Los escritores reseñados ya son veteranos en el terreno de la poesía, con numerosos libros en su haber. Por eso estas nuevas obras dialogan con su producción anterior, decantándose por el texto breve y la expresión condensada. Las búsquedas previas sustentan esta opción por la síntesis.

Daniel Abelenda en su Poesía Reunida incorpora poemas no incluidos en libros anteriores, lo que no resta para que ofrezca un mismo estilo y respiración poética. Desde unas palabras introductorias, el autor detalla su proceso creativo, planteando como su poesía fue emergiendo desde el formato de la canción y de una poesía social (Celaya, Goytisolo, Cernuda, Blas de Otero, etcétera) presente desde los años 60. Estas referencias artísticas son por demás notorias en su repertorio temático y su modalidad expresiva.

Los textos muestran ciertas marcas estilísticas y temáticas ya aparecidas en obras anteriores, pudiéndose agrupar en tres categorías: 1) poemas que remiten a la infancia y juventud, ambientados en paisajes rurales o citadinos; 2) poemas que dialogan con la literatura y la poesía; 3) poemas de tintes filosóficos con una enunciación casi aforística.

Del primer grupo destacan “Claro de luna” y “Siempre tendremos Montevideo”. En el primero, la memoria se entrelaza con la música, dando una escena cargada de nostalgia. La sonata de Beethoven trae noches de diciembre (“Ya se venía diciembre / con sus noches azules / y sus lentos jardines”) en que la adolescencia da paso a la adultez y la “felicidad es imprevista”. En el segundo, la atmósfera de Montevideo (“vientos del sur”, la “llovizna gris /golpeando implacable /las claraboyas” y los “ansiosos zaguanes”) evoca un viejo amor. En estos poemas resaltan las descripciones y el énfasis cromático (verdes, grises y sobre todo azules) para transmitir la sensación de una memoria a la vez doliente y gozosa.

La reflexión sobre el acto de escribir y la poesía rescata figuras de poetas y ahonda en la circunstancia en que surge la creación. Aquí la enunciación es más breve y se apela a un verso menos visual y más abstracto. La escritura poética, tanto en el homenaje a Jorge Castro Vega, como en los textos de meditación personal, se aparece como un deber y una urgencia. En “Vorágine” se dice: “No postergues / ese poema / que ya no puede / dejar de ser escrito”. Y en los dos versos finales se remata: “La poesía es tiempo / y el tiempo no vuelve.” El paso del tiempo, la vida como apremio existencial, es un motivo transversal al libro, motivo que hilvana al conjunto de los poemas.

En el tercer grupo, con formatos que tienden a lo reducido, es que se dan las mayores problematizaciones sobre el tiempo: “El tiempo decanta / -incansable Cronos- / sucesos, lugares y gentes” (“Resúmenes”), “El pasado aunque / barca incierta, / me ha traído / finalmente / a puerto seguro”. (“Desde el muelle”), “El tiempo eterno / reloj de arena / todo lo decanta: / los viejos amigos / partieron tras sus / propias quimeras”. (“Simplificando”) y “El pasado se ha esfumado / y el futuro tarda en llegar” (“A eso de la tarde”, dedicado al poeta Juan Cunha).

Esta Poesía Reunida de Abelenda se constituye en un buen muestrario de las vertientes expresivas y temáticas del autor, el cual, además, tiene una obra narrativa (novela y cuentos) digna de consideración.

Foto del artículo 'Poesía de Daniel Abelenda y Elena Lafert: la síntesis como opción'

En El interior de la Casa. Un libro de sueños, la poeta Elena Lafert presenta un libro bilingüe con traducciones al inglés de su hija Melina Ivanchikova, que también es escritora y poeta. En una advertencia, por demás lírica, el reconocido poeta uruguayo William Johnston Fernández, destaca: “Un libro de sueños escritos es similar a una tabla de transmigración astral, a los conjuros fosforescentes que encontramos grabados en las cortezas de los árboles de un bosque en penumbra, a un eco que se repite siempre como buena suerte”. Arte de misterio, entonces, de símbolos que se muestran para ser descifrados.

El arte de la interpretación de los sueños, partiendo del texto fundacional de Artemidoro de Daldis en la Época Antigua, pasando por las elaboraciones psicológicas de Sigmund Freud y Carl G. Jung, hasta la sugerencia de una “historia cultural de los sueños” por parte del historiador Peter Burke, tiene una trayectoria por demás compleja y laberíntica. En el sueño tanto se albergan recuerdos personales, deseos y traumas del inconsciente, como enteras mitologías y arquetipos ancestrales. La musa, además, suele visitar a los poetas en los sueños (¿cuántos poemas no surgen casi completos en el sueño, ya prontos para ser transcriptos?).

Lafert recoge muchas de estas vertientes de lo onírico, presentándose los textos, en su brevedad, como fragmentos arrancados del sueño. Figuran asimismo motivos previos, dirigidos a las memorias familiares y a su particular posicionamiento en el mundo. Desde ese “interior de la casa”, que habla de lo íntimo, alejado de las miradas del afuera y los otros, es que se elabora la voz poética, siempre en tono menor y confidente. Porque el espacio del poema, en la vigilia o el sueño, es un refugio: “Pequeño universo mi casa / las casas donde habito”. Y en ese refugio, retornan los seres queridos: “Papá irrumpe desde más allá / me sujeta con sus brazos […] yo no soy una niña pero espero un reto”.

En el sueño, el yo, a lo Rimbaud, se convierte en un otro: “en mi sueño/ la voz me pertenece/ el paquistaní soy yo/ y la sed”. Pero la poeta sabe que está inmersa en el sueño y que puede mapearlo y recorrerlo: “había hecho una nota mental de cada parte del sueño”. Los sueños, noche tras noche, se viven como un viaje, ameritan llevar una bitácora que marque como, desde lo inmóvil, se los surca. A veces ese registro se limita a olores, a fragancias que quedan en el cuerpo: “el aroma de ese sueño/ evaporándose así/ del río que es la mente”.

La poesía, desde el ámbito de la ambigüedad y lo imprevisto, puede adentrarse en esas aguas del sueño, traducirlo en las formas más variadas. Así es que aprehende el deseo, aquello que falta, aunque sea un sabor en los labios: “Frutos rojos no había / pero hubo un sueño / donde los frutos rojos / deslumbraban / de ausencia”.

Finalmente el sueño es un laboratorio poético, lugar donde se experimenta en la obra: “Toda la noche trabajando / en sueños / Esta mañana: tres líneas”. Bien valgan esas parcas líneas, porque el poeta con un poco de esfuerzo y otro poco al azar, se hunde en la noche onírica y saca su materia creativa. El poema, a fin de cuentas, es “encontrado en el sueño de una poeta”.

Daniel Abelenda, Poesía Reunida, Montevideo, Solazul Ediciones, 2022, 51 páginas.

Elena Lafert, El interior de la Casa. Un libro de sueños, Colonia del Sacramento, Hurí Arte y Edición, 2022, 97 páginas.