Las historias locales hechas en el interior del país han tenido a la ciudad como uno de sus ejes principales. Los procesos fundacionales y el posterior desarrollo urbano, destacando sus características singulares, fueron algunos de los temas mayormente transitados por los historiadores locales.

En el departamento de Colonia, con relación a Carmelo y Rosario, surgió desde temprano, a comienzos del siglo XX, una variada bibliografía, la cual recaló en las polémicas fundacionales. Rastrear y precisar los orígenes es una obsesión reiterada para la memoria pueblerina.

Repasar, por lo tanto, los diversos intentos explicativos, viendo cómo se fue construyendo un relato histórico (que aunque buscó lo unívoco no pudo rehuir lo plural), es una tarea necesaria y de gran interés, tanto historiográfico como memorialístico. Las diferentes construcciones históricas efectuadas sobre el pasado de la ciudad de Rosario del Colla otorgan un buen estudio de caso, en parte privilegiado a nivel departamental, por sus múltiples enfoques.

La historiografía escrita sobre Rosario, cabe advertir, se ha centrado en tres temas: 1) la fundación y el origen español de la villa; 2) la relación con las colonias y el desarrollo urbano; 3) el declive económico al comenzar el siglo XX.

Los diferentes historiadores han dado respuestas diversas a estas problemáticas, tanto contribuyendo al diálogo como a la polémica. En el presente artículo nos proponemos analizar estos tres ejes, partiendo desde el relato más antiguo, perteneciente al periodista español José Barcón Olesa.

Rosario y sus varias fundaciones

En su Monografía completa de la Región del Colla (1902), Barcón Olesa privilegia como principal instancia fundacional la fecha de 1810, la cual era sobre todo estimada al comenzar el siglo XX. No obstante, traza un proceso previo que se remonta a 1781. Destaca que la “ganadería y la industria pecuaria fueron la base de la población del Colla”, alegando que por estas explotaciones es que fue ocupándose la zona. El asentamiento definitivo, empero, no se produciría hasta 1810.

Esta fue la versión corriente hasta mediados del siglo XX, en que fue sustituida por la que predomina hoy. En esta versión se hace hincapié en la organización definitiva de la población, cuando los poderes virreinales reconocieron la existencia de la misma y procedieron, por ende, a realizar los repartos de tierra necesarios. Si bien no se desconoce el proceso previo, se le otorga un papel exiguo. En esta lógica, sobre todo legalista, la población de Rosario no habría existido como tal hasta 1810, cuando finalmente la autoridad terminó de cumplir los trámites estipulados, y pasó a estimar a los hasta ayer dispersos ocupantes como un vecindario. Y este aspecto no es menor: para la mentalidad tardocolonial, existió una diferencia muy marcada entre el ocupante y el vecino, diferencia que estaba pautada por la debida apropiación de la tierra, por el rango de propietario. Recién en 1810 los habitantes de Rosario fueron vecinos y, por lo tanto, sólo a partir de allí comenzó a existir una población. Cabe preguntarse: ¿esta lógica seguiría pesando al momento en que Barcón Olesa refirió el hecho de la fundación? Esta clara escisión entre ocupantes y vecinos, que subtiende la fecha fundacional de 1810, quizás era algo por demás evidente y normalizado para los pobladores rosarinos que inauguraban el siglo XX. La nueva versión, que convertiría a los primeros ocupantes en vecinos de pleno derecho, es posible que respondiera a los nuevos tiempos democráticos, en que el relato nacionalista, fuertemente criollo y cada vez más antiespañol (como así también antiporteño y antilusitano) iba a permear toda la construcción del pasado.

El escribano Francisco Barredo Llugain, en su conferencia de 1957, construye, con todas las resonancias del bronce y el mármol, un héroe fundador para Rosario y se consagra como su heraldo. No por nada, en la placa conmemorativa que le dedicó la ciudad para 1975, año del bicentenario, se resalta que fue quien “Descubrió el Origen de este Solar”. Su relato, repetido hasta la actualidad casi detalle por detalle, es el canónico, ocupando el lugar de una verdad indiscutible, ya lejos de toda crítica historiográfica y de cualquier margen de sospecha. Todo parece prefigurar el nacimiento de la villa, surgiendo Benito Herosa, al modo de los próceres de los relatos nacionales decimonónicos, como el fiel intérprete de una verdad que subyace hasta en el más humilde pastito. Esta fuerza teleológica avasalla cualquier duda, ordena los hechos para que el nacimiento de la villa, hasta 1810 por cierto endeble y aún abierto al azar, resulte algo indubitable e incontrovertible.

Como en muchos relatos de origen, tanto nacionales como de ciudades, la cosa esta ahí, quizás informe e innombrada, pero ya con sus rasgos definitorios, con una constancia casi divina capaz de sortear los mayores peligros y tempestades. El historiador, que no construye este objeto, sino que lo encuentra allí, inocente y virginal, sólo tiene que señalarlo, haciendo que brote como un manantial de verdad ante la absorta mirada lugareña. La fecha de 1810, para esta mirada, sólo es el final del proceso, la coronación de la divina acción del héroe fundador, apenas una leve espuma que se agita en la superficie. Para esta mirada, cabe advertir, no hay quiebres ni saltos, tan sólo obstinados desarrollos y continuidades.

La ocupación de la zona es temprana, teniendo un personaje fundamental en Pascual de Chena, el Colla. Su rol como pionero fundador, en 1726, surge en esta versión de Barredo Llugain. A la explicación de que el poblamiento se debe a la actividad pecuaria se le suman aspectos militares y religiosos. Una guardia y una capilla preparan y prefiguran el origen de la villa. Estos son comprendidos como focos aglutinantes, no meros elementos circunstanciales en el dominio de la región. Así, en 1773, el obispo de Buenos Aires nombra a Benito Herosa, poseedor de tierras entre las costas de Rosario y Cufré, mayordomo ecónomo de la nueva capilla a erigir. Este será el primer hito para la fundación de la villa.

Para Barredo Llugain, al parecer, ya había vecinos antes de que se constituyera el vecindario u orden urbano. Y esta estrategia discursiva no es para nada inocente, ya que al usar el término “vecino” no sólo le otorga continuidad a todo el proceso, sino que convierte a los habitantes del lugar en miembros de un organismo vecinal aún no constituido como tal. Los “vecinos”, de esta manera, ya prefiguran la aparición de una villa o población, puesto que, en germen, la contienen.

La población, no obstante, aún tardaría en constituirse debido a innumerables problemas, los cuales jalonan el viacrucis de la villa del Rosario y constituyen la epicidad de su relato fundacional. Correrán luego, con el tiempo, otros sucesos. Las horas inmediatas a venir serán anuncio de peligros para la nueva Villa. Conflictos con los bethlemitas, que harán pesar sus efectivas influencias, con don Félix Sánchez, denunciante de las tierras concedidas a los pobladores, con el poderoso don Francisco Medina que pretenderá, sin obtenerlo, su desalojo, y también estallarán agrias disputas entre los propios vecinos, por la avidez de algunos en la apropiación de las tierras. No todos persistirán en la voluntad inicial; aquellos de mejor temple mantendrán su arraigo, otros abandonarán la empresa, más al fin sobreponiéndose a las adversidades, se salvarán los destinos de la nueva villa y entrará en la etapa de su definitiva consolidación.

El proceso terminará de cumplirse en 1810, y así, de modo teleológico, y pese a aquellos que “abandonaron la empresa”, se resolverá el llamado de la historia, haciendo que el pueblo, quizás prefigurado por el indio Colla, aparezca en los campos de la Banda Oriental. Este relato fundacional debe su éxito a que construye una narración sin fisuras, con la suficiente carga de dramatismo y tensión épica, para que así pueda ofrecerse, plenamente blindado, a propios y ajenos. Los historiadores que vengan, de buena o mala gana, no tendrán otra opción más que plegarse a él.

Aníbal Barrios Pintos y Yens Schou mantendrán la idea de proceso, haciendo de la fecha de 1810 una pura formalidad, y consagrarán a Benito Herosa como prócer fundador. El último establece cuatro “unicidades” o premisas que marcan a la población: 1. Única ciudad del departamento fundada por españoles. 2. Sus empecinados vecinos tendrán que afrontar, como ninguna otra localidad, un extenso y angustioso período de consolidación de su proceso fundacional. 3. Única cuyo trámite fundacional se origina en un vecindario, y no es una sola persona. 4. No nace por orden gubernamental, sino desde una solicitud de pueblo a gobierno.

Estos asertos serán presentados como certezas y parte del relato oficial. Se les dirá amén y el entorno permanecerá en calma hasta el siglo XXI. Sin embargo, desde la historiografía departamental y rioplatense ofrecen muchísimos reparos. El punto 2 no contempla los procesos fundacionales de Carmelo e Higueritas, similares en sus derroteros y para nada menos angustiosos. El punto 3 aparece como una paradoja: ¿es o no es Benito Herosa el principal héroe fundacional? Además, la población de Carmelo, ratificada luego por Artigas, parte desde su vecindario. Finalmente, el punto 4 ignora el carácter de la administración indiana y las estructuras del Antiguo Régimen, donde las cosas debían pasar por el poder monárquico para existir. Una villa no es villa, ni sus vecinos son vecinos, hasta que el rey lo determine. Pese a estos reparos históricos más que atendibles, estas premisas pasaron en gran parte a la memoria popular, y hoy en día, más de uno en Rosario, las repetirá como un dogma.

Como dijimos, todo esto cambiará en el siglo XXI, cuando el profesor [Daniel López] (https://ladiaria.com.uy/colonia/articulo/2023/1/daniel-lopez-presenta-su-nuevo-libro-sobre-la-historia-de-rosario/) se propuso polemizar con este relato oficial, cómodo y establecido, buscando desarmarlo. Sobre todo apuntará al origen español de la villa. Cabe advertir, sobre este punto, que se viene arrastrando una confusión importante, entre un aspecto administrativo y otro étnico. Para muchos, los menos informados, por supuesto, el origen español de la villa responde a que fue fundada por españoles peninsulares. Lejos están de entender que el origen español se debe a que la villa surge bajo el dominio español en América y como parte de su administración. Pero si atendemos al origen de sus pobladores, también se puede dar otra vuelta de tuerca. Todos los miembros del imperio español eran españoles. A fines del siglo XVIII se los empezó a diferenciar entre españoles y españoles americanos. Pero, hay que remarcarlo, eran tan españoles los de este como los del otro lado del Atlántico.

Daniel López, y este será un rasgo importante en sus estudios, marcará el origen multiétnico de la villa, resaltando la fuerte presencia portuguesa. Estos portugueses, por supuesto, eran súbditos del rey español. Esta nueva historia, académica y muy documentada, inserta el relato fundacional en el escenario rioplatense y destaca el influjo fronterizo para la aparición de la villa. La región de Colonia, zona de contacto entre imperios, configura sus diversas dinámicas poblacionales a raíz del factor fronterizo. Este relato alternativo, más matizado y nada triunfalista, todavía está lejos de calar en la memoria popular lugareña. Nos tocará ver cómo el viento de los años sacude los dormidos pilares de la casi centenaria historia oficial.