“No busques a un árbitro con tantos años en el país, porque no hay; soy el más viejo en la actualidad” sostiene, convencido y orgulloso, el referí coloniense Walter Bermúdez, que desde hace 46 años se viste de negro.
Walter es el segundo de cinco hermanos criados en una familia obrera de Juan Lacaze. El Flaco quiso ser árbitro de fútbol desde niño. Todo comenzó en 1977 y hasta la actualidad cada domingo es un ritual, para él y su familia.
El 31 de agosto cumplirá 71 años pero los simula bien, corriendo la cancha todos los fines de semana como si nada.
Hijo de Enrique y Lourdes Rodríguez, el Flaco le debe la vocación a su padre. Cuando falleció Enrique, el joven Walter trabajaba y ayudaba a la economía de la casa y su madre le sugirió que siguiera el camino de su padre. “Tenía toda la ropa de él. Mi madre me entró a convencer y así arranqué como árbitro”, recuerda Walter, que nunca jugó al fútbol.
Cuando tenía 11 años ya acompañaba a su padre todos los fines de semana a los partidos. “Toda esa camada de buenos árbitros que había, te hablo de mi padre, de Ramón Acosta, Jacinto Fuentes, Pedro Casco, Richard Rivas, Brunner, Ataulfo Carro, salían en auto y mi padre todos los días llevaba a uno distinto. Pero por lo general me llevaba a mí, porque yo le decía que me gustaba el referato, entonces ahí fui mirando y aprendiendo”, cuenta Walter, mientras muestra artículos de prensa y fotos de viejas actuaciones, que tiene guardados en una carpeta ancha.
“Quería ser árbitro. Me encantaba ver a los árbitros y ver arbitrar, el ambiente de las canchas, la gente”, valora.
Bermúdez nació en el barrio Charrúa de Juan Lacaze, pero después su familia se mudó a Villa Pancha, el populoso barrio donde pasó la niñez y adolescencia. Fue a la escuela N° 100 hasta cuarto año (“en aquellos años no había quinto y sexto”) y luego cursó dos años en UTU.
Los años duros del cierre de Campomar
Enrique, el padre del Flaco, trabajaba en la textil Campomar y Soulas. Era tejedor. “Tenía 14 o 15 años y tenía que salir a laburar, para ayudar para la olla familiar. Pero la fábrica textil estaba trabajando mal, había huelgas en aquellos años y no pude entrar”.
Su primer trabajo fue como guarda en la empresa de ómnibus OLTE. “Viajaba a Colonia, Rosario, Tarariras. Ahí empecé a trabajar. Después, sí, mi padre me consiguió trabajo en la textil. Entré con 19 años”, recuerda.
Como muchos, Walter pensó que el ingreso a la fábrica era su salvación económica. “El que entraba a la fábrica sacaba la lotería, porque ibas a morir ahí. Trabajé 32 años en ese lugar, hasta que cerró en 1993”, repasa.
Esa etapa, ya con una familia formada, fue dura. “Pasamos mal, porque trabajábamos los dos en la fábrica, con mi señora. Yo hice changas por todos lados, en montes de eucaliptos, hornos de ladrillo, hasta que me fui a Montevideo a trabajar con mi hermano menor”.
Por esos años, mantuvo el trabajo como árbitro, cada fin de semana. “Era lo que tenía para agarrar unos pesos, era lo que sabía hacer y me ayudaba económicamente”, recuerda.
De saco y corbata
Walter repite que el referato es su “pasión” y por eso lo toma con mucha responsabilidad. Cada domingo a la mañana tiene el traje pronto, la camisa y la corbata planchada. Esa ha sido una constante a lo largo de su carrera, fin de semana tras fin de semana. No le importa cuál será el partido: el que viene siempre es el más importante, asegura.
Disfruta de ser árbitro de fútbol, y no distingue entre un partido de baby fútbol y uno de mayores. “El árbitro tiene que tener una imagen de respeto y seriedad. El finado de mi padre siempre me dijo: 'Usted cuando salga de árbitro, vaya adonde vaya, a hacer la categoría que sea, vaya siempre bien vestido, porque a usted lo ven bajar del ómnibus, lo ven bien vestido y dicen: 'Ese que está ahí es el árbitro'. Pero si vas vestido común van a decir '¿quién es éste?'”, comenta.
La fórmula, entonces, siempre ha sido llegar de traje y corbata. Puede ser el Campeonato del Litoral, la Copa Nacional de Clubes y Selecciones o fútbol infantil. “Hace 17 años que hago baby fútbol en Colonia todos los fines de semana y siempre voy de traje y corbata”, asegura.
Su primer partido oficial fue un clásico del fútbol lacacino: Reformers–Independiente en el estadio Miguel Campomar. Tenía 24 años. “El estadio estaba lleno. Me fue bien, porque el comentario en la calle fue bueno. Conmigo estaban Walter Marmisolle y Antonio Pelegrinetti”, recuerda. Fue el primero de cientos de partidos que arbitró en su carrera.
El problema está afuera
Al final de su carrera, dice que hay mucha diferencia entre los árbitros de antes y los de ahora. Ahora, según dijo, reciben más insultos que antes. Argumenta que es un problema “social”, que se debería explicar más por cosas que pasan “afuera que adentro”.
“Hablo mucho con los jueces jóvenes. Siempre les digo lo mismo: la sociedad está mal. Incluso en el baby. Es una vergüenza, a mí me encanta hacer baby, lo disfruto, me divierte, voy con mi familia. Pero el ambiente fuera de la cancha con los padres es insoportable. Al niño lo podés educar, pero los padres no sé qué quieren. Se piensan que sus hijos son Messi”, reflexiona.
Walter admite que su trabajo tiene también estos aspectos ingratos. “Ahora con los años que tengo ya no me afecta nada de lo que se diga o te griten de afuera, me río de las pavadas que grita la gente”, matiza.
El Flaco sigue adelante con la tarea porque a pesar de todo mantiene el entusiasmo: “Toda la vida me dediqué al arbitraje, lo llevo en el alma y lo disfruto”.
El cardiólogo le dijo que podía seguir haciendo ejercicio al menos por dos años más, y tomará en cuenta su recomendación: “Voy a arbitrar por un par de años más, este y el año que viene”.
Walter Bermúdez afirma, con orgullo, que es el árbitro más longevo en canchas uruguayas. Al final de la charla, repite lo mismo que dijo cuando nos recibió: “No busques a un árbitro con tantos años en el país, porque no hay. Soy el más viejo en la actualidad. Y voy a entrar al Libro Guinness de los Récords”.