“Atacando por sorpresa. Despiadado sin levante. Zigzagueaba como a tientas. Llevó todo por delante”, cantaba Gastón Ciarlo, a quien muchos conocemos simplemente como Dino. Los versos pertenecen al tema “15 04 16”, del disco Memorias nuevas, de 2017, y reflejan parte del horror del tornado que ese 15 de abril de 2016 arrasó a la ciudad de Dolores, donde él estaba viviendo. Más de 200 personas resultaron heridas y cinco perdieron la vida (Dino no fue una de ellas: se retiró de este planeta en noviembre de 2021, dejándonos llenos de hermosas canciones y varias lecciones de integridad artística y humana). Más de 200 casas, comercios y construcciones fueron total o parcialmente destruidos. Las pérdidas materiales estimadas rondaron los 35 millones de dólares. Las otras no hay economista ni erudito que pueda cuantificarlas, aunque tal vez la canción de Dino permita asomarnos un poco para hacernos una idea.

El tornado del 15 de abril de 2016 no fue el único que se la agarró con Dolores la década pasada. El 6 de diciembre de 2012 ya había pasado otro por allí. Entonces se volaron techos de varias viviendas y de una estación de nafta, maquinaria agrícola pesada fue elevada y dada vuelta como juguetes de plástico, pero no hubo vidas que lamentar.

Para muchos, en aquel entonces los tornados aparecieron en el mapa del que otrora era un país que, por alguna extraña razón, se sentía ajeno a los desastres naturales. Las inundaciones siempre estuvieron a la orden del día. Y desde la década de 1970 se sabe que todo nuestro territorio está comprendido dentro de un “corredor de tornados” que abarca también parte del centro-oeste de Argentina, parte de Paraguay y el sur de Brasil. Cuando uno mira el mapa mundial con las zonas donde los tornados son más frecuentes, se da cuenta de que estamos en la única región en rojo de toda América del Sur. Sin embargo, fueron necesarios los dos tornados de Dolores para sacarnos de la siesta meteorológica en la que estábamos. No es que en 2012 y 2016 hubo tornados que pasaron por Soriano. No se trata de algo anecdótico. En Uruguay hay tornados. Somos un país con tornados. De hecho, el pasado 3 de marzo varias personas cerca de Clara, en el sur de Tacuarembó, registraron uno.

Áreas del globo con mayor incidencia de tornados. Imagen de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos.

Áreas del globo con mayor incidencia de tornados. Imagen de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos.

“Debería saberse que hay tornados en Uruguay y que, por lo pronto, deberíamos cuidarnos de ellos. Lo que pasa es que hasta lo de Dolores la mayor parte de los tornados había pasado por zonas de campo, pero no por ciudades. Eso fue lo que cambió en Dolores, más allá de que también había pasado en Fray Marcos en 1970, cuando se registró un tornado aún más intenso que el de Dolores de 2016”, nos dice Marcelo Barreiro, investigador del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y Física de los Océanos del Instituto de Física de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República. Sobre por qué cuesta incorporar todo esto, Marcelo ensaya una respuesta: “No hay cultura meteorológica en Uruguay”, dice, levantando los hombros.

“Tenemos esa idea de que somos una penillanura suavemente ondulada y apacible. Pero acá se dan todos los fenómenos meteorológicos y climáticos que uno se pueda imaginar, excepto huracanes, hasta ahora. Es muy llamativo que no se haya trabajado más en el desarrollo de la meteorología cuando el 70% de la economía de Uruguay depende del clima. Trato de entenderlo, pero no tengo una respuesta”, sostiene.

Para lo que sí tiene una respuesta es para lo que pasó en Dolores, tanto en 2012 como en 2016. Y si bien no agota el tema –la ciencia formula varias preguntas por cada respuesta que esboza–, su respuesta es de hecho el primer artículo publicado en una revista científica que analiza tornados que tuvieron lugar sobre suelo uruguayo. Titulado algo así como Análisis multiescala de los tornados de Dolores, Uruguay, del 6 de diciembre de 2012 y del 15 de abril de 2016, el trabajo lleva la firma de investigadores de instituciones de Brasil (Maurício Oliveira, Murilo Lopes, Eliton Figueiredo), Estados Unidos (Vitor Goede, Ming Xue), Argentina (Paola Salio) y del propio Marcelo Barreiro.

El artículo es un análisis profundo de las condiciones en las que se gestaron ambos tornados y qué características tuvieron. ¿Por qué mirar lo que ya pasó ahora, a nueve años? Porque sin conocer los factores que contribuyeron a la formación de superceldas de tormenta que dieron lugar a ambos tornados, estamos mal parados para detectar el próximo tornado que afecte el país. O mejor dicho, sin este conocimiento estamos peor parados: hoy el país no cuenta con radares meteorológicos que le permitan seguir con detalle cómo evolucionan las tormentas, tanto aquellas severas que causan granizadas que arruinan cosechas o lluvias torrenciales que en pocos minutos provocan inundaciones o vientos que arrancan árboles y tendidos eléctricos, como las que terminan creando tornados. Todo eso trae problemas para la gente –muchas veces peores para los más vulnerables–, productores y sistemas de emergencia. Pero además hay otra razón para este trabajo.

En 2016, Marcelo Barreiro, junto con colegas de Argentina, había hecho un reporte técnico sobre el tornado de abril de Dolores a instancias del Instituto Uruguayo de Meteorología (Inumet). Fue un trabajo conciso y con todo el detalle posible para unos pocos meses de análisis (lo entregaron en octubre). Desde entonces Marcelo se había quedado con ganas de analizar aún más lo sucedido. Eso fue posible cuando investigadores de Brasil se contactaron con él para estudiar los dos tornados de Dolores. Hoy, viendo el trabajo publicado, mucho más rico, profundo y que incluso aporta información nueva en comparación con el de 2016, Marcelo está un poco más satisfecho. “Desde 2016 pensaba que lo que estaba en ese informe había que publicarlo. De alguna forma, se lo debíamos a Dolores”, dice Marcelo. Así que vayamos a ver cómo pagó su deuda con esta completa investigación.

Marcelo Barreiro.

Marcelo Barreiro.

Foto: Mara Quintero

Ampliando el reporte de 2016

“Cuando ocurrió el tornado de Dolores, en 2016, el presidente del Inumet en ese momento, Gabriel Pisciottano, decidió hacer un informe técnico sobre la ocurrencia del fenómeno. Nos convocó a nosotros, de la Facultad de Ciencias, a gente de la Facultad de Ingeniería y también del Servicio Meteorológico Argentino”, comienza contando Marcelo.

Tanto para aquel informe como para la investigación más profunda que se vuelca en el presente artículo, los investigadores tenían un gran problema. “En Uruguay estamos completamente ciegos. No tenemos radares meteorológicos”, enfatiza Marcelo.

Los radares meteorológicos, también llamados radares Doppler, permiten obtener información de calidad sobre lo que está sucediendo en las distintas alturas de la atmósfera. Es allí que se forman las superceldas de tormentas que pueden provocar granizadas, lluvias copiosas en pocos minutos, vientos fuertes y, en algunas ocasiones, tornados. Para eso el radar emite una señal y, en base al eco que recibe, puede detectar una rotación de los vientos que aparece en el radar como un patrón con forma de “gancho” indicando que es una posible zona de formación de tornados. Por ahora, pese a estar en un corredor de tornados, Uruguay no tiene un radar de este tipo. Y si se hicieran bien las cosas, lo ideal sería tener tres.

“Lo cierto es que si a Uruguay le cortan internet, el país queda a ciegas. No tenemos instrumentos propios que nos permitan saber qué está pasando en la atmósfera sobre Uruguay. No tenemos un radar ni globos sonda que nos den esa información”, afirma Marcelo. “Los métodos de observación meteorológica que tenemos en Uruguay son solamente estaciones de superficie. Medimos la presión, la temperatura, el viento y la lluvia en superficie, pero no tenemos ni idea de lo que pasa arriba. Esencialmente las mediciones que hacemos son propias de la meteorología de la década de 1940”, apunta.

“Dado que Uruguay no tiene información propia a nivel de estructura vertical de la atmósfera, dependemos de lo que ven en Argentina o Brasil. Por ejemplo, para ver la estructura vertical de la atmósfera en esta investigación, miramos lo que decía el aeropuerto de Ezeiza, que lanza un globo sonda todos los días. Esa es la forma de determinar si la atmósfera, por ejemplo, estaba en condiciones muy inestables como para tener tormentas muy intensas, y si eventualmente alguna de ellas podría haber generado este tornado”, señala Marcelo.

“Los radares de Argentina y Brasil llegan a cubrir Uruguay. Pero el problema es que son radares que están a cientos de kilómetros. Los radares emiten sus microondas en línea recta, pero con la curvatura de la Tierra, a medida que te alejás del radar vas perdiendo información de lo que pasa más cerca de la superficie. Entonces, a medida que te vas alejando del punto donde está el radar, estás empezando a medir cada vez menos de la estructura de la tormenta. Por eso es tan necesario tener radares propios. Hay un problema de soberanía, hay un problema estratégico, pero además hay un problema de que no están midiendo lo que uno quisiera medir”, explica entonces.

“Es cierto, hay imágenes satelitales. Pero los satélites miran lo que pasa arriba, no la estructura de la tormenta a lo largo de la columna vertical de la atmósfera, que es fundamental para determinar si tiene potencial tornádico o no. Entonces, tenemos limitaciones enormes. Esa es una de las razones de por qué esta área de meteorología no se ha desarrollado mucho en Uruguay. Porque es muy difícil estudiarla”, conjetura. Aun así, sumando las piezas disponibles, Marcelo y sus colegas se propusieron armar el puzle de cómo estaba el ambiente cuándo se produjeron los tornados de Dolores.

En el artículo se formulan varias preguntas. “¿Cuáles son las similitudes y diferencias entre los tornados de 2012 y 2016? ¿Cómo se comparan las condiciones meteorológicas previas a ambos eventos, dado que ocurrieron en estaciones diferentes (los tornados de 2012 y 2016 ocurrieron a finales de la primavera y mediados del otoño, respectivamente)?”.

El propósito estaba claro: “Abordar estas preguntas es importante para comprender mejor las características de los tornados en la región, los entornos que los sustentan” y, de esa manera, “determinar qué se puede aprender de estos casos para ayudar a la predicción de tornados en Uruguay”.

Analizando la formación de tornados a distintas escalas

La “pericia forense” sobre los tornados de Dolores de 2016 y 2012 abarcó varias líneas. Por un lado, analizaron los fenómenos a gran escala –la escala sinóptica, es decir, movimientos de la atmósfera que implican centenas o incluso miles de kilómetros– a través de imágenes satelitales, y también a una escala más pequeña, de centena de kilómetros –la mesoescala–, a través de información de radares y sondas de países vecinos. También recurrieron al análisis de videos y fotos de ambos tornados, así como de imágenes satelitales del lugar antes y después de su paso, para evaluar sus características, el daño causado, la distancia que recorrieron y otros factores.

“Los tornados ocurren dentro de un ambiente que los favorece. Ese ambiente va desde la escala grande, la sinóptica, a otras más restringidas. En la escala grande lo importante es el viento norte persistente que trae altas temperaturas y mucha humedad. Ese es el primer ingrediente que tenés que tener para generar inestabilidad en una región”, explica Marcelo.

“La humedad sería el combustible para el desarrollo de las tormentas”, explica, y agrega que la humedad y la temperatura cerca de la superficie generan una inestabilidad muy grande en la columna de atmósfera. “Eso se debe a que hay aire caliente abajo de aire frío que está más arriba, y como el aire caliente es menos denso, va a tratar de subir. Cuando ese aire caliente sube, es el que genera las tormentas al generar una convección muy intensa”, explica.

En su trabajo se ve que esa primera condición necesaria se daba para ambos tornados. “Ese viento norte persistente, durante varios días, fue calentando y generando mucha humedad en la región”, sostiene Marcelo. “Esas son condiciones bastante normales, son las condiciones típicas de esta región cuando tenés un frente cálido que se está desarrollando. La pregunta, entonces, es por qué se desarrolló una supercelda tan intensa y por qué esa supercelda dio lugar a un tornado en Dolores. Para responder a eso hay que mirar una escala más pequeña”, sostiene. Y esa mesoescala también fue observada.

“Lo que encontramos esencialmente es que ese flujo de gran escala dio lugar a lo que se llaman 'complejos convectivos de mesoescala', que esencialmente son conjuntos de nubes organizadas que causan lluvias muy intensas. Eso se generó en el sur de Uruguay, donde terminaba el flujo de ese aire cálido”, relata Marcelo.

“Cuando el aire caliente sube, tiene que bajar aire. Y ese aire que baja es frío y se mueve hacia el norte. Eso forma una especie de frente de ráfagas de aire frío, que se va moviendo hacia el norte. Cuando eso se mueve hacia el norte, en algunos lugares, ayuda a generar más convección, o sea, más tormentas intensas”, sigue su meteorrelato. Y todo eso ocurrió tanto en diciembre de 2012 como en abril de 2016.

El trabajo, empero, aporta un dato extra que no se había tenido en cuenta antes. “Otra condición que parece haberse dado en la previa al tornado de 2012 y también de 2016, es una convergencia generada por la brisa en el delta del Paraná”, comenta Marcelo.

Al leer el artículo, eso que dice es bastante impactante. El origen de los tornados de Dolores podría estar conectado con la diferencia de temperatura que había entre el agua del delta del Paraná y la tierra que lo rodeaba, que llegó a ser de 10 grados o más.

“Es como acá, que durante el verano sentimos la brisa de mar porque el agua no se calienta tanto como la tierra y entonces genera un gradiente de temperatura. Eso da lugar a una celda que tiene cerca de un kilómetro de altura. El aire viene del lugar frío, del agua hacia la tierra, y en un momento sube. Y donde sube se genera una especie de zona de convergencia”, señala Marcelo.

“Lo que nosotros entendemos es que, aparentemente, esa línea de convergencia generada por la brisa en el delta del Paraná facilitó el desarrollo de las tormentas convectivas. Y ese desarrollo de tormentas convectivas, junto con el frente de ráfaga que salía de los complejos convectivos que ocurrieron durante la noche del 15 y la mañana del 16 de abril, generó las condiciones necesarias para esa supercelda, una tormenta eléctrica que tiene un centro que gira. Eso es un mesociclón. Y ese centro que gira es el que da lugar después al tornado”, narra Marcelo.

Aquí hay que hacer una aclaración: no todas las superceldas dan lugar a tornados. Todas sí desatan tormentas de diversa intensidad. “¿Por qué esta supercelda produjo un tornado? No lo sabemos exactamente. Pero sí conocemos el ambiente que dio lugar a la creación de esta supercelda”, afirma Marcelo. Aun así, arroja una puntita de hilo para seguir tirando de la madeja. “Hay algunos trabajos que muestran que las superceldas que generan tornados son aquellas que quedan del lado frío del frente de ráfaga”. Ese fue el caso de Dolores en ambos tornados.

“Además, una de las cosas importantes para la generación de superceldas son los cortantes de vientos horizontales. Si hay un cortante de viento horizontal cerca de la superficie, el aire empieza a girar y eso genera lo que se conoce como vorticidad. Si el aire cerca de la superficie está suficientemente caliente, en lugar de girar perpendicularmente a la superficie, se pone horizontal. Y cuando se pone a hacerlo en forma horizontal, eso termina formando el mesociclón, que es el centro de la supercelda y del posible tornado”, agrega.

De hecho, Marcelo sospecha que algo similar podría haber ocurrido con el embalse del río Negro en el último tornado registrado en Clara, en Tacuarembó, hace unos pocos días.

“Se sabe a nivel mundial que este tipo de deltas y heterogeneidades en el suelo pueden dar lugar a gradientes de temperatura que favorezcan zonas de convergencia y, por lo tanto, favorezcan la formación de tormentas. Incluso, puede ser área cultivada versus área no cultivada, estamos hablando de heterogeneidades de diferente tipo. Esa convergencia que hizo que el aire caliente subiera es como una chispa que puede haber incidido en que se formara la tormenta”, apunta.

En el trabajo dicen que, “considerando la ocurrencia de los tornados de Dolores con menos de cuatro años de diferencia, es probable que la convergencia inducida por la brisa en el delta del Paraná sea un aspecto crucial y recurrente del desarrollo de tormentas y el tiempo severo en el suroeste de Uruguay”. Más aún, sostienen que “las futuras investigaciones para mejorar el pronóstico y la predicción inmediata de tormentas severas en el suroeste de Uruguay deberían incluir un análisis estadístico exhaustivo del inicio de la convección en esa zona”. De esta forma, mirando lo que pasó, Marcelo y sus colegas contribuyen a tratar de que en el futuro el tornado no nos tome por sorpresa, como en 2016. A la hora de predecir y de planificar hay que mirar qué está pasando allí.

“En el trabajo decimos que hay que hacer un trabajo más exhaustivo de cuál es el rol de esta zona de convergencia en la formación de tormentas de superceldas. Estos son dos casos. Lo que hay que ver es si esta hipótesis se puede generalizar y si realmente es una zona que favorece en general la formación de superceldas. Eso hay que hacerlo”, afirma Marcelo. “Este trabajo, de alguna forma, da lugar a un montón de cosas que se pueden hacer y que al día de hoy no se hacen en Uruguay. Abre líneas de trabajo y esa es parte de su importancia”, reconoce.

Una trayectoria del daño más grande de lo que se pensaba

“Hubo lágrimas con sangre. Hubo pérdida de vidas. Hubo rabia, hubo hambre. Muchas casas destruidas. Pasó todo al mismo tiempo. Nadie atinó a nada. Larga noche con demonios. Y brujas liberadas”, canta Dino en “15 04 16” graficando con sus pinceladas la destrucción que produjo en Dolores el tornado de 2016. En el trabajo también describen el daño causado por el tornado, con base en videos, fotos e imágenes satelitales. Y entonces vuelven a hacer un aporte novedoso.

En el informe para el Inumet de octubre de 2016, firmado también por Barreiro, se decía que “el tornado se desplazó en dirección este-sureste en toda su trayectoria, recorriendo unos 30 kilómetros en total”. Pero en este análisis de 2025 esa trayectoria de destrucción se amplía.

Trayectoria de destrucción del tornado de Dolores de abril de 2016.

Trayectoria de destrucción del tornado de Dolores de abril de 2016.

A partir de imágenes de satélite reportan ahora que, luego de salir de la ciudad de Dolores, “los daños causados por el tornado persistieron sobre cultivos y campos abiertos, cesaron durante aproximadamente 10 kilómetros y luego reaparecieron más al sureste en una zona boscosa”. ¿Por qué hay un trayecto sin daños? En el artículo manejan dos posibilidades.

“Es posible que el tornado estuviera en contacto con el suelo de forma continua en esta región, pero que no causara daños lo suficientemente graves como para ser detectados como cambios en la superficie” por el satélite Landsat-8, dicen. “Si esto es correcto, la longitud total de la trayectoria del tornado es de aproximadamente 45 kilómetros”.

La otra posibilidad es que “la supercelda tuviera ciclos en esta región”, es decir, que la tormenta haya producido “múltiples tornados secuencialmente”. De haber sido así, sostienen que “el tornado que impactó Dolores habría tenido una trayectoria estimada de unos 30 kilómetros y su sucesor habría tenido una longitud de al menos unos 5 kilómetros”.

“Un tornado que tenga un trayecto de unos 50 kilómetros, generalmente, es un tornado muy intenso”, comenta Marcelo. El tornado de 2016 fue catalogado como de categoría F3 en la escala Fuijita, donde los más intensos son F5. Los tornados de categoría F3 implican velocidades del viento de entre 250 y 320 kilómetros por hora y ocasionan daños graves, como arrancar árboles de raíz o hacer volar tejados de construcciones sólidas.

“No hay forma de distinguir si fue un tornado de 45 kilómetros de trayectoria o dos. Los tornados no suelen durar más de 10 o 15 minutos, salvo los F5, que son los más extremos, que duran mucho más”, comenta Marcelo.

En su informe de 2016 decían que sobre la base de los registros y la trayectoria de daño, “la velocidad promedio de desplazamiento” habría sido de “entre 50 y 60 kilómetros por hora”. De haber recorrido 45 kilómetros a esa velocidad, el de Dolores de 2016 habría sido un tornado bastante duradero, mínimo de media hora.

“Dolores. Dolores. Cuánto sufrieron. Los pobres”, seguía cantando Dino.

Intenso y con vórtices horizontales uno, ciclónico el otro

“Vio la cara de la muerte. Cuando lo abrazó el tornado. Menos mal que tuvo suerte. Al salir tan lastimado”, sigue entonando Dino, que en una entrevista con la diaria contaba que su hijo fue uno de los que tuvieron “suerte” al salir lastimados.

Repasando las imágenes del tornado de 2016 y 2012, Marcelo y sus colegas observaron características que ayudan a describir a ambos. En el de 2016 notaron que tenía vórtices horizontales, especies de embudos que, en lugar de hacer contacto con la tierra, salen hacia los costados.

“Eso tiene que ver con la forma en que se desarrolla el tornado. Fue un tornado muy intenso. Se sabe que cuando algunos tornados intensos se desplazan muy rápidamente, generan estos vórtices horizontales que no logran tocar tierra y que se aprecian perfectamente en los videos de 2016”, explica Marcelo.

El de 2012 fue distinto. No tuvo brazos horizontales, pero sí otra característica llamativa. Según reportan al analizar las imágenes, en el tornado de Dolores de 2012, por momentos, podía verse que en lugar de un embudo tocando tierra, había dos e incluso tres. “Eso forma lo que se conoce como un tornado ciclón, que es un tornado con múltiples vórtices o embudos”, comenta Marcelo. No fue la única diferencia. Con base en conjeturas por el daño causado, el de 2012 habría sido F2 en la escala Fuijita, que se adjudica a ciclones que alcanzan entre 181 y 250 kilómetros por hora y que causan daños “considerables”, como volar los techos de algunas casas, volcar vehículos o hacer descarrilar vagones de trenes.

Un país que falla en proteger a su población

“Cierto es que hay heridas. Están cicatrizando. Todo el mundo en la obra. Trabajando y trabajando. Con un ojo en la herramienta. Y el otro vigilando. Si te dicen ‘hay tormenta’. Mejor salí rajando”, rimaba Dino en su canción. Y por burdo que parezca, el sistema de alarma que el país tiene para alertar sobre el próximo tornado que pueda afectar una ciudad, o una tormenta intensa severa, no es mucho más sofisticado que el que Dino canta.

Según datos recabados por el Sistema Nacional de Emergencias, en función de mirar las fotos de artículos publicados en diarios, entre 1968 y 2011 en Uruguay se registraron 34 tornados. Eso da, en promedio, la ocurrencia de un tornado cada un año y dos meses. Es decir, son fenómenos bastante frecuentes. Le pregunto a Marcelo si ese registro se ha actualizado. “Lamentablemente, ese dato no está actualizado”, contesta.

Le pregunto entonces si sabemos con qué frecuencia se producen tornados en Uruguay. “No, no lo sabemos”, contesta, seguro, Marcelo. “Lo que sí sabemos, porque sucede en todas partes, es que ocurren en las estaciones de transición, en primavera u otoño, porque es cuando los contrastes térmicos son más marcados”. Le digo que entonces nos estamos acercando a la temporada de tornados. “Claro. De hecho, los más grandes ocurrieron en otoño, el de Dolores de 2016 y el de Fray Marcos en 1970, que también ocurrió en abril y que se estima que fue un tornado de escala F4”, sostiene. Los F4 en la escala Fuijita implican vientos de entre 320 y 420 kilómetros por hora y tienen efectos “devastadores”.

En temporada de tornados, ¿qué capacidad de predecirlos tenemos? El nuevo gobierno designó al frente del Inumet a la investigadora en ciencias de la atmósfera Madeleine Renom, colega de Marcelo en el Instituto de Física de la Facultad de Ciencias. Cuando estuvo al frente de esa institución, entre 2016 y 2020, intentó comprar los radares necesarios, pero la licitación se cayó. Su sucesor se movió para comprar un par de radares de menor potencia, pero lo cierto es que aún no están en nuestro país y no se sabe bien en qué está eso. Por lo tanto, no podemos saber con precisión si en la atmósfera que está sobre el país se está formando una supercelda de tormenta. Los globos sonda podrían ser también de ayuda.

“Los globos sonda no son caros. Generalmente todos los aeropuertos internacionales tienen, porque es fundamental para la aeronáutica saber cómo son los vientos. En Ezeiza hay, por qué no hay en Carrasco no lo sé. Un radar Doppler sale cerca de dos millones de dólares. En el caso de los globos sonda, se tira uno por día. Estimo que cada tiro rondará los 100 dólares. No creo que sea un costo demasiado oneroso para saber las condiciones que tiene la atmósfera en Uruguay”, señala Marcelo.

“Por otro lado, a veces nos quejamos de los pronósticos de los modelos sobre Uruguay, pero si se pretende tener un buen pronóstico de lluvia y de temperatura de atmósfera en Uruguay, al modelo tenés que darle las condiciones iniciales para que empiece a correr”, dice con toda lógica. “Uno le dice al modelo que hoy la atmósfera está así y asá, y el modelo dice que en las próximas 24 o 48 horas la atmósfera va a evolucionar de tal manera. Pero hoy en Uruguay al modelo sólo podemos darle algunas variables de superficie. No podemos decirle nada de lo que pasa en toda la columna vertical de la atmósfera”, explica.

“Capaz que si se comprende que no sólo permitiría mejorar el monitoreo, sino también mejorar los pronósticos, se entendería la necesidad urgente de estos radares. Es bastante claro el tema”, apunta. “El radar no ve el tornado, ve la región de la tormenta donde se podría generar un tornado. Por tanto, el radar permite emitir una alerta de tornado para una determinada región en determinado momento”, señala Marcelo.

¿Con cuanta anticipación? Marcelo estima que no más de 10 o 20 minutos. “En Estados Unidos, si hay alerta de tornado, suenan alarmas en las calles, en la televisión aparecen sobreimpresos y en los teléfonos llegan alertas, y entonces la gente busca rápidamente un lugar donde guarecerse en esos 10 o 20 minutos desde la advertencia”, explica. Puede parecer poco, pero salvar una sola vida ya es mucho.

“De hecho, sirve porque es lo que se usa. Y es lo que ha permitido que las fatalidades no sean tantas como si no tuvieras información. Es una ventana pequeña, pero es la ventana que tenés y a nivel mundial ha mostrado que sirve”, explica Marcelo. “Y eso vale también para cualquier tipo de tormentas intensas”, agrega.

“No se trata sólo de tener mejores pronósticos, es un problema de seguridad de la población. Si no se monitorean las tormentas con radares, estamos ciegos. Y si no monitoreamos las tormentas no estamos cumpliendo uno de los papeles fundamentales de la meteorología, que es la vigilancia de la atmósfera para protección de la población. Eso es un problema serio. Es tan sencillo como eso”, remata Marcelo.

El tema sigue sonando. “Cuando fue llegando el día. Se oyeron voces claras. Juventud de a manos llenas. En brigadas acudían. Socorriendo al desvalido. Buenos guisos y frazada. Con el pan de la sonrisa. Que al alma acariciaba”, entona Dino. Y su tema, fruto de una de las mayores tragedias climáticas de este siglo en nuestro país, lejos está de terminar de forma oscura. “Cuando un pueblo se organiza, deja paso a la esperanza”, nos ilumina Dino.

La ciencia también es esperanza. La ciencia también puede ayudar a organizar a un pueblo. Si no queremos otro Dolores que nos tome completamente de sorpresa, si queremos algo más que el “si te dicen que hay tormenta, mejor salí rajando”, este trabajo y la gente que investiga la atmósfera ya nos han marcado el camino como Dino nos marcó el alma.

Artículo: A multiscale analysis of the Dolores, Uruguay, tornadoes of 6 December 2012 and 15 April 2016
Publicación: Atmospheric Research (febrero de 2025)
Autores: Maurício Oliveira, Murilo Lopes, Vitor Goede, Marcelo Barreiro, Paola Salio, Eliton Figueiredo y Ming Xue
Canción de Dino: “15 04 16”.