Nos ubicamos en el tiempo y en el espacio. “¿Qué tal, amables señoras y señores oyentes? Tengan todos ustedes muy buenas tardes/noches. Es un placer volver a vivir la emoción del fútbol que nos convoca”. Desde hace 36 años, así comienza a contarles a los escuchas lo que se vive en cada transmisión de fútbol el doloreño Miguel Ángel Spósito.
Hijo del palmirense Miguel y de la carmelitana Angélica Dominga Mazzolini, Miguel vivió su infancia en Dolores y cuando tenía cinco años se mudó a Nueva Palmira junto a su familia. Cursó primaria en la escuela 8 Adela Acevedo Varela, donde reconoce que intentó jugar al fútbol. “A mí me gustaban todos los deportes, incluso me probé en un equipo de básquetbol, pero nunca logré afianzarme cuando niño”, rememora.
Tras cursar primaria, donde fue abanderado, hizo un año experimental en la UTU. “¿Sabés por qué no quise ir al liceo? Porque no sabía dibujar. En la escuela los dibujos me los hacía una compañera que dibujaba muy bien, Gladys Ferrari, ella me los hacía, cosas que se dan, nunca quise aprender a dibujar”. “Son cosas por las que después uno se lamenta”, confiesa.
Grito emocionado
Supo contar historias de ciclismo y básquetbol, pero la verdadera pasión de Miguel es relatar fútbol. Transmitir todo lo que sucede dentro de una cancha de fútbol es lo que realmente lo conmueve.
En Nueva Palmira comenzó a prestarle su garganta a la pasión del fútbol, con la oreja pegada a la radio en la que brillaban maestros de la narración deportiva como Heber Pinto y, sobre todo, Carlos Solé, a quien cataloga como el más grande de los relatores. “A mí siempre me gustó relatar, desde niño”, subraya. “En quinto año de escuela, a la hora del recreo, los compañeros me hacían relatar partidos. Me hacían sentar en un banco y se sentaban a escucharme relatar. De chico siempre relataba fútbol, ciclismo, básquetbol, imaginariamente y de forma solitaria, y con los años se viene a concretar aquello que nunca pensé que se podía dar”. “Iba a la casa de una amiga en Nueva Palmira y no la dejaba sestear porque me ponía a jugar al futbol y a relatar el partido”, recuerda sonriente.
Varias décadas después, con una voz y una forma de relatar muy particular, Miguel se ganó el cariño de los escuchas futboleros de todo el departamento de Colonia. Primero, a partir de 1986, sus narraciones conocieron el aire en Emisora del Sauce de Juan Lacaze, y desde el 2 de octubre de 1994 es la voz oficial de los relatos de Radio del Oeste de Nueva Helvecia. “Ese fue mi gran salto”, valora el narrador de emociones que el próximo 21 de junio cumplirá 77 años. En la actualidad también forma parte del equipo deportivo de Sacramento FM de Colonia.
El partido entre Ombúes de Lavalle y Nueva Helvecia por el departamental de selecciones fue el primero que relató en la legendaria radio neohelvética, perteneciente a la familia Ravazzani.
“Ganó 4 a 2 Nueva Helvecia. Dejamos a Silvar Álvarez en la cancha de Independiente de Miguelete y con [Mario] Olmedo y Mario Martens nos fuimos al Ángel Fortunatto”, recuerda sobre aquel primer partido.
La magia de la radio es única, y lo pone a prueba en cada relato, en cada partido, en cada jugada y en cada gol. “Trato de transmitir y ubicar a la gente que vaya a saber dónde están escuchando, pintando lo mejor posible el partido para que se lo imaginen”.
Cada transmisión la encara como si fuera la primera, cuenta, “con la misma pasión y entrega, como si todos los días rindiera una prueba”. Cada relato, cada palabra, jugada y gol lo transmite con el corazón en la mano, la emoción a flor de piel.
Reconoce que la radio le ha dado todo: “Lo poco o mucho que soy se lo debo a ese gesto que tuvo Carlos Nenote Espinosa [fundador de Emisora del Sauce], que fue quien me descubrió”. “Después uno se consolidó y pude dar el salto de llegar a Radio del Oeste, algo que me llena de satisfacción, y ahí estamos desde hace 28 años”, destaca.
“La radio es parte de mi vida. Lo vivo de una forma muy pasional, la llevo adentro. Poder transmitir lo que uno siente, y transmitírselo a la gente, es fantástico”.
Tiene 36 años de trayectoria en relato deportivo y aún se siente con ganas de seguir gritando goles. “Mientras las circunstancias me lo permitan voy a seguir relatando algunos años más, porque es parte de mi vida”.
Tiene estilo propio. Dice que nunca intentó copiar a otros relatores, a pesar de que Carlos Solé fue su ídolo. “Querer imitarlo sería como querer imitar a Carlos Gardel, sería un atrevimiento”, aclara. Reconoce ser dueño de un estilo particular y natural, por más que algunos lo hayan comparado con Alberto Kesman, incluyendo a su recordado comentarista, Enrique Yanuzzi. En 2008, en la final de la Copa del Interior, en Flores, Yanuzzi “me ponderó y felicitó por el trabajo del equipo deportivo de la radio, pero en su audición de Universal dio a entender que yo quería imitar a Kesman”. “Cuando yo relataba en la escuela primaria, Kesman no relataba, y yo ya lo hacía de la misma manera que lo hice durante todo este tiempo”, afirma.
Herencia
Hoy sigue viviendo con mucha alegría e intensidad las transmisiones deportivas, pero con un condimento especial. Cumplió el sueño de poder trabajar con su nieto, Rodrigo Hernández. Emocionado y sin titubear, dice que estar en una transmisión junto a su nieto “no tiene precio”.
Rodrigo es corresponsal en Tarariras de Radio del Oeste y cumple otras tareas periodísticas en la emisora de Nueva Helvecia. Combina sus horas laborales con el estudio en Montevideo. Quiere ser periodista: estudia en la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República. “Yo sabía que él tenía esa inquietud de estar en el equipo deportivo”. Junto a su abuelo trabajó en la última Copa Nacional de Selecciones y en la actualidad comparten transmisiones en Colonia del Sacramento y Nueva Helvecia. “Es impagable”, subraya.
Miguel cuenta, con orgullo, que en las coberturas de la emisora en las últimas elecciones municipales Rodrigo “era el más joven y yo el más viejo del equipo”. Y destaca que el fútbol es la pasión de ambos.
Amor de bicicleta
Antes de ser relator, Miguel fue ciclista. El ciclismo fue el deporte que, a los 20 años, lo mudó de manera definitiva a Juan Lacaze. Fue en 1968, lo recuerda perfectamente. Su padre le compró la primera bicicleta cuando tenía 13 años. “Juan José Lucetti, que tenía un taller de bicicletas en Nueva Palmira y además corría, me dio manija y allí comenzó la pasión por el ciclismo”.
Sus primeros pasos en el ciclismo fueron en el Club Ciclista Nueva Palmira, después pasó al Club Ciclista Carmelo, para luego recalar en Uruguay de Juan Lacaze. “Acá [Juan Lacaze] venía a correr. Tuve una temporada muy buena en el club Carmelo y el técnico de Uruguay Javier Velázquez se interesó en mí. Me vine para acá y no me fui más”.
Allí conoció a Susana Flores y ya no se separaron. El amor de la pareja trajo al mundo a Mónica, la mamá de Rodrigo.
Miguel pasó por varios clubes: Uruguay, Alas Rojas, Unión Pedal Lacacina, Martín Sequeira, Peñarol, Unver, donde compitió junto a Raúl Grela, una de las grandes figuras del ciclismo nacional.
También participó en dos Vueltas al Uruguay (1967-1968) y en una Mil Millas Orientales (1967), que por entonces era una de las principales competencias del país.
Cuando sólo tenía 23 años, y con muchos años por delante para seguir destacándose en el deporte, dejó el ciclismo por razones laborales. “Trabajaba en la cantina del club Uruguay y en la Administración Nacional de Puertos (ANP), y con los dos trabajos se me complicaba la parte de los entrenamientos”. También trabajó como comisionista, actividad que desarrolló durante muchos años.