En la empedrada calle de 18 de Julio, a pocos pasos de donde comienza el Barrio Sur –según la denominación que usan los locatorios- o Histórico –para los turistas- de Colonia del Sacramento, el almacén Scott resiste el avance de las medianas y grandes superficies comerciales que han copado esa ciudad.
Daniel encarna la tercera generación Scott que ha estado al frente de ese comercio; en ese esfuerzo hoy lo acompaña Braian, su hijo. Sin temor a engaños, podría decirse que se trata de un almacén que representa una institución que se prolonga desde el pasado: cajones en la vereda, un mostrador ancho y largo, estanterías altísimas, botellas de diferentes épocas, una campana plástica con quesos, chorizos secos colgando de un clavo, una potente cortadora de fiambres, y un comerciante atento, con tiempo para hablar y despachar a quienes pisan el local, que conoce a buena parte de su clientela. A ese comercio también ingresan caras extrañas y de diferentes procedencias que se ven seducidas por la imagen del tiempo detenido en cuatro paredes.
Hay otras cosas que en ese almacén pueden llamar la atención del recién llegado: cartas marítimas, imágenes del Río de la Plata, fotografías y hasta un diploma expedido por la Armada Nacional que dan cuenta de que Daniel Scott, aparte de ser un simpático comerciante, es una leyenda del deporte. En efecto, Scott ha sido el único uruguayo que cruzó dos veces a nado el Río de la Plata. Una vez, en 1983, lo hizo desde Colonia hacia Argentina, mientras que en 2008 lo hizo en sentido inverso.
Largas distancias
Daniel Scott asegura que aprendió a nadar antes que a caminar. La casa de sus padres se encontraba frente a la Plaza Mayor, y desde muy pequeño corría por la Calle de los Suspiros en dirección al río, para bañarse en la denominada Canaleta de Los Guevara. Allí aprendió a moverse en el agua, junto a su padre, “que le enseñó a nadar a medio pueblo”, y a una barra de amigos.
Siendo muy pequeño, Daniel mostró aptitudes para nadar medianas y largas distancias. A los cinco años, en Juan Lacaze, donde vivía su abuela materna, realizó su primera competencia. Allí se tiró desde la punta de la escollera y nadó centenares de metros hasta llegar a la antigua playita del Puerto. No fue el primero en llegar a la meta en esa ocasión, “pero tampoco salí último; llegué penúlitmo, le gané a un hombre mucho mayor que yo”, dice. El esfuerzo de aquel niño tuvo su premio: un choripán y un refresco, rememora.
Hace medio siglo, el barrio Sur era conocido por los prostíbulos, conventillos y lugares de timbas que allí funcionaban: “Era una Colonia pintoresca, llena de personajes”, evoca.
Las bandideadas que realizaba aquel niño y adolescente transcurrían en el agua: junto a sus amigos corría por el yachting, se tiraba al agua en lugares no habilitados, incluso se metía debajo de las embarcaciones -“éramos un inconscientes”- y aparecía en lugares imprevistos para los marineros que, igualmente, algunas veces le daban captura en tierra firme y lo llevaban en capilla a la Prefectura. Daniel recuerda esas andanzas y sonríe. “Así aprendí a nadar, disparando y jugando a la mancha con los gurises”.
Con el tiempo, los juegos de niños devinieron en duros entrenamientos y en competencias que se realizaban en diferentes localidades colonienses. “Yo no era velocista, nadaba media distancia. Me destacaba en las travesías”, señala. Cichero, un profesor argentino, más tarde le enseñaría la técnica de nadar.
Daniel prefería sumergirse en aguas abiertas más que en las piscinas, y a los 17 años planteó su intención de atravesar el Río de la Plata a Cacho López, un conocido suyo del mundo de la natación. Junto a otro compañero, Ratón Almada, y Ruben Peña, un profesor de Educación Física, comenzó a entrenarse con seriedad para cumplir ese desafío. Fue un año de entrenamientos muy duros, que incluían corridas, levantamientos de pesas, y largas horas en el agua cuando el clima lo permitía. “Salía solo, regalado, sin bote que acompañara”.
El 5 de marzo de 1983, día elegido para realizar la travesía, estaba cada día más cerca, y los preparativos no estaban resultando sencillos. “No teníamos una embarcación que nos acompañara. Un día Peña se puso a llorar, indignado, en la orilla. Era tiempo de los milicos todavía, y el prefecto de Colonia resolvió llamar a Montevideo para pedir autorización para acompañarnos, y le dieron el apoyo para que lo hiciera”, recuerda.
Finalmente, en esa jornada, a las 6.45, Scott se tiró el agua con la idea de llegar hasta la orilla argentina del Río de la Plata. Se tiró en la escollera del yachting. Fueron 15 horas y siete minutos en el agua. “Fui como divagando en todas esas horas, en pensamientos propios; la natación es un deporte solitario, egoísta, capaz. Al principio salí muy acelerado -tenía 19 años recién cumplidos- y me pidieron que bajara las revoluciones. Fui muy metido en lo mío, sin GPS, atravesé los camalotes, y llegué hasta la bahía de Hudson”.
Scott recorrió más de 50 kilómetros a nado, tomando calditos Knorr y comiendo pasas de uvas y dulces para reponer energías, y bajó en siete horas el récord que ostentaba el argentino Ángel Vera en ese momento. “Pisé tierra y sentí bocinazos y gente que me gritaba cosas. Subí a la lancha de prefectura y pegué la vuelta para Colonia, donde me esperaba un mundo de gente en el puerto comercial. Salimos a festejar, en caravana. Sentí una emoción muy grande ¡Qué lindo!”, recuerda.
A poco de atravesar el Río de la Plata “y como jugando dije que quería atravesar el Canal de la Mancha”, que une al océano Atlántico y el Mar del Norte y que separa a Inglaterra y Francia. “Cuando quise acordarme estaba en Europa, porque se embaló todo el mundo. Y me fue bastante bien, aunque no pude completar la travesía. En cinco horas había hecho tres cuarto del canal, iba rompiendo el récord. Pero me jugó en contra la falta de experiencia, era muy gurí, y me tiré en agosto, que todavía hacía frío, entre muchos factores”. Scott volvió a Colonia del Sacramento y no se volvió a tirar a las aguas platenses por más de 25 años.
Sin embargo, en 2008, Daniel volvió al río para acompañar los entrenamientos de Adriano Motta, un nadador que, sin suerte, intentó llegar hasta la otra orilla en más de una oportunidad. A pesar de que estaba excedido de peso y “todavía fumaba”, Daniel se tiró al agua “y me sentí de nuevo como un pez”. De ese modo, Scott resolvió retornar a la dura rutina de ejercicios, parecida a la que había realizado hacía 25 años, y atravesar nuevamente el estuario platense.
En esa ocasión consiguió los apoyos comerciales necesarios para llevar adelante la misión. “Comencé a entrenar con Antonio Gavilán. Y, en 2007, me tiré al agua en la escollera de Quilmes, y venía bien hasta que, en las islas que están frente a Colonia, me agarró una sudestada y me tiró para el otro lado. Venía recontra bien, empezó el oleaje y yo nadaba y nadaba hasta que llegó un gomón. Me dijeron: 'Subí, Daniel, que estamos cerca de Tigre', de nuevo en la orilla argentina”.
Esa frustración no lo hizo abandonar el camino. Y el 22 de febrero de 2008, a las 2.00 de la mañana, se lanzó al agua desde Punta Lara. Estuvo flotando una hora en el Canal Mitre, esperando que salieran los grandes buques del puerto de Buenos Aires. Aguantó una tormenta que duró tres horas, con olas altísimas. También debió enfrentar la peligrosa presencia de un Buquebus que iba a toda velocidad. Pero como si su cuerpo fuera un barco pasó por arriba de cada ola que generó el temporal, hasta que llegó a divisar las luces en la costa de Colonia. Fueron 22 horas en el agua. “Llegué al puerto comercial. Había un relajo bárbaro, mucha gente festejando, y yo estaba helado, blanco de estar tantas horas en el agua”.
Después de haberlo atravesado dos veces con la fuerza de su cuerpo, Daniel asegura que el Río de la Plata “es menos peligroso que manejar una moto”, pero “hay que tenerle respeto”. “La confianza es lo que te mata, pero ya está, no me tiro más al agua”, asegura.