Para comprender la construcción del puente giratorio de Carmelo, en 1912, se debe atender a las dinámicas locales y nacionales. Desde lo local la población de Carmelo, al igual que otras del departamento, desde fines del siglo XIX vivió un importante auge económico, social y urbanístico que demandaba un vínculo más fluido con el resto del territorio. En lo nacional, por su parte, la segunda modernización prohijada por el primer batllismo posibilitó obras de esta envergadura.

El Carmelo de la época

La población de Carmelo, fundada sobre el arroyo de las Vacas en 1816, según se refiere en una relación de vecinos en 1818, tenía en sus inicios “varios vecinos comerciantes y de artes mecánicas”, además de una “Iglesia y un señor Comandante con tropas y población de cuartel”. Su puerto es “interesante en situación y además puerto de navegación”.

En 1833 el agrimensor Juan Christison realiza una mensura del pueblo para conocer y delimitar las tierras ocupadas. En la década de 1850 la Junta Económico Administrativa, para evitar que la propiedad urbana fuera acaparada por unos pocos, limitó los sitios a 25 varas de frente en lugar de 50, incluyendo a los ya adjudicados. La resistencia de los dueños, alarmados por la reducción de sus posesiones, hizo que la medida fuera suspendida. En la misma época varios propietarios acumularon solares hasta conformar pequeñas chacras dentro del pueblo, y en los alrededores, chacras hasta convertirlas en estancias.

La edificación se reducía a miserables ranchos. Entre 1830 y 1836 será construida la primera casa de azotea con caños de desagüe de hojalata, perteneciente a Miguel Vadell. En la plaza pública, demostrando la irregularidad del trazado urbano, existía un rancho. En 1868 la población se calculaba en alrededor de 5.000 habitantes, habiendo 293 casas (120 con techo de azotea).

En 1894 las plazas Artigas e Independencia se habían acondicionado, colocándose ese año cordones, y en la última, cuatro dobles bancos. Para fines de siglo, en 1896, se registran 18 comercios en los rubros de almacén, ferretería y tienda, y tres barracas de frutos del país. Pese a este despegue comercial, la situación edilicia continuaba siendo precaria. El niño Juan L Dotto en una composición escolar aparecida en la prensa, con su mirada infantil (¿carente de prejuicios?), señala al respecto: “Del Carmelo pienso que es una población muy comercial; por su gran comercio en cereales y piedra, como también en arena y manufactura. De sus plazas me hago el siguiente juicio: Están muy mal arregladas y cubiertas de yuyos, sus árboles colocados sin simetría. En una de ellas faltan faroles y bancos y en fin diré que su vista es como la de un sitio baldío. Sus calles son rectas de 100 mts. de largo. La mayor parte están en mal estado debido á lo transitadas que son.[…] De sus edificios diré que son pocos los que se puede decir que son buenos; pero así mismo hay varios, tales como el Colegio Mixto y de Niñas, el del Dr. Stolle, Rattaro, Sucesión Dotto y Camblone”.

Al comenzar el siglo XX, según el Diccionario geográfico de Orestes Araújo se evidenciaba una mayor prosperidad y mejoras urbanas: “Las calles del Carmelo son rectas y anchas, su pavimento está bien conservado y su edificación moderna, sencilla y cómoda. Entre las construcciones oficiales sobresalen los locales de las escuelas públicas del Estado y los edificios destinados á subdelegación de policía y aduana. Dispone de un modesto teatro, prensa periódica, varias asociaciones de recreo y beneficencia, dos plazas, y es su población culta, laboriosa y de rígidas costumbres”.

En el censo de 1892, producto de la colonización agrícola, la sección de Carmelo contaba con 8.366 habitantes. Al respecto afirma Araújo: “En estos últimos veinte años este pueblo se ha transformado, no sólo por el aumento de su población, sí que también por los progresos materiales y morales que revela, al extremo de que de todas las localidades del departamento, ésta es la que mayor número de habitantes posee, sin excluir la ciudad de la Colonia: su población excede de cuatro mil almas”.

Desde la década de 1880 la extracción de arena y piedra sostiene un activo comercio con Buenos Aires. Sin embargo, ha contribuido “á paralizar la extracción y exportación de estos artículos la falta de canalización del arroyo de las Vacas, sobre cuya margen derecha se levanta el Carmelo”. La falta de canalización era un problema tanto para Carmelo como para Rosario, cuyo comercio también solicitaba mejoras sobre el río Rosario.

Este desarrollo económico del pueblo, sin duda, requería una estructura moderna de sus vías de comunicación. En 1882 los vecinos Luis S Manitto y Rafael Carduz botaron una barca para cruzar el arroyo de Las Vacas, la cual operó por 34 años. Pero este medio de transporte terminó por resultar insuficiente.

El puente giratorio

El primer batllismo se decidió a mejorar la vialidad en todo el país, construyendo rutas y puentes. En buena medida esto se hizo para contrarrestar el influjo inglés de los ferrocarriles.

El diputado por Colonia Eduardo Moreno, de filiación nacionalista pero con una visión modernizadora acorde con los ideales batllistas, propuso ante el gobierno nacional la construcción de un puente de metal sobre el arroyo de Las Vacas. Aceptada la iniciativa, en 1907 el Ministerio de Obras Públicas llamó a licitación. La empresa alemana Fábricas Unidas de Augsburgo y Nuremberg resultó ganadora, encontrándose su propuesta “simple y sólida”, según se requería, y siendo adecuado su sistema de rotación.

En enero de 1912 el puente ya se hallaba colocado y con su mecanismo en funcionamiento. La inauguración oficial, sin embargo, se demoró hasta el 1º de mayo.

Para el historiador carmelitano maestro Hugo Dupré, el puente significó “el principio de nuestro ingreso auténtico a la nacionalidad oriental”, ya que cortó la excesiva dependencia fluvial que se tenía con Buenos Aires. El departamento de Colonia, en este sentido, comenzaba a tener una mayor integración.

En la décadas de 1920 y 1930, con la aparición de la playa Seré y la rambla costanera, el puente giratorio pasó a integrar un paisaje de tipo recreativo y turístico, hasta hoy transitado y disfrutado por carmelitanos y foráneos.

El puente, además, se constituyó en un elemento identitario de Carmelo, ya que, como expresó el investigador profesor Eraldo G Bouvier, en una nota publicada en el Almanaque del Banco de Seguros en 2013: “Quien lo cruza una vez siempre regresa”.