En las clases de historia en la escuela y la enseñanza secundaria se planteaba una imagen de la campaña uruguaya para los siglos XVIII y XIX, con amplios espacios vacíos, tan sólo habitados por algunos estancieros y recorridos por gauchos nómades. Esta imagen dista de ser verdadera y para algunas regiones, como el departamento de Colonia, casi no puede aplicarse.

Los estudios del historiador argentino Jorge Gelman sobre la región de Colonia (Colonia y Soriano) en la etapa colonial demostraron que convivían la ganadería y la agricultura. En las estancias existían explotaciones trigueras y los pequeños agricultores criaban ganado.

Había, además, numerosas pulperías: en 1796 se registraban unas 24 en Colonia, Real de San Carlos y Rosario del Colla, y otras ocho en la zona de Víboras. Estos negocios, a la par de movilizar la producción de cueros y trigos, eran importantes focos de relacionamiento social.

Este panorama se verá ahondado en la segunda mitad del 1800, con la formación de colonias agrícolas y estancias empresas. Estas últimas, dedicadas sobre todo a la cría del ovino, pertenecieron a estancieros ingleses radicados en Argentina.

Las colonias agrícolas, por su parte, obedecen a la inmigración de suizos y valdenses que se produjo desde 1858. Para 1885 ya se registraban unas 11 colonias, como la Valdense, Suiza, Cosmopolita, Estrella, Arrué, Belgrano, Riachuelo y Quevedo, entre otras. Esta dinámica colonizadora llevó a la subdivisión de la tierra y a la formación de una clase media rural, dedicada a la agroindustria (quesería y vitivinicultura). Influyó, además, en el crecimiento de la población departamental, que pasó de 13.169 habitantes en 1860 a 27.051 en 1880. El número de extranjeros también creció: de 27,5% en 1860 a 34% en 1880.

En torno a las colonias se produjo, en cierto modo, un proceso de “urbanización” rural. Tras visitarlas en 1878, Modesto Cluzeau Mortet escribió una nota para la revista de la Asociación Rural en la que destaca que los caminos públicos “son más limpios y más seguros allí que las calles y las veredas de muchos pueblos importantes de campaña”.

En un artículo anterior se refirió a la colonia suiza y expresó que sus casas eran de material y construidas “con elegancia”, destacando su “extremada limpieza”. En los patios se encontraba “su jardín, su monte poblado de lujosas plantas y abundantes frutales”. Se criaban aves, como gallinas, patos y gansos, mientras que en los chiqueros y corrales “los cerdos y los conejos transforman quietamente en tocinos y en carnes los desperdicios que se les da”.

En los establos, finalmente, “se cuidan á pesebre las vacas destinadas á producir leche y manteca para el uso de la casa”. Estas “granjas modelos” de los colonos suizos sin duda transformaron el paisaje geográfico, social y productivo del departamento de Colonia.

Sin embargo, junto a las colonias agrícolas y la estancia ovina aparecían zonas ganaderas más tradicionales. Las intensas interacciones sociales, no obstante, también las marcaron. Una de estas zonas fue la sección de San Juan.

La sección rural de San Juan en 1881

Gracias a los informes del encargado de la 1ª Sección de Policía Rural, ubicada en San Juan, a la Jefatura Política y de Policía, con sede en Colonia del Sacramento, conocemos parte del trajín diario de los habitantes del lugar. Destaca la fuerte presencia del juego, desde riñas hasta carreras de caballos, el cual era fiscalizado por la Policía. Se hace presente, asimismo, la alarma por los delitos de abigeato. Figuran, por otro lado, intereses de tipo productivo, convocando a las “fuerzas vivas” lugareñas.

La sección estaba limitada al norte por el río San Juan y al sur por el arroyo San Pedro, siendo su límite al oeste el Río de la Plata. La oficina de policía se encontraba en la casa del comisario Diamantino Depré, ubicada en el paraje Miguelete.

En agosto de 1881 varios comerciantes solicitan permiso a la comisaría para jugar “riñas” en sus negocios. Si bien no se aclara qué tipo de riñas, todo indica que serían de gallos.

Más frecuentes eran las carreras de caballos, también corridas en almacenes o pulperías. Ese mismo mes la Jefatura remitió 25 ejemplares del Reglamento de Carreras, dictado por la propia institución, para que sean fijados en sitios públicos de la sección. Era una práctica común entre las jefaturas del interior, que elaboraran una reglamentación particular sobre carreras de caballos, intentando adaptarla a las costumbres locales.

En las carreras, como en otras instancias de juego, se producían peleas y disturbios. En la casa de negocio de Víctor Moretti, a fines de marzo, se enemistaron dos corredores, acometiendo uno al otro con un rebenque. Otro problema ocurrió en setiembre en la casa de negocios de Donatto Carballo, donde al parecer fue estaqueado por un agente de policía el individuo Ramón Quiroga.

Según informaron testigos, Emilio Soto le entregó a Quiroga una moneda de “un cóndor” para que se la diera a Juan Silva. Pero como este quiso quedársela, el vigilante Nemesio Paredes hizo un simulacro de estaquearlo, para asustarlo. El episodio, que revela los abusos policiales de la época, no habría pasado a mayores.

A pesar de esos altercados las riñas y carreras eran juegos aceptados; sin embargo, otros juegos estaban prohibidos. Así se le hizo saber al comisario desde jefatura, en nota circular de febrero.

Mientras algunos pasaban de esta manera sus ratos de ocio, las “fuerzas vivas” de la sección estimulaban las mejoras en infraestructura. En abril los estancieros y comerciantes Eduardo Lavalle, Víctor Moretti, Bernardino Núñez, Guillermo Wilson, Carlos Lambrecht y Enrique Newton, entre otros, contribuyeron a la colecta para el arreglo del Paso de la Horqueta, sobre el río San Juan.

Combatir la vagancia y el abigeato era otra forma de impulsar la modernización económica. Desde la comisaría, y para el beneplácito de las clases altas locales, se propenderá a su represión.

En mayo se le recuerda desde jefatura al comisario Depré que “establezca la mayor vigilancia” contra aquellos que se “entregan á la vagancia y al robo”. Al comenzar el año había ocurrido un asalto a la altura de San Pedro. La víctima venía en viaje desde Rosario y fue robada a punta de pistola por un sujeto de “regular estatura” que vestía “de negro con bombacha y saco”. El ladrón se llevó 200 pesos.

Unos meses después se informa a la comisaría de un intento de violación, llevando el agresor la “cara atada” o tapada.

Era frecuente que la Policía saliera a la “cacería” del vago para enviarlo a que sirviera en el Ejército o la propia Policía. En mayo se remiten dos individuos “notoriamente vagos” para el Piquete Custodia de Presos de la jefatura, y al mes siguiente otros dos fueron enviados al ejército de línea.

Otro episodio que solía darse entre vecinos, finalmente, era la mezcla de animales. Esto motivaba fuertes reclamos ante la Justicia y la Policía. También la ruina de los poseedores de ganado motivaba la acción de estas autoridades. Así, a fines de agosto se ordena al comisario que, en caso necesario, preste el auxilio de la fuerza pública al teniente alcalde de San Juan, don Abelardo Leguísamo, para realizar el embargo de una majada.

La vida en la campaña de Colonia a fines del siglo XIX, por la información reseñada, fue mucho más intensa y compleja de lo que suele sospecharse; abundaban los relacionamientos sociales de todo tipo, aunque los fundados en el juego parecen destacarse.