Desde que la nueva normalidad comenzó a esbozarse, allá por el mes de marzo, casi todos los seres vivos han visto modificados algunos aspectos de su vida. Animales silvestres que ahora vienen de turistas a las ciudades, ya que la cosa está más tranqui; palomas que se han visto obligadas a conseguir un laburo digno para alimentarse, ya que, en los espacios abiertos, sin abuelos, conseguir una miga de pan es casi imposible. Podríamos seguir con muchas especies, entre ellas, perros y gatos.
Visto de una manera romántica, uno podría pensar que, para los animales de compañía, esto es un sueño hecho realidad. Siempre se los catalogó de incondicionales (lo cual es cierto) con respecto a nuestros actos. Por lo tanto, si se bancan todos nuestros mambos, parecería lógico pensar que ahora, al vivir mano a mano 24/7, deberían sentirse pletóricos.
Lamentablemente esta visión no es del todo correcta, ya que, tras 60 días de cuarentena, comienzan a salir a la luz algunos síntomas relacionados, sobre todo, con el excesivo tiempo que compartimos bajo el mismo techo. Para ellos la cuarentena trajo mayor atención, juegos y algunas concesiones. Pero, a la vez, vieron cómo sus espacios de interés (léase, su territorio) se han modificado y también cómo han disminuido o desaparecido los momentos dedicados al descanso y la soledad, en detrimento del bienestar de cada uno. Esto puede ser un problema, ya que, como para todo bicho social, para que el colectivo funcione es necesario que lo individual esté bien.
Al comienzo de la pandemia una de las funciones del veterinario se centró en informar a los tenedores de mascotas todo lo relacionado con la covid-19: qué deberían hacer durante el paseo, cuál sería la forma correcta de “desinfectar” al perro luego de salir, qué hacer con los gatos. Pero actualmente parece que las consultas se reducen a una sola frase: “El perro/el gato está raro, no lo veo como siempre”.
Descartada cualquier afección que justifique ese cambio, quizás lo que consideramos raro no lo sea después de todo. Los perros, y ni que hablar los gatos, duermen o permanecen en estado de somnolencia gran parte del día. El problema es que a nosotros, que no estábamos en casa una gran parte del tiempo, este aspecto se nos pasaba.
Las mascotas adaptan sus estados de ánimo y conductas a nuestros cronogramas, simplemente porque no les queda otra. Deben organizar sus necesidades fisiológicas, nutricionales y lúdicas en función de la disponibilidad de cada persona. Como se han acostumbrado a que, por ejemplo, la mañana es el momento de salir a la calle y no otro, lo manifiestan efusivamente. Del mismo modo, cuando llegamos de nuestros quehaceres cotidianos nos saludan o demandan juego y atención. Pero durante nuestra ausencia duermen, se desplazan poco, se acicalan o hacen cosas propias de un animal social que necesita sus momentos, como nos ocurre a nosotros.
Por lo tanto, ahora, al estar todo el día en casa, quizás mostrarse entusiasta cuando se le propone un juego no sea necesario, ya que la rutina le ha demostrado que no acceder en ese momento no implica que no podrá hacerlo más adelante. Y cuando vemos a nuestro perro o gato desinteresado por algo, durmiendo en determinado lugar, suponemos que “no está como siempre”, cuando, en realidad, sí lo está, sólo que simplemente lo podemos ver.
Si a eso le sumamos que hemos mitigado, al menos en parte, nuestro contacto con familiares y amigos, como parte del distanciamiento social impuesto, y acariciamos más de la cuenta al gato o perro, que, por cierto, no está acostumbrado a eso, los problemas relacionados con el estrés y la ansiedad comienzan a aparecer.
No está claro hasta dónde la cuarentena puede influir en procesos patológicos, aunque muchos especialistas coinciden en que se han incrementado las conductas conocidas como actividades de sustitución o desplazamiento, que pueden ser el preámbulo de trastornos más complejos. Una actividad de sustitución no es otra cosa que una válvula de escape frente a una o varias situaciones que impiden un comportamiento adecuado. En los humanos, un ejemplo es comerse las uñas cuando se superan las herramientas que tenemos para controlar ese nerviosismo.
Así, los gatos pueden maullar mucho más de lo habitual, lo que puede resultar realmente tedioso, treparse a lugares repetidas veces, caminar de un lado al otro, lamerse más de lo habitual. Los perros suelen aumentar el lamido (sobre todo de las extremidades delanteras), rascarse más de lo común, temblar, ladrar, sacudirse como si estuvieran mojados, bostezar más de la cuenta.
Consultar a un profesional veterinario porque la mascota está “rara” no debería dar prurito. Quizás al hacerlo evitemos problemas mayores.