El origen de un pueblo religioso
El movimiento religioso valdense se originó en el siglo XII en Lyon, Francia. Se trata de la comunidad más antigua, de carácter cristiano no católico, que se constituyó antes de la Reforma protestante. El término valdense remite, pues, a una iglesia y también a una región de Europa. En efecto, la referencia geográfica comprende la zona de los valles del Piamonte occidental, Pellice y Chisone Germanasca, que parten desde Pinerolo, en Italia, y se internan en los Alpes, en los denominados Valles Valdenses. En esa zona surgió la comunidad religiosa fundada por Pedro Valdo, un comerciante y prestamista que antes había estado radicado en Lyon.
Casado y con dos hijas, Valdo llegó a establecer fuertes vínculos políticos y económicos con la iglesia católica. Las narrativas elaboradas por sus seguidores cuentan que Valdo sufrió una crisis espiritual al presenciar la muerte de un amigo en un banquete. Esa trágica circunstancia provocó que este hombre se preguntase acerca del destino de su alma en caso de fallecer. Preso de esas dudas, Valdo consultó a un teólogo amigo sobre qué caminos debería seguir para obtener la salvación, y este le respondió con el mensaje que, según los textos bíblicos, Jesús había dado a un hombre rico: “Anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riqueza en el cielo. Luego ven y sígueme”.
Valdo intentó leer los textos bíblicos, pero desconocía el latín, por lo que debió contratar a dos frailes para que los tradujeran a su lengua. La ortodoxia católica permitía la lectura de la Biblia solamente en latín, mientras que la predicación estaba restringida a la actividad de los sacerdotes.
Finalmente, Valdo hizo caso a ese mensaje, repartió sus bienes y comenzó a difundir los textos bíblicos. De ese modo se creó el grupo de seguidores Los pobres de Lyon o Los pobres de Cristo, quienes no aspiraban a romper con la iglesia católica sino a llevar adelante una suerte de prédica ambulante.
Los primeros valdenses fueron católicos laicos, hombres y mujeres con diferentes ocupaciones. El mensaje valdense convocaba al arrepentimiento, a la realización de buenas acciones y al desarrollo de una vida “auténticamente cristiana”. Los valdenses provocaron una disrupción al leer la Biblia y comentarla en lengua popular de modo público, fuera del ámbito de los conventos y de la mirada hegemónica de los sacerdotes varones católicos. Frente a la insistencia en la predicación popular, las autoridades de la iglesia romana asumieron posturas muy duras, que derivaron en siglos de persecución.
La dispersión de los valdenses comenzó en 1176, cuando el arzobispo de Lyon les ordenó cesar la evangelización. Los valdenses rechazaron esa orden, por lo que fueron expulsados y retomaron la actividad en comarcas y ciudades vecinas. La persecución a los valdenses por parte de los católicos fue masiva desde el siglo XIII al XVI. La predicación quedó restringida al interior del hogar, al ámbito familiar.
Hasta el Sínodo de Chanforán, en 1532, que adhirió a la Reforma protestante, el valdismo fue una organización clandestina cuyos miembros se refugiaban en los Alpes occidentales. En efecto, con la Reforma promovida por Martín Lutero se fracturó la unidad católica y surgió el movimiento protestante al cual adhiere el valdismo. Ese evento determinó el final del movimiento valdense y el comienzo de su historia como iglesia reformada.
Entre los siglos XVI y XVII los valdenses se unieron a la “ofensiva de predicación” promovida por el calvinismo, lo que produjo la ruptura definitiva con la iglesia católica. La persecución ejercida por el catolicismo condujo a las masacres de Provenza (Francia) en 1545 y de la colonia de Calabria (Italia) en 1560. Esto llevó a que la tradicional actitud que habían tenido los valdenses de no violencia se sustituyera por la resistencia armada como legítima defensa. Las persecuciones seguidas de muerte se prolongaron en el siglo XVII.
Merced a la intervención de Inglaterra y Países Bajos, los valdenses retornaron a los valles, donde permanecieron exiliados en el marco del denominado Glorioso Retorno (1689). A lo largo del siglo XVIII y hasta mediados del siglo XIX los valdenses habitaron en el Piamonte.
En el marco de la revolución parisina de 1848, en varios países de Europa se promovió la promulgación de constituciones que otorgaron mayores libertades a los habitantes. Así, el 17 de febrero de 1848 Carlos Alberto de Piamonte expidió las Cartas Patentes, también conocidas como el Edicto de Emancipación, que implicó el reconocimiento oficial de los derechos civiles y políticos de los valdenses.
La llegada a Uruguay
Al promediar la década de 1850, dos muchachos que vivían en los valles del Piamonte se embarcaron en Marsella sin rumbo fijo y llegaron a Montevideo. Aquellos dos jóvenes, de apellidos Planchón y Bertinat, son considerados los adelantados de la colonización valdense en Uruguay.
Esos dos jóvenes se relacionaron con Frederic Snow Pendleton, capellán de la Legación Británica en Montevideo, quien los puso a su vez en contacto con las personas que lideraban el proceso de colonización de la campaña uruguaya tras la finalización de la Guerra Grande (1839-1851). Así, entre 1856 y 1858 llegaron 200 valdenses –mujeres y hombres, de todas las edades– cuya principal actividad económica en las montañas había sido la agricultura. Más tarde llegarían unos cuantos más.
En primera instancia, los valdenses obtuvieron tierras en el departamento de Florida. Sin embargo, en esa zona del país la iglesia católica encabezó una oposición que hizo que aquellas familias debieran trasladarse al departamento de Colonia, con ayuda del gobierno. Allí, finalmente, estos migrantes pudieron adquirir parcelas que habían sido fraccionadas de la antigua y amplia estancia El Virrey, donde, posteriormente, también encontrarían espacio los colonos suizos.
La Paz: el primer centro poblado de la colonia valdense
Según lo acordado en el contrato con la Sociedad Agrícola Rosario Oriental, los colonos valdenses se establecerían en el área delimitada entre el río Rosario y el arroyo Sarandí Grande, que estaba dividida en chacras. El historiador Roger Geymonat relata que Doroteo García, uno de los titulares de esa sociedad agrícola, definió dónde se instalaría ese pueblo, y propuso llamarlo La Paz.
Antes de que los resultados del trabajo en la tierra dieran sus frutos, los colonos valdenses debieron hacer frente a la falta de alimentos y a los rigores que imponía el clima.
De acuerdo a la documentación que conserva esa comunidad religiosa, tres años después de la llegada de los primeros valdenses la colonia ya estaba consolidada. El pastor Miguel Morel realizó un censo en 1860, en el que estableció que la población alcanzaba a las 185 personas que, gracias al cultivo de trigo, maíz, zapallos, porotos, entre otros, se encontraban “en relativa abundancia”.
Al año siguiente la población de la colonia ya había crecido. Según el informe que la Mesa Valdense envió al Sínodo de esa comunidad religiosa, “sobre 240 colonos se realizaron, en espacio de nueve meses, un sepelio, 19 bautismos y cuatro casamientos”. Ese reporte destaca el apoyo que los colonos recibieron de los vecinos de Rosario, que “están bien dispuestos hacia nosotros”.
Los límites de la colonia valdense
Óscar Gilles, reconocido estudioso de esa comunidad religiosa, comenta que los límites de la colonia valdense que se instaló en el departamento de Colonia exceden el espacio que hoy ocupa la actual localidad homónima. “Estrictamente el nombre que aparece en el contrato que firmaron los representantes de aquellas familias y la Sociedad Agrícola Rosario Oriental, la colonia en sí, según lo que dice el convenio, se llama Colonia Agrícola del Rosario Oriental”. Sin embargo, esa denominación tan larga no prosperó.
En definitiva, a aquella región más amplia “la gente comenzó a nombrarla Colonia Valdense en sus cartas, y generalmente la gente de afuera también la denominó Colonia Piamontesa, que eso tiene que ver mucho con el desarrollo histórico”. “En realidad, la Colonia Valdense es una sola, o Colonia Piamontesa, o Colonia del Rosario”, aclara. “Después, con el tiempo, el centro urbano fue quedando acá [por Colonia Valdense] y al principio la gente a este lugar le decía el centro, porque aquí están la iglesia y la escuela, porque era el centro geográfico de la colonia”, explica Gilles.
Pero unos diez kilómetros al oeste del centro de la actual Colonia Valdense se encuentra La Paz Colonia Piamontesa, que es reconocida como el primer poblado conformado por los valdenses que llegaron a Uruguay a mediados del siglo XIX. Sus habitantes aseguran que el pastor valdense Miguel Morel y Doroteo García, antiguo propietario de aquellas tierras, fueron los artífices de esa localidad.
Jorge Long, docente retirado que ha estudiado la historia de esa localidad, destaca los principales hitos de ese devenir. En ese recorrido, Long hace hincapié en el rol que cumplieron los promotores del arribo de migrantes a estas costas.
La Sociedad Agrícola del Rosario Oriental –presidida por Doroteo García– estaba conformada por “un grupo de gente que compraba tierras y las fraccionaba para asentar inmigrantes”. García se enteró de que “habían llegado valdenses a Florida y que habían tenido problemas con el cura del lugar”, por lo que se conectó con ellos.
“El 30 de julio de 1858 vino un grupo de gente a conocer el lugar; firmaron el contrato y algunos ya se quedaron acá. El 17 de octubre de 1858 comenzó a mojonarse la plaza. Ese día se pusieron los cuatro mojones en la plaza y a las ocho manzanas que circundan la plaza; después eran todas granjas de 36 cuadras que se les vendieron a los colonos”, comenta.
Frente a la plaza del pueblo, se instaló la casa del administrador y se construyó un galponcito donde funcionaban la escuela y el templo. “Para nosotros, Doroteo García es el padre del pueblo y el otro es Miguel Morel, que era muy rígido, férreo y que ayudó a sostener al movimiento valdense”, resalta Long.
La Paz también tiene su impronta católica. La villa mantuvo un contacto fluido con la vecina Rosario y, además, en campos cercanos se instalaron personas que profesaban el catolicismo y que dejaron un legado en obras. “Casi enseguida que se fundó La Paz se hizo el templo católico. A principios del siglo XX hubo una familia, Pérez Butler, que tenía tierras por acá cerca; esa gente tenía mucho dinero e hizo muchas donaciones en el pueblo, incluyendo el templo”.
La disputa por el templo
A pesar de los exitosos resultados económicos que tuvieron los colonos valdenses en el departamento de Colonia, hubo una serie de conflictos internos relacionados con el lugar en el que debía instalarse el templo de esa comunidad. Ese conflicto estuvo precedido por diferencias teológicas que existían entre las autoridades de la iglesia y un sector de la feligresía, los denominados “disidentes darbistas”.
Por un lado, había un grupo de colonos liderados por Morel, con el respaldo de la sociedad agrícola, que pretendía instalar el templo en La Paz, mientras que otros colonos, avalados por el capellán británico Pendleton, proponían erigirlo en un lugar más céntrico de la colonia.
Pendleton se transfornó en una figura muy importante durante la colonización, dado que había sido quien había negociado con el gobierno para concretar el otorgamiento de las tierras; el capellán también planteó una postura firme para evitar que los integrantes de la Sociedad Agrícola “despojaran de sus legítimos derechos” a los colonos valdenses.
La discusión no resultó un asunto menor para la comunidad, dado que se trataba de una colonización con base religiosa.
Morel temía que la ausencia de una organización religiosa provocara que los colonos adoptaran las costumbres de los criollos, “que viven aquí un poco como los animales, que andan sin Dios y sin esperanza en el mundo”. Morel apostó a un proyecto teocrático, y redactó un reglamento que apuntaba a crear “'una colonia sometida a una regla y a una disciplina, no a una aglomeración de familias con distintas costumbres viciosas, sino a una sociedad que tenga como base y como regla la Palabra de Dios”.
Las diferencias entre ambas posturas se extendieron en el tiempo, a pesar de las gestiones realizadas por el moderador Pablo Lantaret, quien fue enviado por la Mesa Valdense en 1869, y de la llegada de un nuevo pastor, Michelin Salomón. El célebre pastor y docente Daniel Armand Ugón, dueño de una amplia capacidad para el relacionamiento político, sería el encargado de acercar las posiciones. Finalmente, se construyeron dos templos, uno en La Paz y otro en el centro geográfico, en la actual Colonia Valdense, donde también se instaló la casa pastoral.
Una historia luminosa
Cada 17 de octubre, desde hace más de 50 años, en La Paz se lleva a cabo la Fiesta de las Antorchas, donde cientos y cientos de personas caminan por las calles del pueblo portando artefactos cargados de pequeñas llamas. La imagen que genera ese peregrinar es bellísima y se ha convertido en un atractivo para personas que llegan desde diferentes puntos del país y del exterior para participar.
Jorge Long formó parte del grupo de chiquilines que inauguraron esa celebración y continúa al firme en cada una de las marchas. “El año del centenario de la fundación de La Paz, en 1958, a un grupo de muchachos se les ocurrió prender antorchas y dar vueltas alrededor de la plaza. Con esos hongos que se usan en el campo armamos unas antorchas, le pusimos querosén y dimos vuelta a la plaza”, recuerda.
Aquellos jóvenes eligieron recrear en el aniversario de la fundación de La Paz lo que había ocurrido en 1848 cuando se decretó la libertad civil de los valdenses. “En el Piamonte todos los 17 de febrero se hacían fogones en los valles para recordar el día de la emancipación. Entonces la idea de hacer esa marcha acá vino de la tradición en el Piamonte. En la dictadura no nos permitieron hacerla todos los años, pero una vez que se terminó empezamos de nuevo y ahora viene mucha, mucha gente”. “Ahora La Paz también es conocido como el lugar donde se hace la marcha de las antorchas”, comenta Long, orgulloso.