Las señales más evidentes de que un niño está bien son que puede alimentarse, dormir, higienizarse, que conoce su cuerpo, todo eso armoniosamente. En caso de que en sus juegos aparezca cierta violencia o dibujos raros, podemos sospechar que atraviesa una situación traumática. “Hay que observarlo y, por supuesto, conversar. No simplemente decirle lo que hay que hacer, porque no es un soldado prusiano”, aconseja la docente argentina Melina Bronfman, musicoterapeuta, eutonista, coach ontológico y doula, formada en el Instituto Loczy de Budapest. Con grupos de Facebook que superan los 20.000 seguidores, como “Crianza fisiológica”, esta experta atiende sus talleres en el barrio porteño de Belgrano; también recibe consultas a través de Skype y desde 2013 viaja regularmente a Montevideo para intervenir en situaciones que desbordan a las familias, “como cuando sucedió un duelo y no le quieren decir al niño que el abuelo está en la estrellita, pero no se les ocurre otra cosa”.

A esta altura hay “una verdadera tribu” que considera que su postura es el camino más lúcido para recibir y contener a un niño. ¿Pero qué pasa para que estas nociones no surjan del propio entorno familiar? “Para empezar, llegamos a la cúspide de un sistema intervencionista y despiadado que no toleramos más. Por ejemplo, las mujeres a la hora de parir ya no estamos dispuestas a sufrir violencia obstétrica, porque nos garantiza enfermedad física y emocional a nosotras y a nuestros bebés. Con la crianza está pasando lo mismo: las mujeres descubrieron que cuando amamantan, sus hijos están maravillosos y no gastan un centavo. Es un ganar-ganar absoluto. Está apareciendo esta necesidad de tener información que sustente esta percepción que tienen de lo fisiológico”, sostiene Bronfman. “Todo el mundo dice que lo instintivo en el humano no funciona. A veces hago videos explicando situaciones, cómo manejarse cuando el niño tomó algo indebido, y se viralizan, porque la gente no tiene recursos. Lo que traía la familia es paradigmáticamente obsoleto, porque es ‘ponele límites’, ‘dejalo llorar’. Ahora es insoslayable una ola de violencia contra las mujeres, una serie de abusos de los que hemos sido víctimas históricamente, y hemos decidido dejar de callarnos. También es hora de visibilizar la violencia que viven los niños. ¿Por qué tenemos la potestad de maltratar a alguien indefenso? Aparte hay una dosis de maltrato porque el adulto se frustra. Tiene una expectativa de que haga las cosas, y cuando el niño no adivinó, se enoja y lo reta”.

Bronfman suele revolver el avispero al insistir en una lactancia a término, de entre cinco y siete años de duración. Considera que “la fisiología es una sola, acá, en La Quiaca, en Groenlandia y en las islas Maldivas. Todos los bebés necesitan lo mismo, muy sencillo: estar en brazos, contacto continuo y tomar la teta. Con eso obtienen regulación térmica, hídrica, alimenticia, inmunológica. ¿Viste todo lo que se inventó para separar a la mamá del bebé? Tenés que comprar una tras otra porque el bebé llora, porque sigue queriendo estar con la mamá”.

Cuando los padres atraviesan un dilema, allí interviene Bronfman; también en la adecuada formación de profesionales en el momento bisagra que atraviesa la crianza. “Consultan, por ejemplo, cuando el nene o la nena no quieren entrar al jardín y lloran. En vez de forzarlos o de chantajearlos (‘cuando salgas te compro una muñeca’), empiezan a preguntarse qué puede estar pasando que el niño está a disgusto”. Bronfman trabaja con los padres, ya que “normalmente el problema es de los adultos, que no saben leer lo que sucede o que no tienen recursos para modificarlo”. Al mismo tiempo, la especialista recalca la crisis de un sistema educativo “donde los jardines de infantes clásicos tienen esta idea de que el niño tiene que adaptarse a las normas y este termina estresándose, enfermándose, poniéndose violento o dejando de hablar. Algún síntoma va a hacer”.

Explicitar cuál es el encuadre, con qué reglas deben manejarse y conocer cómo los niños funcionan emocionalmente nos permite acercarnos y permitirles que se organicen sin que prácticamente haya conflictos, asegura Bronfman. “Un lugar que sea más niñocéntrico no implica que sea más libre. Los niños necesitan medidas anticipatorias, que les avisen qué va a suceder y que les den alternativas también: si no te gusta la clase de música, podés ir al patio. Que sienta que no es el problema. En este sentido, cuando decís ‘hay que ponerle un límite’ estás llegando tarde, porque estás ante un niño que hizo una manifestación, normalmente violenta, de desagrado. Pero no le podés poner un límite a alguien que se siente mal, porque ya estalló”.

Bronfman dice que es urgente detenerse en el mensaje detrás de la pataleta: “El argentino medio, cuando ve a un niño desregulado, se enoja. No dice ‘esto lo provoqué yo’. En este sentido, soy la gurú de lo obvio. De repente hago preguntas para que uno pueda volver a su centro, y esto le permite al niño recuperar el suyo. Pero cuando me dicen ‘mi hijo tuvo una convulsión’ les digo ‘llevalo al pediatra’, no soy médica. No se puede hacer copy-paste con esto; yo aprendí mucho de ser mamá. Tampoco tenía las herramientas que tengo ahora y cometí muchos errores. Si de algo me sirvieron fue para insistir en que nadie más se tropiece con esa piedra”.

Actividades

  • Juego libre (destinado a familias con niños de entre ocho meses y tres años y medio): 10, 11 y 13 de mayo ​
  • Encuentro de crianza (para familias con hijos de uno a cuatro años): sábado 12 ​
  • Sanando la herida primal (dirigido a adultos): sábado 12 Consultas: 099366443/ [email protected].