Las pulperías en el Río de la Plata, desde la época colonial, fueron comercios al menudeo, lugares donde las personas podían proveerse de alcohol y mercancías en general. Tanto se encontraba en ellas vino, caña, aguardiente y tabaco, como telas y ropa hecha. Ubicadas en la ciudad y la campaña, se constituyeron en centros de sociabilidad para lugareños y forasteros. En la campaña, donde eran fijas o “volantes” (o sea móviles), fueron lugares para el acopio de cueros y cereales, improvisándose sus dueños en prestamistas.

De este modo desempeñaron un importante papel en la mercantilización rural, propendiendo a cierta “democratización” del comercio (con la amplia difusión de productos y moneda). Su tráfico tanto fue legal como ilegal, estando los pulperos en connivencia con ladrones de ganado. Debido a esta tolerancia hacia el abigeato, los estancieros combatieron a las pulperías (sin dejar, por eso, de utilizarlas). Los agricultores, peones y “hombres sueltos” (gauchos) fueron sus principales clientes, merced a las facilidades para el intercambio de mercancías y las posibilidades crediticias.

La pulpería rural fue, por tanto, un destacado enclave económico y social, que ambientó muchas de las tensiones clasistas de la sociedad rural. La renovación de los estudios sobre las pulperías comenzó en la década de 1990 de parte de Carlos Mayo y su equipo, siguiéndole otros trabajos de autores tan destacados como Jorge Gelman y Juan Carlos Garavaglia.

En este artículo pretendemos estudiar el funcionamiento de las pulperías en la región de Colonia, desde su aparición en el siglo XVIII. Además de investigar en la trayectoria y prácticas de los pulperos, deseamos señalar las percepciones sociales sobre la pulpería, abarcando a extranjeros y al propio aparato estatal.

Siglo XVIII: pulperos, estancieros y agricultores

El actual departamento de Colonia, a fines del siglo XVIII, fue un espacio donde convivieron, no sin conflictos, los estancieros y los agricultores. Sus principales productos, los cueros y el trigo, fueron canalizados hacia los mercados regionales por los pulperos. En 1796 se registran 32 pulperías en toda la zona, habiendo en los pueblos 19: 8 en Colonia, 3 en el Real de San Carlos, 2 en Rosario del Colla y 6 en Víboras. En 1798 la población se estimaba en 2.079 habitantes, lo que da un promedio de 1 pulpería cada 65 habitantes, cifra bastante alta. Esto delata un mercado saturado de comerciantes, lo que debió provocar una aguda competencia entre los mismos.

Algunos de estos pulperos eran, a su vez, grandes estancieros. Veamos la trayectoria de uno de estos pulperos: Manuel Correa Morales, en la década de 1760, fue cirujano de las tropas del Real de San Carlos, siendo agraciado con tierras en la zona de Rosario del Colla en 1763. En la década de 1770, sin embargo, lo encontramos como administrador de una pulpería ubicada sobre el arroyo de las Vacas, en la cual trabaja por su cuenta y como dependiente de Don Agustín Casimiro de Aguirre (“por quien haze mucho tiempo esta comisionado en esta vanda, en la compra de cueros para sus navios…”). Entre los años 1770 y 1772 envío con destino a Montevideo y Buenos Aires una remesa de 21.872 cueros, a nombre de tres grandes comerciantes: Don Agustín Casimiro de Aguirre, Don Juan Pedro Aguirre y Don Juan Ángel Lascano. En cuanto a las ventas, Correa Morales fiaba muchos productos a cambio de cueros. Alrededor de 51 personas le adeudaban un total de 7.087 pesos y 1 real (promediando 139 pesos per cápita) a ser pagados en cueros. Entre los deudores se hallan grandes estancieros como pequeños agricultores y peones.

Comenta sobre esta dinámica el historiador Jorge Gelman: “Tenemos aquí las características básicas de una gran pulpería rural en la Banda Oriental: tiene una vinculación de origen con algún gran comerciante de Buenos Aires o Montevideo y su objetivo es articular comercialmente un espacio rural más o menos definido. En este caso el espacio es muy amplio, ya que las actividades de Morales abarcan desde Soriano hasta Rosario en el sur, y a través de la venta a fiado de efectos de pulpería que sin duda le envía el gran comerciante, reúne a precios cómodos los productos del hinterland rural que luego serán enviados al mismo gran comerciante para reiniciar el ciclo”. A inicios del siglo XIX Correa Morales figura como estanciero, poseyendo alrededor de 19.000 vacunos en la zona de Rosario del Colla. Como en este caso numerosos pulperos pudieron ascender, gracias a las ganancias acumuladas, al estrato de los estancieros. Existió una gran movilidad social en la campaña rioplatense de la época.

Siglo XIX. Las pulperías: su condena e intentos de prohibición

En la Caja N° 408 del Archivo General de la Nación se descubre una nómina de 18 pulperos que para 1818 operaban en el Real de San Carlos (abarcando, es de suponer, un área rural más extensa que la circunscripta al propio Real de San Carlos). En la misma figuran personajes como Vasco Antúnez y José Cornelio Boné.

El primero, militar de origen portugués (nacido en Río Grande en 1773) estuvo estrechamente vinculado a la historia de Colonia del Sacramento, donde era abastecedor de carne por contrato. En 1805 fue expulsado de la ciudad por un incidente “de faldas”. Aunque fue un donatario de tierras artiguistas en 1816, a los dos años no trepidó en ayudar a los portugueses a que tomaran Colonia, en medio de la invasión lusitana a la Provincia Oriental. José Cornelio Boné, irlandés, llegó al Río de la Plata con las invasiones inglesas, afincándose en la región de Colonia. Fue agraciado con tierras merced al Reglamento Provisorio de 1815, apareciendo en padrones posteriores como estanciero.

Por esos años, en 1816, bajo el gobierno patrio de la Provincia Oriental, se ubica en los papeles del Cabildo de Colonia, un intento de regular la actuación de los pulperos referido a la venta de pan. Transcribimos el reclamo elevado al superior gobierno de la Provincia: “Tiene á bien esta Corporación hacer presente á V. E. el abandono ó desarreglo con qe. Existen en esta Plaza [Colonia del Sacramento] los Pulperos sin sugesión[sic] á un Arancel qe. de algún modo sea útil al vecindario, y no sufran los sacrificios qe. palpablem.te. se están biendo[sic] en las ventas d. sus frutos, en particular el pan”. Al respecto se promulgó un edicto: “Todo vecino de esta Plaza y su jurisdicción qe. amase Pan para vender devera[sic] arreglarse en el Pago al Arancel fijado para las Pulperías de la Ciudad bajo el concepto qe. el qe. falte á lo allí ordenado sufrirá la multa qe. se le imponga según su falta á la qe. no se le admitirá disculpa alguna. Colonia y Mzo. 27 de 1816”.

Por lo visto tanto pulperos como particulares, que comerciaban el pan por su cuenta, no se adaptaban al pago de aranceles y precios fijados. En el caso particular de los pulperos, su vinculación con los agricultores, a los cuales daban mercancías a cambio de trigo, los convertía en seguros especuladores sobre los productos panificables. Los delegados del régimen artiguista en Colonia intentaron frenar estos abusos, solicitando que los comerciantes del pan se ciñeran al canon establecido.

En un padrón de Colonia del Sacramento y sus distritos, que puede datarse para el año 1833, figuran 125 cabezas de familia. Entre los mismos encontramos 9 comerciantes (7%) y 5 negociantes (4%). Bajo el rótulo “comerciante” deben incluirse, seguramente, muchos pulperos. Algunos aparecen además con estancia, como Antonio Ríos, quien, además de poseer en la ciudad una finca de azotea con 8 piezas, valuada en 1.200 pesos, tiene 800 cabezas de ganado valoradas en 1.600 pesos. Comerciantes y estancieros, según el historiador Juan Villegas, se cuentan como el grupo más acaudalado de la población.

Veamos la opinión de un extranjero acerca de las pulperías. El francés Benjamín Poucel, junto a sus socios los Le Bas, en 1839, compraron a la familia Correa Morales, una estancia de 7.245 hectáreas en la zona de Pichinango, próxima a Rosario. Poucel en su libro “Los prisioneros del Durazno” (“Les otages de Durazno. Souvenirs du Rio de la Plata pendant l’ intervention Anglo-Française de 1845 á 1851”) publicado en 1864, efectúa sobre los gauchos y las pulperías de campaña reflexiones en extremo críticas.

Sobre los gauchos refiere: “Estos hombres, los gauchos, verdaderos pólipos, roedores del cuerpo social, son conocidos con el nombre genérico de matreros u hombres de los bosques”, dividiéndolos a continuación en dos tipos: el gaucho “simple” y el gaucho “malo”. El gaucho “simple” vive aislado y se dedica a una “rapiña moderada”, que le permite dedicarse “a las delicias de una holgazanería independiente”. En tiempos de paz, irá a vender al estanciero un lazo u otro artículo de cuero trenzado, preparado por él con la piel de la vaca o la yegua que le mató al propio estanciero. “Así, este gaucho es un ladrón honesto, porque venderá el objeto casi por el valor del trabajo…”. Ese trabajo vale mucho más a los ojos del gaucho que el mero cuero, al que se le suma también el esfuerzo hecho por atrapar el animal, matarlo y despedazarlo.

En tiempos de guerra, el gaucho “simple” presta servicios más importantes al estanciero, al avisarle de una patrulla en las cercanías, o la presencia –mucho más temible– de un gaucho “malo”. En el caso de que se aproxime un ejército, se despide del estanciero, agradeciéndole el haberle permitido vivir en los montes de su estancia, y se traslada a veinte leguas de distancia, para no ser enrolado a la fuerza. El gaucho “simple” recoge noticias de la marcha de tropas o de la presencia de los gauchos “malos” en la pulpería. La pulpería, para Poucel, “es una detestable especiería de campaña”. El gaucho “malo” agrega a las características del “simple” su propensión al robo y el crimen (llegando a extremos “horribles y sanguinarios”). La pulpería para este francés, era el centro de reunión de los gauchos, una “detestable especiería de campaña”, que alentaba todos los vicios.

Una visión similar tendrá el gobierno republicano una vez salido el país de la Guerra Grande. Sobre una pulpería (o comercio) rural próxima al Pichinango, relata Poucel, que durante 1843-1844, en plena Guerra Grande, ante la escasez de provisiones, el señor Medina, comerciante establecido a unas leguas de su estancia, les había dado mercancías a crédito. Medina estaba conforme con este arreglo, dado que sus mercancías se iban “en préstamos obligados y en donaciones hechas a las partidas [de los ejércitos blancos y colorados] que recorrían la campaña”. Por mayor seguridad, incluso, había depositado en la estancia de Poucel “todas sus telas o mercaderías de precio”, considerándolas allí más seguras que en su propia casa. Por nota de octubre 25 de 1847 se informa de la venta de mercaderías del comerciante “salvaje unitario” (rótulo aplicado por los blancos y federales a sus enemigos) José M. Medina (posiblemente este Medina, estimamos, sea el mismo citado por Poucel), realizada por José García y Mon, a nombre de su hermano Carlos.

Entre los objetos vendidos se encontraban varas de franela, de raso, espuelas, estribos, cerraduras, bombillas, jarros finos, resmas de papel, palanganas de loza, jarras de cristal, clavos, medias de seda, guantes de algodón, gorras para niñas, un pañuelo de seda negro, sombreros, etc; lo que prueba la gran variedad que tenía el comercio de Medina. Todo ascendió a la suma de 198 pesos y 85 reis. Varias pulperías de campaña tenían stock de mercancías similares al de Medina. Las pulperías, por tanto, fueron centros de aprovisionamiento mucho más amplios y variados de lo que a veces, y en base a lo que deja traslucir la historiografía clásica, se suele suponer.

En 1852 el Departamento tenía 6 comercios al por mayor y 104 al menudeo, además de 5 cafés y billares. En relación a las pulperías, cuando la visita del presidente Juan Francisco Giró a Colonia, se dijo por parte de la Junta Económico Administrativa que para evitar el robo y el vicio se debían controlar y en lo posible suprimir las pulperías volantes y “toda clase de pulperías”. Ellas eran la causa “del atraso […] de los Pueblos” del Departamento, dado que resultaban “teatro de desordenes y donde germinan los vicios que producen los crímenes[…] muy particularmente el abigeato tan común, que la impugnidad [sic] aumenta y hace fácil el estado de nuestras fortunas en los Departamentos como este dedicado al pastoreo”. Tampoco aportaban al fisco el impuesto de patentes.

En el censo de 1854 se contabilizan 98 comercios al menudeo y 5 cafés y billares. En 1861 consultada por el Ministro de Hacienda, la Junta coloniense se expresa en términos similares a los de 1852. La cuestión mercachifles “está desde muy remotamente resuelta no sólo por la oposición del comercio fijo sino por la opinión pública en los Pueblos y campaña”. Retomando los conceptos anteriores se afirma que los mercachifles deben “absolutamente prohibirse” y las pulperías llevarse a puntos fijos, designados por el Jefe Político y la Junta, para así proceder a su mejor vigilancia, previniendo los “desórdenes consiguientes á su aislamiento actual”.

Sobre estos intentos fiscalizadores por parte de la Junta E. A. podemos deslizar una hipótesis plausible: dado que las clases altas departamentales, integrantes de la Junta o allegadas a la misma, pertenecían en gran parte al sector comerciante, es posible suponer que querrían controlar o suprimir al tráfico ilegal que representaban las pulperías, sus constantes competidoras. Sin embargo, una alta base demográfica en pueblos y campaña, como la multiplicidad de puertos, ambos factores que alentaron el tráfico comercial, hicieron de este contralor una tarea compleja. El comercio fue durante el siglo XIX –varios indicios permiten suponerlo– un rubro que escapó a todo control e intento monopolizador. Esto no impidió que se desarrollara una importante clase empresarial y comerciante.

Este mayor control (o su intento) sobre las pulperías, ocurrido en las décadas de 1850 y 1860, no sabemos si obtuvo efecto. Lo cierto es que en 1885, además de 183 comercios de todo tipo registrados, según los Anuarios Estadísticos, figuraban 82 pulperías en el departamento.

El departamento de Colonia, según estudios que hemos venido realizando, fue un activo centro de comercio, que alentó tanto al gran comerciante como al pequeño (que a lo largo del período decimonónico pudo identificarse con el pulpero). Confiamos en que futuras investigaciones reparen en este tema, en el perfil menudo del mundo comercial en relación al departamento de Colonia y al interior del Uruguay.