“Uno de los hechos que conmovió al Tandil [provincia de Buenos Aires] antiguo y que todavía resulta inexplicable es conocido como ‘Los Crímenes del Tandil’. El 1º de enero de 1872, una banda constituida por unos 50 hombres, liderados y fanatizados por el famoso curandero y ‘santón’ Gerónimo Solané –apodado ‘Tata Dios’- que tenía su campamento en la estancia ‘La Argentina’ de Ramón Gómez, se lanzó a la caza de cuanto extranjero encontró a su paso al grito de ‘mueran gringos y masones’. Después de pasar a degüello a 36 extranjeros sin distinción de sexo ni edad, se dirigieron a la estancia ‘Bella Vista’ y luego a ‘Dos Hermanos’ en busca del estanciero Ramón Santamaría, que logró salvar milagrosamente su vida merced a que se encontraba en Tandil, debido a que ese día había elecciones y se inauguraba la sucursal del Banco de la Provincia de Buenos Aires.[…] [E]stos hechos pusieron en evidencia las tensiones sociales que vivía una sociedad en formación. La confrontación entre nativos y extranjeros, entre sectores nuevos y tradicionales, se expresaba en una puja por la ocupación y ejercicio del espacio económico y social.” (Andrea Reguera, “El significado de la historia local en la región de la frontera sur. El caso de Tandil”, incluido en “Más allá del Territorio. La historia regional y local como problema…”, Sandra R. Fernández, compiladora).

Este relato, que transcribimos in extenso, muestra de un modo extremo (y sangriento) las pujas entre los sectores criollos y los extranjeros en el Río de la Plata durante el siglo XIX. La sociedad rioplatense, luego de la segunda mitad del mil ochocientos, se conformó en base al aporte inmigratorio, que le dio características particulares dentro de América Latina.

Pero a medida que los aluviones de extranjeros se insertaban en la realidad local, surgían diversas reacciones de la sociedad criolla. Hubo acercamientos y tensiones, intentos de integrar al extranjero, pero a su vez pujas y cuestionamientos por esta integración.

Esa relación entre los extranjeros y la sociedad criolla tuvo diversos matices según los ámbitos geográficos. Si las ciudades –especialmente las portuarias – se mostraron receptivas a su llegada, el medio rural mantuvo una posición recelosa.

El departamento de Colonia, aunque fue una zona donde los inmigrantes se insertaron de manera exitosa - ayudando a configurar su sociedad - también albergó estas disputas. Si en un plano macro, las comunidades de italianos, franceses, suizos y españoles, se amoldaron fácilmente a la realidad del departamento, siendo incluso apoyadas por las clases dirigentes criollas, en situaciones específicas – de carácter personal sobre todo- aparecieron las diferencias y los prejuicios ante el extranjero.

El éxito económico de los inmigrantes alentó estas divergencias, lo que se tradujo en robos y crímenes. Pero también ciertos rasgos de su forma de vida, de su mentalidad, fueron atacados. Toda convivencia – y más en una sociedad de “cercanías”, como las del interior del país – conlleva rispideces y tensiones.

Aunque la sociedad coloniense recibió bien al extranjero, evidenciando múltiples muestras de simpatía, la convivencia estrecha que generan las sociedades pequeñas condujo a relaciones sociales más íntimas e intensas - con un conocimiento acelerado del otro - lo que pudo haber generado un clima apto para estos conflictos.

Antes de reseñar estas alternativas entre los criollos y los extranjeros en el departamento de Colonia, conviene comentar dos cosas. La sociedad de Montevideo –la de mayor europeización en el país– vivió asimismo estos conflictos. A finales del siglo XIX, miembros del patriciado tradicional y de los grupos populares despreciaban a los inmigrantes, especialmente a los más pobres.

Si estos resquemores acontecieron en Montevideo, lugar de proyección cosmopolita, Colonia, pese a su alto grado de extranjerización, no podía escapar a ellos. En ambos casos salían a la luz los conflictos y contradicciones de una sociedad que estaba cambiando y que percibía desfasajes entre una mentalidad criolla y otra cada vez más europeizada, entre elementos modernos y otros tradicionales.

Con todo, hubo diferencias en la valoración del forastero. El investigador argentino Fernando Devoto, destaca que en el Río de la Plata se apreció de diversa forma al “extranjero” y al “inmigrante”.

El primer rótulo se aplicó a los europeos de nivel elevado, tanto por su riqueza como por su cultura. El segundo rótulo fue empleado para designar al trabajador europeo sobre todo rural, a la mano de obra, a la población de clase baja.

Mientras el “extranjero” fue bien visto por el sector dirigente criollo, dado que constituía un factor de civilización, un elemento ilustrado, el “inmigrante” fue considerado como fuerza de trabajo, que debía poblar los campos incultos y servir en las nuevas industrias urbanas. Así, las mayores críticas se lanzaron hacia el “inmigrante”, siendo menores los prejuicios hacia los considerados como “extranjeros”.

En este artículo, usaremos los dos términos indistintamente, aunque señalaremos este distingo cuando sea útil considerarlo.

Los inmigrantes y la sociedad coloniense

Como en otras partes del Uruguay, durante la década de 1830, comenzaron a establecerse extranjeros en el departamento de Colonia. Según los censos de la época, se dedicaron especialmente al comercio, aunque también incursionaron en las tareas rurales. Españoles e italianos, y en menor medida franceses e ingleses, conformaron un primer contingente inmigratorio que arribó al departamento.

Después de la Guerra Grande – donde se vieron afectados – aumenta su radicación en la zona. Es entonces que se instalan los colonos valdenses y suizos en el este del departamento. Pero también una numerosa camada de italianos puebla los ejidos y terrenos adyacentes a Carmelo y Nueva Palmira, conformando colonias agrícolas de decidida gravitación en la región.

A partir de 1860 aumenta el número de inmigrantes. Ese año la población del departamento era de 12.569 habitantes (otras fuentes estiman 13.349 personas); en 1880 se había duplicado llegando a los 27.051 habitantes. El número de extranjeros también creció: de 3.025 a 9.251 personas. O sea, de 24% en 1860 a 34% en 1880.

En los últimos tramos del siglo, ya se los encuentra en tareas industriales, además de las comerciales y rurales (sobre todo agrícolas).

El aparato estatal local y las elites se mostraron favorables ante los extranjeros. Miembros de la clase dirigente como Lucas Moreno, Luis Gil y Francisco Oribe – por nombrar algunos – incentivaron las colonias agrícolas y facilitaron el establecimiento de los inmigrantes.

Vecindarios enteros apoyaron a los inmigrantes a su llegada. En una carta refiere el pastor valdense Miguel Morel acerca de los vecinos de Rosario que “están bien dispuestos hacia nosotros. Desde el principio del establecimiento de los valdenses, pensando que no tenían lo necesario para su sostén, habían proyectado hacer una colecta entre ellos para ayudarlos”.

Los vecinos de Carmelo y Nueva Palmira en las décadas de 1850 y 1880 respectivamente, ante diversos disturbios suscitados entre la autoridad policial y particulares, interponen la existencia de extranjeros respetables integrados a la sociedad local, como forma de darle más consistencia a sus reclamos.

Los extranjeros rápidamente se sumaban a la clase dirigente, haciendo de fiel de balanza en las pugnas entre este sector y los poderes estatales.

No obstante, a medida que los extranjeros penetren más y más en la sociedad local, aunque proseguirá un clima de armonía y concordia en líneas generales, se insinuarán algunos conflictos. Sirvan estos dos ejemplos al azar: En 1885 la Comisión Auxiliar de Rosario nombró al doctor Rodríguez como abogado para sostener el pleito que mantenía con Náter y otros vecinos de la Colonia Suiza. Ignoramos cuál fue el motivo de este litigio, pero el mismo evidencia que las relaciones entre los colonos y la villa del Rosario – en este caso sus autoridades – ya no eran tan buenas.

En 1907, el cura de Carmelo lanzó fuertes anatemas contra las fiestas que los italianos iban a celebrar por el 20 de setiembre, recordando la unificación de Italia y la toma de Roma. Si el tema religioso era el preponderante – dado que la fecha se vinculaba con el garibaldismo – tampoco se puede dejar de señalar cierto repudio ante los extranjeros (alimentado por factores ideológicos) en la prédica del cura.

Un mayor asomo de xenofobia puede verse en los crímenes perpetrados contra las personas de extranjeros.

Algunos crímenes

En los primeros tomos del Archivo Policial, cuando se iniciaba el Militarismo y la Jefatura Política del departamento recaía en Máximo Blanco, se registraron varios episodios.

En setiembre de 1875 fue muerto en plena calle pública de Carmelo el español Antonio Vázquez. Su matador, Demetrio Lamadrid, huyó del departamento. En 1876 rondaba por el paraje de las Víboras e incluso entró en Carmelo para amenazar de muerte a la familia de Vázquez.

En marzo de 1876 fueron asesinados un súbdito inglés y su familia en las costas del Colla. El Jefe Político se comunicó con los departamentos de Soriano y San José para perseguir y atrapar a los criminales.

El gobierno central tomó cartas en el asunto, prometiendo una recompensa para quien los capturara: a los particulares 1000 pesos, y a los militares la misma suma o un ascenso. Según los informes policiales la familia estaba compuesta por: “El finado Jorge Parle de nacionalidad Irlandés, edad 28 años, su esposa llamada Sara Baillo de edad 25 años Oriental, su cuñado José Baillo de edad 14 años Oriental, una hija llamada Jorgelina Parle de edad tres años, oriental, y un varón llamado Jorge Parle hijo de edad cinco meses”.

En mayo del mismo año, se informa del asesinato del también británico Juan Makollins perpetrado por Julián Butin en la villa del Rosario. Estos son sólo algunos sucesos de sangre contenidos en los archivos de la policía. Aunque en ciertos casos un extranjero puede aparecer como asesino de otro, predominan los crímenes realizados por matreros y criminales criollos. El alto número de inmigrantes y su posible éxito económico los hacía blancos principales de estos atentados.

Percepciones de la prensa

La prensa del departamento, como gran parte de los medios escritos de la época, por un lado sentía un gran aprecio y respeto por los extranjeros de los estratos superiores – tanto por su linaje, riqueza o cultura – pero, por otro lado, despreciaba a los inmigrantes pobres, a los cuales presentaba vinculados a la crónica policial o a asuntos sórdidos.

Así, el periódico rosarino “La Epoca” informa con regocijo a fines de 1885, que el noble inglés Lord Dudley había pasado por el pueblo con destino a Colonia, siendo recibido por la Banda Popular y “visitado y festejado por las autoridades y varios vecinos”.

En contraposición el mismo periódico expuso con sorna y alarma una pelea a cuchillo entre varios peones italianos –que terminó con la muerte de uno – en la estancia San Rafael de la Boca del Rosario; el paso de una familia de “turcos” por el pueblo de Rosario pidiendo limosna (cuyas mujeres llevaban “criaturas metidas en una especie de bolsa, dormidas y llenas de mugre”) y el intento de un suizo de robarle dinero a un español, lo que terminó en una “descomunal batalla” entre ambos, siendo remitidos a la cárcel.

Cabe aclarar que el director de “La Epoca” Juan Barrera era español, lo que no obsta para que participara de ciertos ideales de la sociedad criolla, incluso en detrimento de sus mismos coterráneos. Como se ve, las noticias antedichas se refieren a inmigrantes de bajos recursos, los cuales eran juzgados con dureza tanto por los miembros del patriciado como por los integrantes extranjeros de la clase alta, que se unían en esta condena.

Estos asomos de xenofobia – bastante episódicos y solapados por cierto – llevan a que la prensa reflexione y se lamente acerca de la “hibridación” de la sociedad oriental, con la consiguiente pérdida de sus tradiciones y costumbres.

“El gaucho usa ahora boina y alpargatas. El mate que las familias de nuestros próceres tomaban con unción y con bombillas llenas de enormes plastrones de plata, dentro de poco figurará tan sólo en los grabados antiguos. Nos hemos hecho un pueblo ecléctico. Tomamos todo de todas partes abandonando lo nuestro. Hasta el tipo criollo se va extinguiendo por la cruza. Dentro de cincuenta ó setenta años seremos una ciudad cuyos hábitos, hombres y edificios serán tan diferentes de los hombres, los hábitos y la ciudad de 1810 como los griegos antiguos de los sajones modernos”, dice “La Epoca”. Y a continuación se pregunta: “¿Es esto conveniente? Tal vez sí, mientras tomemos lo bueno de todas partes, ya que tenemos un pasado glorioso en que apoyarnos”.

Lo que podía afianzar la identidad de la invasión foránea era ese rescate de las tradiciones y glorias del pasado. Los propios extranjeros, aunque resulte paradójico, también propugnaron por esa restauración de antiguas costumbres criollas.

En un editorial publicado en “El Pronóstico” de Rosario en 1883 y firmado por “Un Orientalizado”, se sostiene defendiendo al pericón, que los bailes populares transmiten las “costumbres de los antepasados”. “¿Por qué no se baila ya el Pericón ó Nacional por la gente de gran tono? Porque es un baile del pueblo, que lo baila el gaucho, y las personas de la más baja esfera social, responderá irreflexivo el desdeñoso petimetre hijo de la villa ó la ciudad”. Pero el pericón tiene antecedentes españoles y fue bailado por Artigas y los Treinta y Tres. Pronto se celebrarían en Rosario las fiestas de la comunidad española, y se danzaría la jota, la muñeira y el zorcico. El editorialista plantea que se podría bailar también el pericón, dado que es un baile oriental. “Orientales: ensayad el pericón para bailarlo en la plaza de esta Villa, y él os recordará las virtudes cívicas de vuestros abuelos; resucitar sus cantares, sus bailes, sus costumbres, es lo mismo que prepararos para asistir á la resurrección de la prosperidad y grandeza de esta Patria querida: nació hermosa, fértil y heroica, y no nació para morir suicidándose. Rosarinos: bailad, bailad el histórico y galante Pericón, y dirigid en él tiernos y amorosos versos á vuestras bellas y elegantes mujeres”.

Para “Un Orientalizado” las costumbres criollas debían convivir con las costumbres extranjeras, y la resurrección de aquellas no iba en contra de la modernidad y el cosmopolitismo.

Sin duda hace falta una documentación más abundante para ver estas relaciones plagadas de tensiones entre los criollos y los extranjeros. Aquí, como conclusión final, tan sólo se puede recapitular que si hubo a nivel macro una buena aceptación del extranjero, en un plano menor surgieron las discrepancias. Si los asesinatos pueden ser una manifestación brutal de las mismas, los comentarios y actitudes de la clase dirigente criolla – con ser mínimos- también las evidencian. Las “cercanías” de las sociedades pequeñas y el alto número de inmigrantes – y su rápida penetración en el departamento- alentaron estos encuentros y desencuentros.

Bibliografía:

DEVOTO, F., “Historia de la Inmigración en la Argentina”, 2da. ed., Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

FERNÁNDEZ, S., (compiladora), “Más allá del territorio. La historia regional y local como problema. Discusiones, balances y proyecciones”, Rosario (Argentina), Phohistoria ediciones, 2007.

GEYMONAT, R., “El Templo y la Escuela”, Montevideo, Planeta, 2008.

RODRIGUEZ VILLAMIL, S., “Las mentalidades dominantes en Montevideo (1850 – 1900)”, Montevideo, EBO, 2008.

Fuentes: Archivos Policiales, T. 1. 1876 (Archivo Regional Colonia). “La Epoca”, Rosario, A. I, Nº 26, octubre 29, Nº 29, noviembre 8, Nº 30, noviembre 12, Nº 31, noviembre 15, Nº 33, noviembre 22, 1885. “El Combate”, Carmelo, A. I, Nº 86, setiembre 10, 1907. “El Pronóstico”, Rosario, A. II, N° 17, febrero 25, 1883.