Aunque nacida en Buenos Aires, Elena Lafert (1949) vive desde hace más de 30 años en Colonia. Criada, según comenta, en una familia de artistas, desde temprano sintió inclinación hacia la actividad literaria.
Estudió magisterio e historia del arte en Argentina. Trabajó como docente de inglés y castellano en Uruguay y Estados Unidos, donde residió de 1974 a 1990. Integró el consejo editorial de U (1998-2002), revista cultural regional con base en Colonia del Sacramento, junto a Patricia Díaz Garbarino, Luis Carro, Melina Draper, Irene Carro y Sebastián Rivero. Participó, asimismo, de los talleres literarios dictados por Rómulo Cosse, Patricia Díaz y Ruth Kaufman.
Publicó los libros de poesía La hora violeta (Civiles Iletrados, 2003), Un mundo diferente (Civiles Iletrados, 2010), El filo de la luz (Civiles Iletrados, 2013), El laberinto de Madame Z (Perroverde, 2016) y Z (Yaugurú, 2017). Estos dos últimos componen un díptico poético relativo a Madame Z, una artista plástica ficticia, inspirada en la madre de la poeta. Junto a su hija, Melina Draper, docente y poeta que reside en Estados Unidos, publicó Lugar de origen-Place of Origin (Oyster River Press, 2008), con poesía bilingüe.
Su obra integra las selecciones poéticas Munanaku: ocho poetas miran a Bolivia (Ediciones Aldebarán, 2009), Tierra, cielo y agua (Yaugurú, 2016) y Confiado a un amplio aire (Yaugurú, 2019).
Obtuvo dos primeros premios de poesía: uno a nivel departamental en 2005, en el primer concurso literario de la Casa de la Cultura de Rosario, y otro internacional, en 2009, otorgado a Lugar de origen por la Internacional Latino Book Award (Nueva York). En 2018 fue finalista de los premios Bartolomé Hidalgo en la categoría poesía.
Su poesía, con una enunciación íntima y despojada, portando una “simpleza profunda”, abarca memorias familiares y una mística celebración de la naturaleza, la cual asume en ocasiones las formas de la denuncia ecológica. A modo de un laberinto o el espiral del caracol, desde un centro constante se despliegan diversas capas temáticas y simbólicas, haciendo que su mundo poético sea compacto. Ese centro, donde podría ubicarse una voz poética personalísima, ya se encuentra presente desde su primer poemario. Algo poco frecuente entre los poetas y un mérito sin duda no menor.
Diversos críticos y poetas se han expresado acerca de su poesía: “El revelador afuera puede ser el paisaje, la sociedad, el amor o el universo todo. El yo –parece decir Lafert– se manifiesta en la conciencia de lo otro” (Jorge Albistur).
“La escritura de Lafert, circular y laberíntica, deja al lector en un trance casi hipnótico que atraviesa edades y generaciones. La poeta ha creado un universo un tanto onírico, casi triste y sin embargo lúdico, cotidiano y pacífico. Dice, con elegancia y recato, aquello que une y atraviesa la niñez y la vejez” (Melisa Machado).
“En el centro de este Laberinto del Ser se halla la más grande poeta contemporánea del Río de la Plata”, dice Helena Corbellini, sobre El laberinto de Madame Z. “La poesía de Elena Lafert, dialógica y laberíntica, construye un universo onírico que atraviesa dimensiones cotidianas y universales”, afirma Patricia Díaz Garbarino. “Z es una letra rara dentro del diccionario. Es más, es el último grito. Pero más raras son las palabras que comienzan con zeta: zahorí, zanahoria, zopenco, Zoroastro, zoológico. Rara es también la poesía de Elena Lafert. De una manera consciente se instala en los márgenes de la poesía para crear un texto ambiguo, un filo entre la narrativa y la poesía, entre la poesía y la crónica, entre la crónica de un lugar y el lugar de la crónica de sucesivos personajes que entran y salen de la escritura sólo para asombrar”, escribió William Johnston Fernández.
¿Cómo comenzaste a escribir?
Los primeros esbozos de poesía surgieron en mi adolescencia. En mi casa paterna, en Buenos Aires, mi padre y mi madre hacían reuniones de amigos y compañeros que venían de las artes. También había una gran biblioteca, tanto una cosa como la otra me hicieron crecer y abrir la mente. Yo leía mucho y en esas reuniones escuchaba y aprendía de esa generación. Escritores como Pirí Lugones, Dalmiro Sáenz y artistas plásticos varios. Mi madre salió de la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova, fue profesora y pintora. Mi padre, además de economista, publicó novelas, cuentos y poesía. Fue en esas reuniones cuando compartí mis primeros textos. Pero se los mostré a la persona equivocada, que dijo: “pero aquí no pasa nada, no hay acción”. El comentario me cayó como una piedra. No volví a compartir nada hasta mucho más tarde. De hecho, hasta fines de los 90, en Colonia. Vino el profesor Rómulo Cosse a coordinar un taller literario que duró un par de años y de allí surgieron varios buenos poetas, todos hasta hoy amigos. Pero esa crítica me impulsó a buscar experiencias significativas en otro lado. Así conocí a la contracultura de mi generación, entre ellos, a poetas y músicos como Tanguito y Miguel Abuelo. Hice amigos del alma que también me abrieron la mente. Y enseguida empezaron los viajes y conocí otras culturas. Recorrí toda América a dedo. Al final, me quedé 20 años en Nuevo México, donde tuve a mis dos hijos y muchas otras experiencias.
¿Qué significa la poesía?
Creo que es una manera de ver el mundo. Arte en los ojos, tal como “la belleza está en los ojos del que mira”. Cocteau la definió como la base de todo arte y estoy de acuerdo.
¿De qué forma caracterizarías a tu poesía?
Todo lo que te conté, los sueños del inconsciente, y, de alguna forma, la realidad que hoy nos duele, la crueldad de la pobreza, la destrucción de la naturaleza, y la pandemia afectan y enriquecen mi poesía. Una amiga poeta dice que mi poesía es ritual. Tiene razón. Intento escribir desde un silencio interior, una manera de conectarme con “el arte en los ojos”.
¿Qué opinión te merece la poesía actual, en Colonia y el Uruguay?
Uruguay tuvo y tiene muchos buenos poetas. Es una gran comunidad. Yo me ubico algo en los márgenes, he leído y participado poco fuera de Colonia. La vez que lo hice fue gracias a María Laura Blanco para su ciclo de lecturas en Montevideo, en el bar Kalima, donde varios escritores hicieron eventos literarios. Tengo un amigo poeta que siempre trata de educarme respecto a la poesía en general, y en la de Montevideo en particular. Pero es inútil. Nos divertimos bastante.
En Colonia, actualmente, también hay muchos poetas. Algunos totalmente anónimos.
Una vez, hace años, vinieron Luis Pereira y Elder Silva, en una de las tantas movidas organizada por Helena Corbellini. Leyeron y nos leyeron a algunos de nosotros, y de ahí salió mi primer libro, La hora violeta, publicado por Civiles Iletrados. Otra visita fue la de Marosa di Giorgio al CERP del Suroeste. Exquisita ella, estimuló mi creatividad. Tanta gente, que es imposible nombrar a todos. Otra persona importante en el panorama de Colonia es Patricia Díaz Garbarino, gran poeta que con sus talleres literarios nos permitió crecer y desarrollar la escritura propia. Tengo la suerte de estar rodeada de muy buenos compañeros poetas.