Juan Pablo Moresco (Dolores, 1982) estudió lengua y literatura en el CERP del suroeste, vinculándose desde esa fecha, a través de lecturas y actividades, al ambiente literario del departamento de Colonia. Con este, su tercer libro de poemas, el autor renueva ese vínculo, optando por el sello local Hurí Arte y Edición que dirige el profesor Leonardo Lesci.
Moresco viene elaborando un lenguaje sumamente riguroso y personal dentro del panorama de la poesía uruguaya. No sólo se destaca en el poema en prosa, según lo pudo demostrar en su libro Animales domésticos (2017), sino además en el poema en verso, y dentro del verso libre logra una musicalidad poco frecuente. Su lenguaje, aunque simple, está cargado de hermetismo y ronda siempre las formas del secreto, donde se debe leer entre líneas y captar las variadas historias que albergan al susurro.
El presente poemario, dedicado a su padre (figura que signa y une el libro), explora las diversas maneras de habitar el espacio, el tiempo y la escritura. Porque la creación, según afirmó la poeta rusa Marina Tsvietáieva, es una “tentativa de habitación”. Por eso Moresco, en unas palabras iniciales, señala cómo el autor se relaciona con la literatura, cómo la habita a la manera de una casa. “Lo que está dentro estuvo afuera: la casa es una bodega de recuerdos foráneos, un jardín de esquejes y trasplantes”, ya que el “lenguaje nos atraviesa” y somos un “producto defectuoso del lenguaje”. El entero poemario traza una reflexión acerca de la vivencia del habitar el mundo y el lenguaje.
El libro se divide en dos partes: “Soy” y “Una casa”. Ese soy, desplegado en modo existencial, remite a un epígrafe de Heidegger: “El habitar es la manera en que los mortales son en la tierra”. En esta sección el yo lírico se enfrenta al tiempo y la memoria, lanzando dudas y preguntas donde palpita una noción dolorosa del existir. Este buceo interior tanto abarca el cuerpo como los recuerdos. En el primer poema se expresa: “Me siento entre las sombras/ medito sobre el temido terror,/ sobre la nada acuosa de las horas […] soy un hongo en el tiempo,/ prendido en la húmeda pared de un resplandor de julio”. Puesto que, según se afirma en el poema número dos: “Las preguntas se esconden/ en los rincones del yo”.
La conciencia de vivir en la palabra, de ser apenas un reflejo, un amasijo del lenguaje, hace que se exclame: “Soy doloroso,/ yo duelo”. Esa parecería ser la única condición del yo, ya que el acto de la creación “emana espontáneo de la mente” y la escritura es insuficiente. Esta afirmación resulta extraña para un autor del oficio de Moresco. Sin embargo, considerando que la literatura es engaño y artificio, aquí se puede detectar cómo el escritor despliega, con gran talento, ese juego de espejos rotos en que nunca aparece una imagen última.
Este yo, aunque duela y aunque la escritura se le escape, parece dominar los resortes del tiempo. En el poema quinto refiere: “Yo comprendí la noche en los vaivenes del tiempo […] Era de tierra el tiempo,/ piedra en los minutos que se fueron”.
Surge en esta parte otro personaje clave en la estructura del libro, el “habitante desconocido”, ese “cero en la sala”, Óscar el gato. El habitante felino tiene el poder de detener el tiempo, de lograr renovarlo. Sus poemas, en las dos partes del libro, forman un ciclo propio, casi un poemario aparte. Mientras la casa, el tiempo o el lenguaje se desploman, Óscar, “arrollado en el sillón”, se ofrece como un sentido constante, una tabla de salvataje.
La segunda parte se encarama frente al espacio de la casa y la infancia. El poema “Retrato”, que abre la sección, ofrece la dinámica familiar y las mudanzas de domicilio. El tono se vuelve confesional: “De la otra casa/ conservo más recuerdos:/ un latón azul/ donde jugamos/ a salpicarnos risas de verano”. El lenguaje más abstracto y juguetón de la primera parte deriva a una tonalidad más cruda y cotidiana en esta segunda, resaltando el papel de la imagen en la creación del texto.
El tercer poema perfila la construcción de la casa en sentido material y doméstico: “He pintado mi cuarto,/ las paredes/ se encienden blancas”. De esta manera se pregunta: “¿No es otra cosa la vida:/ cuadros,/ caminos superpuestos,/ blancos/ para volver a pintar?” Y el espacio, el hogar antes conocido, se vacía: “Tu padre te ha negado,/ tu madre te ha perdido,/ tu hermano no está,/ estás solo/ a punto de caer.” (poema quinto). Y es así, según reza el poema final, donde la imagen del elefante balanceándose semeja un cuadro de Dalí, que todo se vuelve absurdo y la figura del padre se aleja ante la muerte (“¿Qué pasa que ya/ no venís/ a hacerle un chiste a la Muerte?”).
Cuando habitar la casa, el tiempo y el lenguaje se torna insoportable, tan sólo queda habitar el silencio. Como la poesía es silencio que habla, existe este libro. Agradezcamos al poeta por eso.
Juan Pablo Moresco, Habitar el tiempo, Colonia del Sacramento, Hurí Arte y Edición, 2022, 87 páginas.