En 1859 se demolieron las murallas de Colonia del Sacramento, dando paso a la ciudad nueva. Durante la misma década, en Europa, ocurrió un proceso similar, tirándose las murallas medievales para dar paso a la ciudad industrial. En Colonia del Sacramento, como en el resto de América Latina, el despegue comercial será la causa fundamental de este fenómeno. En 1857 concluyeron las obras del faro y luego de casi una década se inauguró el muelle de pasajeros.

Al desarrollo comercial se le sumó el aporte inmigratorio, haciendo que aparezcan, sobre todo en la ciudad nueva, cafés, restaurantes, hoteles, clubes y teatros, lugares de entretenimiento que aumentaron las relaciones de sociabilidad. Los juegos, asimismo, como el billar, las partidas de cartas y las carreras de caballos, constituirán otros espacios, a veces al borde de la legalidad, para la reunión y diversión.

En la década de 1820, durante la Cisplatina, por el relato de un anónimo viajero inglés conocemos la existencia de un modesto billar en Colonia del Sacramento. “La ciudad no puede sostener una taberna, no hay más que un miserable salón de billar, en una casa, a la cual frecuentaban los oficiales portugueses”. El viajero brinda, además, una descripción de una fiesta privada, caracterizando las costumbres y modos de sociabilidad de la clase alta local.

A propósito refiere: “Los habitantes de la Colonia son muy hospitalarios; asistí a un bautismo en una de sus quintas; cuarenta personas sentábanse a una mesa servida con carne asada, pavos, aves silvestres, pasteles, etc. El vino circulaba alegremente, bajo un continuo llamado de copas rebosantes; y después de la comida hubo baile. Algunos oficiales portugueses estaban presentes con sus jóvenes esposas españolas. En esas comidas tienen la costumbre de arrojarse pedacitos de pan; sentí cierto grado de sorpresa, al principio, al recibir esas balas de migas de pan.”

En 1853 se registran en todo el departamento cinco cafés y billares. En 1866 el periódico El Eco de la Campaña de Colonia del Sacramento, difunde en sus páginas un aviso del café de Gibbs: “El Sr. Gibbs ha establecido un Casino, que sirve de punto de reunión a nuestra sociedad, en el que además del buen billar y mesas para el mus hay refrescos y bebidas finas, con mucho agrado para el servicio”. El juego (billar y naipes) era uno de los principales estímulos para la sociabilidad. Sin embargo, sobre todo en las pulperías, podía derivar en pendencias. En 1877 se informa a la policía que en la casa de negocios de Antonio López en la sección del Real de San Carlos, el soldado Viviano Sosa había herido a Tulio Arellano. Tuvieron una discusión y se agarraron a los golpes con los palos de billar, quedando lastimado en un ojo Arellano.

Archivo: Colección Barrios Pintos de la Biblioteca Nacional.

Archivo: Colección Barrios Pintos de la Biblioteca Nacional.

En 1881 Francisco Barreto abrió en su casa una cancha de bochas, diversión bastante común tanto en los pueblos como en campaña. Por su parte, en 1890, Juan Mallarini mantuvo una cancha de pelota que, según aviso de la prensa, “está siendo muy concurrida”.

Numerosas corridas de caballos se realizaron en el Real de San Carlos. En 1881 se solicitaron permisos a la Jefatura Política y de Policía para organizar varias. En enero de ese año requieren autorización Liborio Méndez y Juan Arroyo, que iban a competir con caballos zainos. La apuesta sería por 25 pesos, corriéndose en la casa de negocio de don Gregorio Irastorza. En setiembre se presentan Juan Vidal, con un caballo overo, y Liberato Silva, con un caballo rosillo. La carrera se jugaría en la cancha de la pulpería de Juan Pou y Cía, siendo las apuestas de 15 pesos cada parte.

A fines de la década de 1880, en una estructura de madera, se llevaron a cabo corridas de toros, viniendo incluso toreros españoles, como la torera Juana Sánchez, apodada “La Frascuelita”.

Los edificios escolares, asimismo, oficiaron como centros de festejos y reuniones. En 1867 se llevó a cabo una entrega de premios a los alumnos, coincidiendo con la inauguración de locales para las escuelas. En la ocasión se realizó un baile. “Con razón dice La Opinión Nacional que en la Colonia viven bailando”, fue el comentario aparecido en El Eco de la Campaña, sin embargo, párrafos abajo, el cronista se lamenta por la carencia de teatro y diversión pública alguna.

Al año siguiente, el asunto de la actividad teatral comenzaría a solucionarse, al venir a Colonia, pasada la peste del cólera, un elenco de actores, poniendo en escena las obras “Guzmán el bueno o la Defensa de Tarifa” (comedia) y una pieza personal. En 1883 empieza a ofrecer representaciones la sociedad teatral local de aficionados “La Unión”. En las dos últimas décadas del siglo, el movimiento teatral se incrementa, funcionando el Teatro Progreso, el improvisado Teatro Oriental, Teatro Unión y el teatro del Sr. Enrique Carballo, terminado en 1896. Ese año, en el Teatro Unión la empresa Buffo y Cía realizó una temporada de Grandes Bailes Públicos, tocando una orquesta compuesta por 17 ejecutantes dirigidos por el Prof. Cabezón en primer violín.

Otros sitios de reunión eran los restaurantes y confiterías. En la década de 1870, el periodista y publicista inglés Eduardo Mulhall en su Manual de las Repúblicas del Plata (1876), refiere que había en la ciudad “dos buenas fondas, la inglesa de Murtagh y la de un vasco francés”. En la década siguiente, sobre la calle General Flores, se encontraba el “Hotel Español” de Francisco Betelú, uno de los mejores del momento. “Los favorecedores a este establecimiento hallarán, además de un buen trato, comodidades suficientes tanto para hombres como para familias”, anunciaba un aviso en la prensa, agregando: “también se sirven viandas a domicilio”.

La instalación de confiterías se multiplica. En la década de 1880 se hallan ofreciendo sus servicios al público la confitería La Amistad, de Francisco Dondi en la calle General Flores y la confitería-almacén Oriental, de Juan Errecart, en la esquina de las calles Sarandí y Solis. En 1890 se abre el café Europa, de Olito Hesselgren y Cía, en la Plaza 25 de Agosto. En el local se vendían “bebidas para banquetes” (champaña, oporto, jerez, licores de varias marcas) importadas por la firma Guillermo Wanrell de Montevideo. También se servían helados, funcionando el café “día y noche”.

En el “Hotel Esperanza” (calles General Flores e Ituzaingó) del italiano Juan Peila, también funcionaba un restaurante. En 1911, al realizarle un homenaje en el hotel por sus cuarenta años de residencia en la ciudad, el menú consistió en: Medaillon de poisson en Aspic, Creme de volaille, Langue de boeuf Lucullus, Filet Durham financiere, Poulet rotí salade, Bombe Peila, Macedoine de fruits y café.

Ya en la década de 1880 se han constituido sociedades recreativas, siendo una de ellas la Cosmopolita Artística, fundada en 1879, la cual efectuaba algunas tertulias, solicitando incluso el edificio de la Jefatura para realizar las mismas. En los hogares particulares también se celebraban tertulias. En junio de 1903, por ejemplo, con motivo de las fiestas de San Juan, se congregaron en la residencia del médico José Pou Cardoner, las señoritas Catalina y Rosaura Melazzi, María Etchebeere, Elena y Julia Gracioso, Elisa Pou, Ana Alfano, Clotilde y Rosalía Badín y Laura Macchi, junto a los caballeros Washington y Andrés Torres, Washington Barbot y Salvador Sery. Luego de las tradicionales cédulas de San Juan, se interpretó música de Beethoven, Mendelssohn y Weber.

El 25 de agosto de 1901 queda constituido el club Centro Unión Cosmopolita, producto de la fusión de dos sociedades recreativas, la Unión” y la Cosmopolita Artística. Con una continuidad que llega a nuestros días, el Centro Unión ha sido protagonista de los diferentes aconteceres de la sociedad coloniense y de sus formas de sociabilidad. En 1955 fue inaugurado su nuevo edificio (General Flores esquina Juan A. Lavalleja), constituyendo, según Barrios Pintos, “un aporte jerárquico al acervo edilicio de la ciudad”.

Sin duda hacen falta mayores estudios sobre los lugares y modos de sociabilidad durante el siglo XIX y principios del XX. Un hecho que se constata apunta a la escasez de fuentes para este tipo de historia. Por los materiales hasta ahora compulsados tan sólo podemos vislumbrar aspectos epidérmicos de la sociabilidad coloniense.