostenible “se basa en un enfoque de una sola especie que no tiene en cuenta ni las interacciones entre especies ni los impactos sobre el hábitat o las funciones ecosistémicas que desempeñan las especies objetivo”. En otras palabras, se da un clásico error al abordar los complejos problemas ambientales mirando un único factor, en este caso, fijarse en cuántos individuos de una especie se pueden pescar en un momento determinado para que esos números de captura puedan sostenerse en el tiempo. ¡Como si cada especie marina viviera sola en el océano y no tuviera relación alguna con las demás ni en los flujos de materia y energía con el ambiente!

Como los científicos de una película de cine catástrofe que advierten sobre la llegada de un meteorito que dará de lleno en la Tierra para recibir burlas de las autoridades que sólo tomarán cartas en el asunto cuando ya sea demasiado tarde, aquí los 30 autores señalan que “los reiterados llamamientos y las abundantes pruebas de la necesidad de adoptar un enfoque basado en los ecosistemas para la gestión pesquera” y del imperativo de adoptar medidas para su implementación “han tenido hasta la fecha una influencia limitada”.

La debacle se avecina, pero a nadie parece importarle. “El mundo está cambiando rápidamente y la gestión pesquera, tal como se practica actualmente, carece en gran medida de medidas para garantizar la resiliencia ecológica a largo plazo y la equidad social en una pesca no sólo sostenible, sino también ética”, advierten. No sólo llaman a dejar de ver la pesca como un derecho, y verla como “un privilegio”, sino que sugieren que “los pescadores privados y las empresas pesqueras deberían explotar los recursos pesqueros públicos con las consiguientes responsabilidades éticas para limitar el daño ambiental y promover el beneficio social.

Dado que el “lento ritmo de cambio hacia prácticas más sostenibles garantiza que la pesca marina no estará, en su trayectoria actual, a la altura de la urgencia de los desafíos globales”, afirman que “la reforma de la pesca marina es central para mejorar la salud de los océanos y ofrece la oportunidad de minimizar el impacto ecológico de uno de los mayores y más extendidos impulsores directos de su degradación”.

Una mirada esperanzadora

Luego de planteado el problema, el grupo de expertos y expertas propone su visión de la pesca, que aclaran que fue consensuada entre “ecologistas, científicos pesqueros, conservacionistas, científicos sociales, especialistas en ética, economistas y especialistas en sistemas alimentarios”.

En el abordaje que proponen “la pesca marina se gestiona como un sistema socioecológico que reconoce y respeta los valores relacionales entre los seres humanos y la naturaleza, apoya la prosperidad de los océanos y amplifica el valor de la vida marina para las personas y el planeta”.

“La pesca, cuando esté permitida, debe realizarse de manera que sustente y recupere la integridad y la función ecológicas, ahora y en el futuro”, agregan a su visión, al tiempo que afirman que debe garantizar “el consumo humano directo y la seguridad alimentaria y nutricional, así como debe proteger “el bienestar y los derechos humanos, incluidos los derechos de los pueblos indígenas y de los pescadores artesanales”.

Los autores reconocen que su visión “desafía la percepción y la práctica dominantes; en particular, en el caso de las pesquerías que emplean métodos con grandes impactos ambientales, como las redes de arrastre y las redes de enmalle”, pero sostienen que “para lograr un cambio sistémico en las prácticas y la gestión pesqueras”, se deben “ampliar los actuales objetivos estrechos de la evaluación tradicional de las poblaciones de peces”.

Barco pesquero en Sudáfrica.
Foto: UC Santa Barbara

Barco pesquero en Sudáfrica. Foto: UC Santa Barbara

Dos principios básicos de la pesca verdaderamente sostenible

El trabajo entonces introduce dos principios básicos para definir la pesca sostenible, así como 11 acciones para alcanzarlos. El primero de los principios es tan coherente que puede asombrar que sea necesario publicarlo en un artículo de una revista científica. Pero la obviedad de lo que dice habla en realidad de lo lejos que está la pesca hoy en día de algo a todas luces tan básico: “Principio 1: La pesca debe minimizar el daño ambiental, permitir la regeneración de la vida y los hábitats marinos y adaptarse al cambio climático”.

Las razones para adoptar un principio como el enunciado sobran. De todas maneras, las abordan sucintamente para que nadie los acuse de no dar argumentos. “En un contexto mundial de rápido cambio ambiental, el funcionamiento sólido de los ecosistemas y la resiliencia son requisitos fundamentales para la sostenibilidad futura de la pesca y la prestación continua de servicios ecosistémicos críticos. Estos atributos no se cumplen adecuadamente con el enfoque actual que se centra en el manejo de una única especie para lograr la máxima productividad”, señalan.

El segundo principio también es coherente y sensato. Pero requiere una voluntad mayor para dejar de hacer los “negocios de la forma habitual”, así como tomar decisiones valientes. “Principio 2: La pesca debe apoyar y mejorar la salud, el bienestar y la resiliencia de las personas y las comunidades, no sólo de las corporaciones”. Para ello también esbozan argumentos.

“La gestión pesquera se ha centrado históricamente en los resultados económicos, con una consideración limitada del valor y los efectos sociales”, así como de los ambientales. Sobre estos últimos dicen que “cuando se tienen en cuenta funciones de la vida marina que son difíciles de valorar en términos monetarios (como la regulación del clima, el ciclo de nutrientes, la provisión de hábitat, la calidad del agua y los valores nutricionales y culturales), la vida marina queda drásticamente infravalorada”. Sobre el valor y los efectos sociales, consideran que “el trabajo humano, junto con la vida marina, proporciona la base para los resultados económicos” que son los que tradicionalmente se miraban de forma excluyente. Por tanto, consideran que “la vida marina es un bien público y que su explotación y gestión deben beneficiar a las comunidades locales y al público, con los usuarios tradicionales como titulares de derechos y los ciudadanos como partes interesadas centrales y tomadores de decisiones”.

11 acciones para la transición a una pesca sostenible

Los dos principios propuestos están entonces atados a 11 acciones necesarias y urgentes cuanto antes, si queremos hacer la transición hacia una pesquería de verdad sostenible. Cada acción responde a datos recabados por investigadores e investigadoras a lo ancho y largo del globo y reportados en la literatura científica, por lo que si bien se puede discutir con cada una en concreto, lo que no se puede obviar es aquello que las motiva. El principio 1 cobija seis acciones:

1) Pescar menos y hacer un manejo pesquero que tenga menores impactos.

2) Descartar artes y pesquerías que generen daños colaterales significativos (aquí incluyen no sólo la pesca con explosivos y veneno, sino también las redes de arrastre del fondo marino, las redes de cerco demersales y las dragas, entre otros).

3) Poner límites al tamaño de los barcos y los equipamientos de pesca. Fundamentan esto no sólo porque “el incremento del tamaño de los barcos y los artes empleados” y la sofisticación de la tecnología empleada tienden “a concentrar el capital en menos manos, creando a veces monopolios y estrechando la distribución de los beneficios económicos y sociales de la pesquería”, sino también porque los efectos sobre el ambiente y las poblaciones de peces “se intensifican al aumentar la capacidad de pesca”, entre otras razones.

4) Abastecerse únicamente de pesquerías con buena gobernanza, existencias sostenibles y datos suficientes para garantizar la sostenibilidad. Al respecto recuerdan que más de 90% de las especies marinas son transfronterizas, “lo que implica que las pesquerías a menudo explotan poblaciones compartidas por múltiples países”.

5) Incorporar proactivamente la protección de los ecosistemas en la gestión pesquera.

6) Dejar fuera de límites las especies y áreas más vulnerables. Entre varias cosas, sostienen que algunas especies de tiburones, peces, esponjas, corales y otros invertebrados sésiles “tienen ciclos de vida que son incompatibles incluso con niveles bajos de explotación” o que “no se debe pescar a más de 500 metros de profundidad con artes de pesca industrializadas a gran escala”.

Para el principio dos, que establece que “la pesca debe apoyar y mejorar la salud, el bienestar y la resiliencia de las personas y las comunidades, no sólo de las corporaciones”, proponen cinco acciones.

1) Poner fin a las pesquerías que violan los derechos humanos, incluidas aquellas que amenazan la seguridad alimentaria y los medios de vida de las personas en los lugares donde pescan. Al respecto dicen y respaldan con evidencia científica que “actualmente existen abundantes pruebas de abusos generalizados de los derechos humanos en la pesca, incluidas prácticas coercitivas, trabajo en condiciones de servidumbre, esclavo e infantil, y condiciones de vida y de trabajo inseguras, indecentes e insalubres”, entre otras cosas.

2) Crear sistemas de gestión pesquera que distribuyan de manera justa y transparente el acceso y los beneficios. Sobre el punto, afirman que “las decisiones sobre el acceso y la asignación de derechos de pesca son polémicas, a menudo se toman a puertas cerradas y normalmente se basan en precedentes históricos”, lo que “favorece a algunos grupos en detrimento de otros, a menudo los sectores pesqueros con mayor concentración de capital, mayor poder de lobby y alto impacto ambiental”.

3) Aplicar buenas prácticas dondequiera que operen las empresas pesqueras. Aquí señalan que las empresas multinacionales dos por tres sacan provecho de jurisdicciones menos reguladas cayendo en “el empleo de menores o exponiendo a los trabajadores a condiciones de trabajo peligrosas”, y afirman que “una definición más inclusiva de la sostenibilidad rechaza la idea de que los costos humanos y ambientales evitables se justifiquen por la búsqueda de ganancias”.

4) Poner fin al flujo de subsidios perjudiciales hacia la pesca. Definen a estos subsidios como aquellos destinados que “aumentan el poder pesquero inflando artificialmente las ganancias de las empresas pesqueras privadas” y reseñan que en 2018 implicaron 22.200 millones de dólares, de los que más de 80% “fueron para actividades de pesca industrial de gran escala”.

5) Aplicar tolerancia cero a las empresas que practican pesca ilegal. Sobre la pesca ilegal, dicen que “no es sólo un delito, sino que socava tanto el manejo pesquero como los derechos humanos”, y llaman a no poner multas timoratas que son asumidas como costos operativos. También sostienen, y es importante leer esto en clave de nuestro país, que “la mala gobernanza y el trato indulgente de las violaciones a las normas pesqueras fomentan la reincidencia”.

Delineadas las 11 acciones, los investigadores señalan que “el mayor desafío para lograr la sostenibilidad duradera de la pesca radica en la implementación de las acciones” que despliegan en el trabajo, más aún cuando “lo que funciona en algunos contextos puede no hacerlo en otros”. Aun así, se animan a decir que “el éxito es más probable” cuando “la buena gobernanza e incentivos redirigidos” se dan conjuntamente.

Omar Defeo (archivo, marzo de 2022).

Omar Defeo (archivo, marzo de 2022).

Foto: Federico Gutiérrez

Mirando desde Uruguay

Ya que entre los autores del trabajo tenemos a una gran figura de nuestra ciencia, esta nota no puede terminar sin escuchar algunas de sus reflexiones. Cuando le pregunto qué es lo que más destacaría de estas 12 acciones para la transición a una pesquería más sostenible, Omar Defeo no lo duda: “Lo que más destaco es la visión humana del trabajo”.

“Lo que allí proponemos no está escrito sobre piedra. Es la visión de un grupo de investigadores, hay una cantidad de cosas que se pueden mejorar, y obviamente lo que hay allí no es la única verdad, porque en ciencia no hay únicas verdades”, remarca Omar con ese sello que ha caracterizado su investigación de décadas en el Laboratorio de Ciencias del Mar de Facultad de Ciencias y en la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara).

“El artículo tiene para mí un trasfondo social muy importante y debe priorizar a la pesca artesanal y a la gente que está en situación más vulnerable, porque si no la pesca no va a cumplir el cometido de proveer alimentos a los más necesitados”, reflexiona Omar. “Para ello necesitamos un cambio de enfoque que tome en cuenta los cuatro principios pilares de la sostenibilidad, que son el ambiental, el social, el económico y el institucional. Y yo creo que debemos especialmente hacer foco en la parte social”, agrega Omar.

“Tal como pasa con el otro ámbito que investigo, el del desarrollo costero que tan afectado está en nuestro país, en la pesca el poder financiero-económico y el mercantilismo cortoplacista deben ser dejados de lado en aras de un beneficio social sostenido. Esa sostenibilidad va más allá de estimar una captura máxima sostenible, es decir, una captura que puede mantenerse en el largo plazo, pero que está yendo a manos de las corporaciones más poderosas, las compañías multinacionales de la pesca súper industrial y de la problemática la pesca industrial en aguas internacionales que no está siendo manejada”, señala.

“Eso es lo que yo resaltaría, y obviamente dentro de los 30 autores puede haber otras percepciones”, acota. “En lo que sí estamos todos de acuerdo, porque llegamos a un consenso, es que hay que lograr, a partir de una explotación sostenible, redistribuir los beneficios, primero reducir la pobreza y segundo, para aumentar la salud no sólo de los ecosistemas, sino de esas comunidades más vulnerables”, amplía Omar.

Llegar a consensos sobre el tema, dice, no fue difícil a lo largo de los cinco talleres y múltiples intercambios que fueron tejiendo desde 2020. “Entre los autores están algunos de mis maestros, como Daniel Pauly o Rashid Sumaila, que han abogado en los últimos años por un cese de la pesca internacional indiscriminada en aguas internacionales y que ha llegado a niveles muy exagerados de abusos de derechos humanos, abusos de pesquerías y de todo tipo de vejaciones. Por tanto, la conciencia de parte de los investigadores que escribieron el paper es total en esa necesidad de mejorar el aspecto social de las pesquerías. Coincidimos en que deben dejar de ser un mero número, un mero valor en toneladas, para que ese valor en toneladas pase a formar parte de una generación de medios de vida, de una economía equitativa, de manera que esos beneficios se trasladen a la sociedad”, enfatiza.

Dado que la pesca en Uruguay está en una profunda crisis y que es necesario pensar a corto y cortísimo plazo qué hacemos con ella, le pregunto qué tan oportuna cree que es la publicación del trabajo. “Esto cae como anillo al dedo. Pero repito, no es nada escrito sobre piedra, es una visión de algunos investigadores”, remarca.

“Creo que muchas de las acciones son importantes para un país como Uruguay que tiene una pesca industrial decreciendo, que tiene una flota obsoleta y que a su vez tiene un incremento significativo de la pesca artesanal, que pasó de ser 3% de las capturas a nivel país en 1990 a representar 25% de pesca declarada”, reflexiona entonces Omar.

“Dentro de las acciones lo que se está diciendo es que tiene que haber un reposicionamiento y redimensionamiento del sector pesquero, con un plan de desarrollo a corto, mediano y largo plazo, con medidas que impliquen la renovación de la flota, la diversificación de las capturas, la búsqueda de nuevos mercados, y dentro de lo que dice el trabajo también desde un punto de vista del mercado interno, necesitamos darles mucho énfasis al manejo y la gobernanza de la pesca artesanal, a la generación de incentivos del mercado doméstico, y reposicionar a nuestra institucionalidad”, sostiene Omar.

“Tenemos que reposicionar a la Dinara para que no sea el patio trasero del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, que no se vea por ese ministerio como un mero ente generador de dividendos económicos a través de los permisos de pesca. La institución debe tener un rol superlativo en el desarrollo del sector, en la propuesta de I+D+i [investigación + desarrollo +innovación]. Para eso quizá se pueda necesitar una nueva figura, como un organismo desconcentrado en el que haya un componente de fiscalización y control y otro de investigación, quizá separados, como existe en Argentina, Perú o Chile”, conjetura.

“Para redimensionar la flota y para generar un plan de desarrollo con medidas de corto, mediano y largo plazo no sólo necesitamos ciencia, sino recursos humanos. La pesca en Uruguay necesita un cambio drástico. Insisto, seguimos viviendo a espaldas al mar. El Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca no es la solución, ya que la Dinara queda maniatada y escondida en un marco institucional que no es el adecuado. O se le da un rol prioritario, o la pesca va a seguir cayendo como lo ha hecho en los últimos años. Y no alcanza con medidas de último alcance en un año electoral. Esto necesita una política de Estado que vaya más allá de los gobiernos coyunturales”, redondea.

Ya que estamos en época de promesas electorales y de hacer números para ver cómo se financia todo lo que sabemos que hay que hacer, desde mejorar la seguridad hasta la pobreza infantil, desde mejorar la educación o la cobertura hasta la calidad del empleo, tal vez valga la pena recordar que si se quiere hacer crecer el producto, generar empleo y distribuir con equidad, aquí hay, literalmente, un mar de cosas por hacer repensando la pesca. Tal vez no sea el gran motor, como del que se habla a menudo, pero mejorar el motorcito fuera de borda suena a una buena idea.

“Ahora se habla mucho de la economía azul. Pero como decimos, hay trabajos que invocan una economía azul, pero que lo único que ha hecho es concentrar la riqueza pesquera en pocas manos de empresas multinacionales, más aún con un esquema de certificación que lo único que ha hecho es generar inequidad. Acá tenemos la posibilidad de desarrollar una pesca participativa, proactiva, y que brinde beneficios a las comunidades más vulnerables”.

Artículo: Rethinking sustainability of marine fisheries for a fast-changing planet
Publicación: npj Ocean Sustainability (setiembre de 2024)
Autores: Callum Roberts, Christophe Béné, Nathan Bennett, James Boon, William Cheung, Philippe Cury, Omar Defeo, Georgia De Jong, Rainer Froese, Didier Gascuel, Christopher Golden, Julie Hawkins, Alistair Hobday, Jennifer Jacquet, Paul Kemp, Mimi Lam, Frédéric Le Manach, Jessica Meeuwig, Fiorenza Micheli, Telmo Morato, Catrin Norris, Claire Nouvian, Daniel Pauly, Ellen Pikitch, Fabian Piña, Andrea Saenz, Rashid Sumaila, Louise Teh, Les Watling y Bethan O’Leary.