La reconocida psicopedagoga argentina Liliana González expuso en el Congreso de Aprendizaje Socio Emocional que organizó el Queen’s School de Montevideo. En ese encuentro, la docente, conferencista y divulgadora expuso sobre el impacto de la cultura digital en niños, jóvenes, padres y docentes.
Previo a su retorno a Argentina, González conversó con la diaria sobre la compleja relación de los niños con el mundo digital y sobre el papel que deben tener los adultos. “La exposición sin control es altamente preocupante, porque el mundo virtual es mucho más riesgoso que el mundo real: ahí están la pedofilia, la pornografía, la violencia, el sadomasoquismo, el delito, las apuestas online”, advierte la psicopedagoga.
¿Cuáles son los aspectos que más te preocupan en la relación de los niños con el mundo digital?
Lo que más me preocupa es la exposición precoz a las pantallas de los chicos pequeñitos, de los bebés, de los nenes de menos de tres años, que no deberían ni saber de la existencia de las pantallas, para lo cual nos tendríamos que sacar la idea de que nacen nativos digitales, porque no es verdad, porque si no ¿cómo llamaríamos a los que no tienen wi-fi en zonas del mundo donde no hay señal? Es muy raro pensarlo así, como si hubiera dos cerebros distintos. El tema es que les estamos acercando a las pantallas muy chiquitos, como chupete electrónico, como calmador de frustraciones, berrinches y caprichos, como un modo de tenerlos entretenidos para que los padres puedan seguir haciendo sus cosas, y se les está destruyendo el aparato simbólico.
¿Qué quiero decir con esto? Que están demorando muchísimo la adquisición del lenguaje porque para hablar necesitan adultos que les hablen, no pantallas, porque los dibujos animados hablan, pero no les hablan a los niños. Los niños terminan hablando muy tarde y muy mal y después se resisten a la lectoescritura, porque ya vienen con un atraso del lenguaje y también porque leer y escribir es un proceso difícil, arduo, y ellos quieren divertirse, quieren los tiempos del zapping, del Tiktok, y bueno, así no se aprende a leer y escribir. La exposición sin control es altamente preocupante, porque el mundo virtual es mucho más riesgoso que el mundo real: ahí están la pedofilia, la pornografía, la violencia, el sadomasoquismo, el delito, las apuestas online.
¿En qué momento comenzaron a acentuarse esas problemáticas, ubicadas en el tiempo, cronológicamente?
Desde hace diez años, y en estos últimos cinco años, por lo menos, cuando como psicopedagoga atiendo chicos, veo que casi todos mis pacientes vienen prácticamente analfabetos, sin querer leer y escribir y ya adictos a las pantallas, y los padres se las quieren sacar pero no pueden. En el primer mundo están prohibiendo el uso de celulares en las escuelas. La Sociedad de Pediatría de España está diciendo que hasta los seis años los niños no deberían ver pantallas, recomienda el celular con wi-fi desde los 13 o cuando empiezan el secundario, no a los ocho años, cuando todavía no saben de qué se trata lo que aparece ahí. La exposición a las pantallas ya se ha llevado muchas vidas –acordate de las ballenas azules– y, por otro lado, les confunde el sentido de la vida o el destino de una vida, porque como todo lo que está ahí puede ser verdad o mentira –y es muy difícil que un niño chico pueda distinguir lo real de lo mentiroso– y además dejan de creer en la autoridad docente, de los papás, porque les parece que lo que no está en las pantallas no tiene valor, eso les complica bastante la educación.
En tus exposiciones contraproponés la idea de la hiperconectividad de la pantalla con la profunda soledad en la que viven los niños por fuera del horario escolar, ya que tienen un mundo muy limitado. Subrayás esa idea de que estar conectado a una pantalla no es real, en el sentido de la generación de lazos profundos y sólidos.
Nosotros decimos, en general, que pantallas y soledad conforman un cóctel bastante peligroso, y que algunos padres, para contrarrestar eso, llenan a los chicos con actividades extracurriculares de deporte, arte, lo que sea, justamente para que no estén con tantas pantallas. Pero para todo eso primero hace falta un buen bolsillo y después una logística que no todos los padres pueden sostener, y también tiene un límite de los cuerpos de los chicos y de su psiquis. Tampoco un niño puede estar preocupado como estamos nosotros, no porque nosotros tengamos agenda completa el chico tiene que tener agenda completa: el niño tiene que descansar, jugar y aburrirse, ¿por qué no? Tiene que aburrirse para inventar algo.
En ese marco, proponés la idea de revitalizar los espacios sociales, los clubes barriales, los espacios de socialización más próximos a las personas.
Claro, la verdad es que, por lo menos en Córdoba, cada barrio tiene un club fundado hace muchísimos años, y no siempre están funcionando. O sea, están las estructuras, están hechas, pero no están en funcionamiento. Yo digo “¡qué lástima!”, porque al haber perdido la bicicleta, la canchita y la plaza, todo se ha vuelto peligroso, ninguna madre puede decirle a su hijo: “Salí a jugar a la vereda”. Al contrario, le dice: “Quedate adentro, no hay que abrirle las puertas a nadie”. Entonces se transforman las pantallas en el único acompañamiento. En cambio, si un niño pudiera llegar de la escuela, tomar su leche, hacer los deberes e irse al club del barrio, ahí tendría para hacer deporte, arte, lo que quisiera, cuidado, protegido. Yo prefiero el club del barrio a esa cantidad de actividades que los padres ponen, primero, por lo logístico, y segundo, porque en el club podés hacer lo que quieras, podés jugar al básquetbol un rato, ir a la pileta, jugar un rato al fútbol, algo que sea más lúdico y no la obligación del entrenamiento, de la competencia.
La pérdida de esos espacios también puede deberse a que los adultos no nos preocupamos por ellos, porque también estamos pendientes de las pantallas y dejamos los espacios de socialización, del encuentro con los otros.
Sí, lo lindo del club antes era eso, que los papás jugaban. Eso ya pasó, eso terminó, porque la gente trabaja cada vez más, ya sea por necesidad o por necesidades inventadas que no terminan nunca. Por eso también es que cada vez hay menos niños, porque el mundo adulto se ha vuelto muy complicado y con mucha exigencia, y no hay lugar para los chicos, pero sí para las mascotas.
¿Qué debemos hacer los adultos para, en definitiva, ayudar a que los niños no frustren el desarrollo de sus capacidades cognitivas? Porque un niño que no aprende a leer y a escribir tendrá un futuro muy restringido en el campo de las posibilidades.
Los adultos tenemos que hacer una pausa cada tanto y juntarnos a pensar. Yo soy una partidaria de los talleres con padres. Soy partidaria de que los psicopedagogos y los psicólogos salgamos a convocar a los pediatras a trabajar con ellos sobre todos estos temas, porque los pediatras son los primeros en ver a los niños y a los padres, y son los que tienen un peso muy grande en el discurso familiar. O sea, a mí me encantaría que todos los pediatras estén diciendo a los papás que recién tienen un bebé que, por favor, le den la leche mirándolo, que no estén con la pantalla, que escondan el celular en un cajón, porque si el bebé los ve todo el día con el celular en la mano también lo va a querer, como hemos querido siempre lo que los padres tienen en la mano. O sea, es un llamado a la responsabilidad, ¿no? ¿A qué hemos traído un hijo al mundo y qué hijo queremos tener? Nadie está diciendo que no a la tecnología, no es una prohibición, pero es necesario esperar, por lo menos, que los chicos hablen y que dibujen. Los chicos están dejando de dibujar y esto es un problemón para la escuela. Llegan a la escuela sin tomar un lápiz, cuando antes los chicos llenaban la casa de dibujos.
En Uruguay hay un problema muy serio: la mitad de los adolescentes que ingresan a secundaria no logran terminarla. Eso profundiza, entre cosas, el problema de la desigualdad que ya se acarrea.
En Argentina pasa lo mismo, y nosotros hemos tenido ministros en Argentina que han dicho “¿para qué vamos a hacer más universidades si los pobres no llegan?”. A mí me encantaría un ministro que dijera: “Vamos a ayudar a los pobres a llegar a la universidad”, porque a veces se nace con las peores cartas de la vida y la escuela es la que puede barajar y dar de nuevo.