La fotografía gastronómica o food styling se profesionaliza, con cursos específicos, como el que dará una experta argentina este fin de semana, y se expande, con seguidores amateurs que no paran de alimentar sus cuentas de Instagram.

No es sencillo hacerle justicia a un plato. Que sea una delicia no es garantía de que sea fotogénico. Hay un acercamiento estratégico a la comida para lograr que luzca apetecible en imágenes, que implica empaparse tanto de aspectos técnicos, como la iluminación, como encargarse de las preparaciones, desde la compra de los ingredientes. Es una batalla contra el tiempo, contra el deterioro de cada uno de los factores, un equilibrio entre temperaturas aparentes y reales, una traducción a dos dimensiones con la carnalidad de una mordida. Tampoco suma la acumulación pantagruélica, y la simulación de las materias primas está actualmente reprobada.

Mauricio Pizard tiene formación en arquitectura aunque se dedica a la fotografía. “Además de trabajar como estilista y fotógrafo gastronómico, cocino y creo que eso hace que el producto sea más coherente y real, si se quiere”, cuenta uno de los organizadores de las ferias Montevideo Pop Up y Garage Gourmet. Empezó cubriendo eventos y fotografiando productos de indumentaria y, con el tiempo, motivado además por Instagram, donde sube fotos tomadas con celular, terminó retratando comida para empresas, ya sean restaurantes o marcas. “No hay tanta gente que lo haga y cada uno tiene su impronta, si bien hay tendencias y modas, por ejemplo, la utilización de ciertos props, utensilios o hasta determinadas recetas y platos. Creo que el mayor cambio es que las empresas comenzaron a tomar en serio la imagen de su producto, a delegar y contratar y no hacer las fotos ellos mismos”.

Error

“Me molesta o me rechina cuando veo en fotos gastronómicas objetos que no aportan –tanto fuera como dentro del plato–. Por ejemplo, flores no comestibles, texturas poco agradables (es muy de la cocina molecular y termina siendo desagradable: un raviol transparente o una espuma de pescado), los alimentos en estado descuidado (un asado con un color grisáceo y jugo en el plato o unos verdes marchitos). Lo mejor es que la foto sea cuidada pero también auténtica, coherente con lo que se está comunicando (no como las fotos de las hamburguesas de la conocida cadena que no coinciden con el producto real), que seduzca y cuente una historia. Muchas veces sirve apelar a un recuerdo familiar, a un olor en la memoria, a un lugar en el mundo, el relato”.

Desafío

“Fue en una publicidad de un yogur griego para afuera, asistiendo a Xime Torres. Teníamos que mantener refrigerado el preparado –a base de cream cheese y colorante rosa– para que no se perdiera la textura similar al original; todo era un baño María invertido con hielo constante. Pero se resolvió perfecto. Muchas veces los productos no están buenos y ahí es cuando hay que ser creativo. Cuando tengo producción fuera de casa, llevo una caja de herramientas con props (a veces hasta los cubiertos son feos) y con ciertas especias, pinzas, hisopos, para darle una vuelta al plato y dejarlo presentable. Según el caso, también llevo plantas aromáticas y hierbas del huerto. Prefiero encargarme de seleccionar los ingredientes. Me siento orgulloso del laburo con Martina Alonso para el libro de TV Ciudad ¿Qué hay de comer? con la productora EME Content (un equipo hermoso de gente motivada y buena onda)”.

Hace 35 años que la argentina Marcela Lovegrove se dedica al food styling, y en los cursos que viene a dar este fin de semana “son bienvenidos chefs, cocineros, pasteleros, emprendedores gastronómicos, fotógrafos profesionales y amateurs, productoras, blogueros, gente de marketing, dueños de restaurantes y bares... y todas aquellas personas relacionadas con la gastronomía y la fotografía de alimentos que quieran ver más allá de una foto espontánea”. Se la considera una pionera, que inició su carrera en el ámbito publicitario y llegó a trabajar con marcas internacionales. Además, produce y prepara alimentos para spots de televisión y cocina en el programa Recetas de familia en el canal El Gourmet. “Nunca se me ocurrió estudiar para ser fotógrafa o chef”, cuenta Lovegrove. “Empecé a especializarme de casualidad, trabajando para una empresa de quesos. Después, la vida solita me fue llevando, entonces empecé a hacer cursos de cocina para estar más segura y responder a las necesidades de mis clientes, a pesar de que siempre tuve claro que mi trabajo tiene que ver con lo visual y no con el sabor. Necesitaba técnicas culinarias para después romperlas”. Dice que el paso de lo análogo a lo digital fue el más dramático en su oficio: “Cuando en la fotografía digital no quedaba bien dejar miga, con un retoque más o menos barato la podías sacar. Eso también ha hecho que la fotografía en un punto se distorsionara bastante, porque hay mucho retoque, tanto fotográfico como de la comida”.

Error

“El principal error del amateur que se maneja con un teléfono y que no saca con flashes es hacer fotos en cualquier momento del día, con la luz que viene de la bombita del techo o con el tubo fluorescente de la cocina. Otro error que la gente comete habitualmente es cocinar, poner la comida caliente y después ponerse a pensar qué le pone al plato: un individual claro, uno oscuro, lo hago sobre la mesa de mármol, sobre la de madera, le pongo una servilleta... mientras se van tomando esas decisiones la comida se enfría. No toda se deteriora, un brownie no, un scone tampoco. Pero si pongo una hamburguesa al pan a los 15 minutos empieza a parecer distinta, si pongo fideos con salsa de tomate se secan. Otro error es poner situaciones alrededor de la comida que le restan importancia: la servilleta, los cubiertos, la panera, el salero, el pimentero. Para que todo eso entre en cuadro la comida se ve chiquitita”.

Desafío

“Ahora hay toda una tendencia de que la fotografía de comida sea lo más real posible: que si se quema, que se queme, que si chorrea, que se chorree. Publicitariamente se necesita una técnica, porque cada vez las cosas se empujan más, por más que todo parezca natural. Lo difícil es estar al día con todo lo que se usa, con cuáles son los encuadres, los fondos, los colores, las ambientaciones, los ángulos que están de moda. El food stylist tiene un papel cada vez más importante dentro del equipo, es más requerido, y la verdad es que las redes sociales han colaborado enormemente con este oficio, que la gente desconoce”.

Salidas

“Tanto en Estados Unidos como en Europa a nadie se le ocurre que haya un amateur o que el fotógrafo se ocupe de tocar la comida. Una puede ser una food stylist editorial o en las redes sociales. Sabiendo cocinar, teniendo buen gusto y, por supuesto, algo de cancha, puede hacer lindísimas fotos de comida. Si uno quiere trabajar publicitariamente para una empresa y va a hacer fotos para frente de envases, o para campañas gráficas, o vas a filmar un comercial para televisión, ahí ya no alcanza. Para hacer una hilada de queso que quede bien cayendo, se necesita una técnica. O uno la saca de Youtube o aprende en un taller. Para un food stylist la suerte no es un factor”.

El ABC del Food Styling es uno de los dos talleres que viene a dar Marcela Lovegrove a Uruguay. Será el sábado 14 y el domingo 15 de 8.00 a 12.00. El otro es un Workshop de práctica fotográfica de food styling, que se desarrollará los mismos días, de 14.00 a 19.00. Son encuentros complementarios y se dictarán en el hotel Punta Trouville (Francisco Vidal 726). Por más información: 098 638 129 e [email protected]

“No soy food stylist”, aclara Tali Kimelman. “Soy fotógrafa y cuando fotografío alimentos siempre trabajo en equipo con una food stylist, y a veces también con alguna directora de arte para generar las imágenes. He aprendido algo del tema por haber hecho tantas fotos, pero al no ser una persona tan manual, la verdad es que no siento que sea algo que pueda resolver por la mía. El trabajo en equipo en esta área para mí es fundamental”. Para Kimelman, el mercado uruguayo no permite concentrarse en una sola área, y además ella disfruta de variar con frecuencia; de ir desde la foto de arquitectura a retratos o paisajes.

Desafío

“Lo más importante es el estilismo, porque estamos tratando de evocar una emoción en el observador. Si se ve tentador ya hay un gran porcentaje del trabajo hecho, por lo que iluminarlo y fotografiarlo se convierte en algo relativamente sencillo. Idealmente, el producto tiene que resistir en buen estado a pesar del paso del tiempo. A veces se logra reemplazándolo por otro de textura similar; en el caso del helado se puede utilizar puré de papas con colorante, por ejemplo. Intento no utilizar maquillaje, pero a veces es la única manera de lograr impacto visual. Otro desafío es el equilibrio entre lo natural y lo artificial. No me interesa el look casi de render que tienen algunas fotos de pack. Siempre intento que se vea hermoso pero que mantenga las características de un alimento que podría haber sido preparado por uno mismo. En el caso de las empanadas, en general se cocina la masa sola con algodón adentro para que quede gordita y bien formada, y luego se coloca el relleno. La posproducción juega un rol importante en mi proceso. Cuando no logramos dar la forma que deseamos a algún alimento termino haciéndolo en Photoshop”.

Salidas

“La experiencia de comer comienza con los ojos. Hay varios cursos orientados a distintos perfiles y el área va mas allá de la aplicación profesional. Cualquier persona que cocina puede beneficiarse de algunos piques para presentar los platos con más gracia y aprovechar para jugar un poco con la creatividad. Yo doy un curso de fotos de alimentos que apunta a cocineros y fotógrafos, en el que intento explicar ambos lados del proceso”.