En el imaginario colectivo –si es que existe algo parecido a eso, claro– el rock uruguayo de la década del 90 no tiene un sitio tan destacado como el rock posdictadura (1985-1989) y el de la primera década de los 2000. Esto se puede deber, en parte, a que en los 90 faltó esa idea de “movimiento” que se posó sobre varias de las bandas del segundo lustro de los 80, empezando por la Santísima Trinidad (Estómagos, Tontos y Traidores), y mucho menos se dio la masividad radioactiva del bombardeo radial y los festivales duraznenses (los primeros, gratuitos, y luego, con tres tapitas de Pilsen más 50 pesos) de los albores del siglo XXI.

Pero que no haya habido un grupo de bandas con un sonido común o bagaje similar de influencias (Riki Musso dijo una vez que el rock posdictadura “era la misma banda con flanger y 17 nombres”) ni cien mil personas saltando y agitando banderas no quiere decir que en la última década del siglo XX hayan faltado bandas de rock haciendo de las suyas. Sin ir más lejos, ya que mencionamos a Musso, El Cuarteto de Nos editó su mejor disco, de lo más glorioso que parió el rock uruguayo, en esa década, y de yapa fue un boom comercial y mediático: Otra Navidad en las trincheras (1994).

Así las cosas, los libros sobre música uruguaya –en general y del rock vernáculo en particular–, de los que por suerte cada vez hay más, de a poco van poniendo piezas sobre la mesa para armar el puzle de los 90 y de alguna manera reivindicar lo hecho en esa década. Hace poco comentábamos en estas páginas el libro La era del casete (Ediciones B, 2019), de Tabaré Couto, que abarca el período del rock uruguayo entre 1985 y 1995, con una interesante recopilación de escritos de esa época –tanto del autor como de otros periodistas– más algunas reflexiones actuales. En las librerías también está Nos íbamos a comer el mundo (Ediciones B, 2016), de Kristel Latecki, una obra coral en la que los más diversos protagonistas de la época cuentan con su propia voz lo que pasó con el género entre 1990 y 2009.

Pues bien, el último intento por abordar el noventero rock criollo es Mal de la cabeza –titulado así por el himno de El Peyote Asesino, huelga decirlo–, el primer libro que se mete exclusivamente con la década del 90 –va de 1990 a 2000, obvio–. Su autor es el periodista Gustavo Aguilera, nacido en Montevideo en 1968, que en 2014 publicó Errantes (también por Ediciones de la Plaza), un libro que abarca el rock nacional desde 1977 a 1989, así que el que hoy nos ocupa continúa la historia desde donde la dejó aquel.

Cuestiones de estilo

El libro tiene 187 páginas, por lo que de pique puede resultar corto para abarcar todo lo que pasó en el rock uruguayo en una década, pero cabe aclarar que se presenta como el primer volumen y se promete la continuación. Aguilera hace un repaso genealógico y de influencias de varias de las bandas que habitaron esa década, desde las más famosas (Níquel y El Cuarteto de Nos, por supuesto) hasta las más ignotas para el gran público (como Harry y los Sucios y Metamorfosis, por ejemplo), incluida una selección de discografía destacada, con listado de canciones, tapas, etcétera.

Lo medular del libro son las entrevistas, que están presentadas en el clásico formato periodístico de pregunta-respuesta. Los entrevistados son Alberto Mandrake Wolf, Hugo Gutiérrez (La Sangre de Verónika), Guillermo Peluffo (Trotsky Vengarán), Leo Lagos (Los Supersónicos), Álvaro Apagón Albino y Álvaro Fenocchi (Congo), Álvaro Varo Coll y Andrés Torrón (sí, faltan muchos nombres importantes y fundamentales del rock uruguayo de los 90, pero por algo al final del libro se nos avisa que “continuará”).

Es en esos intercambios donde sin duda encontramos lo más interesante, ya que hay músicos para casi todos los gustos y, como las entrevistas no tienen “una forma definida” y se dieron “más como charlas o conversaciones distendidas” –señala el propio autor–, nos topamos con las declaraciones de los músicos en forma directa, sin lavar.

Entonces, tenemos a un Mandrake Wolf, con su honestidad brutal de siempre, que confiesa de una que los 90 fue una época “espantosa” para él, Hugo Rodríguez recuerda la represión de la Policía en algunos de los pocos toques que había, en pleno gobierno de Luis Alberto Lacalle, y Guillermo Peluffo comenta que la inspiración para su banda fue el grupo de su hermano, Gabriel (algunas cosas pueden resultar obvias, otras no tanto, depende del bagaje que tenga el lector de turno, como siempre).

Dicho esto, es de rigor señalar que el libro hace agua en algunos aspectos formales, básicamente de estilo: hay un uso indiscriminado y abusivo de la itálica, que por momentos puede resultar muy cansador (sobre todo cuando hay largas citas con esa tipografía) y a veces logra que no sepamos exactamente si se refiere a una canción o a un disco. También hay algunos problemas de sintaxis y de uso de comas (faltan o sobran, pero en mayor medida faltan).

Estas últimas cuestiones marcadas son meramente objetivas, luego hay algo que sobresale en el plano subjetivo, relacionadas con el contenido: de muchas bandas se da una información que puede resultar superficial o muy por arriba si el lector es avezado en rock uruguayo, y lo puede dejar con ganas de más. En fin, esperemos que estos problemas se solucionen en el segundo volumen.

Mal de la cabeza (volumen 1). De Gustavo Aguilera. Montevideo, Ediciones de la Plaza, 2019. 187 páginas.