En las ciencias humanas, para definir las cosas se presentan dos paradigmas que, al decir de Thomas Kuhn, son inconmensurables. Uno sostiene que el nombre crea la cosa, mientras que el otro postula que la cosa preexiste a su nominación. En el primer caso, según las ideas de Michel Foucault en Las palabras y las cosas, el nombre conlleva una serie de prácticas que crean o transforman a la cosa. En el segundo, para aceptar de manera coherente su formulación, la cosa debería mantenerse incambiada en sus características principales para que el nombre no la transforme. Y aquí surge un problema. La historia es tanto cambio como permanencia. La permanencia, entendida como una “cárcel de larga duración”, en palabras de Fernand Braudel, remite a la geografía o a las mentalidades colectivas. En el resto de los sucesos humanos, a partir de la revolución neolítica, prima el cambio. Las agrupaciones humanas, desde los pueblos a los estados, tienen al cambio como su norma. Con todo y en base a los argumentos que postulan aquellos que defienden la idea de que la cosa preexiste al nombre, en los cambios puede detectarse cierta continuidad, elementos que de modo sedimentario perduran incambiados. Estos paradigmas surgen como dos orillas que no se tocan.

Al momento de reflexionar sobre la fundación de Carmelo, y también sobre la de Nueva Palmira, tenemos que considerar esta problemática.

Los laberintos de las fundaciones

Cuando en 1966 el maestro Hugo Dupré publicó su libro Carmelo. Historia de ciento cincuenta años, consagró un sentido común colectivo que venía desde el siglo XIX. En la portada, para refrendar esta memoria común, estampa: “La ciudad fundada por Artigas”. En sus páginas se refiere a la importancia del padre Casimiro José de la Fuente, cura vicario del pueblo de las Víboras, quien en 1802 junto a los vecinos propone trasladar la población al Rincón de Escobar (actual Carmelo). ¿Por qué proponía esto el cura? Con gran tino, el historiador Luis Morquio Blanco señaló que varios sacerdotes deseaban mudar pueblos interiores hacia las costas, lugares portuarios, para beneficiarse del mayor tráfico, lo cual significaba mayores servicios religiosos y recaudaciones. En su momento, el pedido no fue atendido y recién lo sería en la época de José Artigas.

En el documento que produce Artigas en 1816, considerado como acta de fundación, se refiere: “El ciudadano José Artigas, interesado en la felicidad común, el progreso de los pueblos de la Banda Oriental y habiendo presentado el vecindario de Las Víboras, suscrito en la adjunta representación la fatal decadencia de aquel por su actual situación y las ventajas que adquirirá proporcionalmente mudando de ella a la costa del Uruguay y Arroyo de las Vacas, he resuelto conceder el permiso para dicha población”. A continuación se dan las pautas para el ordenamiento urbano del poblado. No se menciona ningún nombre, por lo cual en los años venideros se lo conocerá como pueblo de Las Vacas.

Este texto genera algunos problemas: el caudillo oriental tan sólo autoriza la mudanza del vecindario de Las Víboras, pero no crea un pueblo ex nihilo; esta voluntad de mudanza, además, parte del vecindario siendo sólo ratificada por la autoridad del momento. Se podría argumentar que, dado que Artigas organiza territorialmente el poblado, a él le corresponde su fundación. ¿Cuánto influyó, sin embargo, esta primitiva organización en el tiempo? ¿Su disposición territorial no es tan sólo un mero ordenamiento, superpuesto al elemento mucho más importante de la mudanza?

Ahora bien, en 1822, durante la dominación lusobrasileña, el referente local Isidoro Rodríguez hace gestiones para que la población de Las Vacas pase a llamarse El Carmelo o Del Carmelo, en homenaje a la Virgen del Carmen, vinculada a la zona y a la historia de la Calera de las Huérfanas. Desde un punto estrictamente nominalista esta sería la auténtica fecha de fundación del pueblo de Carmelo, cuando asume su nombre actual y comienza a organizarse y poblarse (cabe advertir que, en 1816, por las guerras del momento, la población era escasa). Desde esta óptica, los momentos anteriores, empezando por la iniciativa del cura De la Fuente, serían instancias prefundacionales.

Aunque este aserto pueda resultar revulsivo a una mirada tradicional de la historia coloniense, ofrece un buen fundamento. Sirva como ejemplo la situación del territorio que habitamos: ¿es posible sostener que es lo mismo la Banda Oriental, la Provincia Oriental, la Provincia Cisplatina o el Estado uruguayo? Y esto es más que un cambio de nombres: implica una mutación completa de concepciones sociales, económicas, culturales e incluso geográficas.

En el caso de rechazar este razonamiento nominalista, nos enfrentamos a otro problema. Si consideramos que la cosa preexiste al nombre, la cosa era el pueblo de las Víboras, cuyo traslado no crea algo nuevo, sino que prolonga lo anterior. La falta de un nombre para el nuevo asentamiento corrobora esta afirmación. La explicación fundacional artiguista, como ahora veremos, por deletéreos meandros sortea los requisitos de la lógica.

Una aseveración falsa, y en parte mistificada, es la que sostiene que Carmelo fue el único pueblo fundado por Artigas. También lo fue Higueritas-Nueva Palmira. Una documentada investigación de Jorge Frogoni Laclau ofrece numerosos datos al respecto. No obstante, el problema es similar y aún mayor, dado que no existe un “acta de fundación” artiguista similar a la de Carmelo.

Según testimonios posteriores, el caudillo habría comisionado a Manuel Durán para organizar el poblado de las Higueritas. Por la guerra contra el portugués, la población que se estableció luego fue desalojada. En 1831, el cura Felipe Santiago Torres Leyva contribuyó a la fundación de Nueva Palmira. No habría, por lo tanto, una continuidad evidente entre Higueritas y Nueva Palmira, más allá del factor geográfico. Aquí la postura nominalista tendría aún más asidero, ya que hay poca cosa sustancial que preexista al nombre. Otra vez los manes del artiguismo inclinarían la balanza en la interpretación sobre la fundación (o fundaciones) del pueblo (o los pueblos).

El factor Artigas

A las explicaciones nominalistas o de preexistencia de la cosa puede agregarse otra que hace hincapié en aspectos de prestigio y/o emocionales. Los pueblos y/o los estados seleccionarían según elementos de prestigio y/o emotivos héroes o episodios para fundamentar sus relatos sobre el origen. Esta selección, como puede suponerse, es arbitraria y se basa en elementos irracionales (todo nacionalismo, en última instancia, para ser efectivo debe ser irracional). En este sentido, aceptar la noción de Artigas como padre de la patria demanda laboriosos malabarismos conceptuales y altas dosis de emotividad.

El factor Artigas incide en la explicación fundacional de Carmelo e Higueritas-Nueva Palmira por estos componentes. Saltan entonces los puentes de la lógica y toda discusión queda silenciada. Este factor, además, opera como un deus ex machina, dándoles consistencia a fundaciones frágiles, casi evanescentes. Y el prestigio y la emotividad, por maneras ajenas a este mundo, borran cualquier arbitrariedad.

En la vida de los pueblos y los estados, en aras de la armonía y el consenso, se entronizan próceres y sucesos como fundamento, oficial y mítico, del origen. La discusión, el disenso, se barre debajo de la alfombra…