“Cuando esto empezó, todo el mundo nos cargaba: ‘ahora sí que están salvados’, nos decían. Pero por suerte la cosa no era así y eran pocas las defunciones. Pero desde hace un mes a la parte, la cosa cambió”, relató a la diaria Alfredo Nollemberger, de Lumiral SA, una empresa de servicios de carpintería que vende ataúdes a las empresas funerarias.
Si bien Nollemberger reconoce que a su empresa no le falta trabajo, no oculta su descontento con la situación. “Por las defunciones diarias estuvimos obligados a aumentar la producción. Esperamos que sea por poquito tiempo. Uno siempre quiere trabajar, pero no es lo mismo que sea una cosa normal que así: no hay día, hora, parentesco, nada... caen como moscas. Es lamentable pero es así”. Por eso dice que sus deseos van en contra de su trabajo: “Lo que pasa es que haciéndolo así a uno le duele, porque todos los días te enterás de gente conocida que va cayendo, y eso te choca profundamente”.
Para hacer frente a la situación la empresa ha tenido que aumentar el horario de trabajo e incluso contratar más personal, lo que tampoco ha sido fácil porque, según explica Nollemberger, armar un ataúd requiere algunas destrezas. “Hasta lo más barato requiere sus cositas también. Nosotros trabajamos con moldes, pistolas neumáticas, pero aun así hay un montón de cosas que llevan tiempo. No es nada del otro mundo, pero no es agarrar un martillo y un clavo”, explica. “Cuando hacés las cosas con tiempo es una historia, pero ahora nos sacaron apurados. En dos o tres días se volcó todo. Entonces es muy difícil conseguir gente para esto. Sea por el coronavirus o por lo que sea, las cosas tienen que estar bien hechas para no hacer papelones. Todos merecemos algo bueno, y llegado el momento queremos lo mejor”, sostiene.
En el país hay unos seis fabricantes de ataúdes, que además compiten con féretros importados de Brasil, Argentina y Chile. “Nunca en el ramo fúnebre un fallecido quedó sin ataúd. En tiempos de crisis por la mano de obra, por la madera verde o por los materiales de lustres que no venía o venían mal, los fabricantes de ataúdes no dejamos a nadie a pie”, destaca orgulloso Nollemberger. No obstante, marca que sí los han “dejado a pie” cuando en los velorios de muchos políticos que fallecieron recientemente les pusieron ataúdes importados. “Nadie piensa en la industria. En la radio y en la televisión dicen que hay que apoyar la industria nacional. Nosotros tenemos la delicadeza de no salir a bocinar esto, porque somos delicados y por ahí se hiere a quienes hace poco perdieron a un conocido, pero esto es así”, dijo.
Pero la situación actual es tan crítica que la máxima de que a ningún fallecido le falte su ataúd podría dejar de cumplirse si las muertes continúan aumentando. “Dios quiera que lo podamos aguantar, pero no sabría. Viene bastante fuerte la cosa y muy rápida. Nunca me esperaba algo así. Y si en vez de ser así esto se duplica o se triplica, no sé en qué termina la cosa”, dijo Nollemberger.
De momento la coyuntura actual no ha cambiado la realidad de todos los fabricantes. “Si bien en estos últimos 15 días la pandemia está haciendo algún estrago y aumentaron mucho los números, tampoco movió demasiado la aguja”, dice José Ieno, de Erlos SA.
“Sí afectó en cuanto al personal, ya que hubo tres casos positivos acá y más de diez personas con cuarentena preventiva, y todo eso fue en desmedro de la producción”, agrega.
La empresa, estima Ieno, produce unos 600 ataúdes mensuales. Se estima que en Uruguay mueren, en condiciones normales, unas 89 personas por día, según datos de 2018.