Se le adjudicaba a un escriba sumerio la autoría de lo que se registró como la primera firma de la historia, en el 3100 a.C., consignaba un artículo del diario británico The Guardian (“The handwriting’s on the wall: is this the end of the signature?”) que se planteaba el eventual fin de esa forma de identificación. Con tantos teclados al alcance, cada vez son menos las oportunidades en las que escribimos a mano. ¿Cómo repercute eso en el trabajo de un grafólogo? “Pase lo que pase, siempre el movimiento gráfico va a hablar de uno mismo”, dice la licenciada argentina Gabriela Béduchaud, que el fin de semana estará en Montevideo aplicando sus conocimientos y su trabajo terapéutico. “Hay gente que viene a la consulta y te dice ‘yo escribo en imprenta’ o ‘estoy siempre en la computadora’. No importa, porque todo movimiento que se plasma en la hoja es el espejo de tus movimientos internos, fisiológicos, psicológicos, energéticos, aunque sea torpe, disgráfico o desagradable”.

Si a la grafología tradicional le importan los materiales utilizados, desde el encare de Béduchaud esto no es relevante. Si los grafólogos más clásicos se centran en la letra, esta experta presta atención a distintos niveles de la personalidad. “Procuramos ir más profundo: por ejemplo, la firma es un gran tema, pero también es un gancho que se aprendió en un momento, a veces tomado o captado del padre; quizás la dejaste fija como un sello tuyo y ni siquiera te pertenece. Aparte, se nos ha enseñado a crear un gancho raro que no se entienda, entonces está lejos. Cuando uno comprende lo que significa la firma, que es el yo íntimo, va buscando hacerla cada vez más clara y más legible para ir sincerándose con quien es uno”. Béduchaud apunta que “si se supone que la vida es evolución y movimiento constante, vamos cambiando desde lo físico hasta las creencias, se tiene que plasmar en lo que hacemos. En eso se tiene que incluir la escritura. Pero hay gente que incluso se jacta de firmar siempre igual. Y no sé si está bueno”.

¿Qué significa un enfoque integral? Formada en psicología y luego en “una integración flexible” de diversas filosofías, Béduchaud trabajó durante diez años con Pedro D’Alfonso, un italiano radicado en Argentina de impronta junguiana. “Habitualmente la grafología está asociada al estudio de la personalidad a través de la escritura. Yo le agrego el dibujo y no hago solamente la parte diagnóstica, o de detección del conflicto, sino lo que sería el aspecto de transformación”, explica. Una clase de grafología con ella incluye conceptos históricos junto a pautas para que cada uno se vaya reconociendo. Además, “siempre con un trabajo personal y vivencial, porque no estamos en condiciones de trabajar el grafismo de otras personas si uno no limpia su propio canal, si uno no trabaja con sus propios símbolos. Si no, se corre el riesgo de lo que se llama proyección, que es ver en el otro lo que uno no quiere ver de sí mismo”. Sus encuentros son para todo público, ya sea para quien quiera indagarse a través de técnicas varias –basadas en textos, letras, garabatos, firmas, dibujos– como para futuros analistas.

Hay aspectos fundamentales que suelen estudiarse, como la dirección, el tamaño y la forma. Béduchaud destaca el uso del espacio en la hoja: “El blanco viene a representar tu vida y, según por dónde vas distribuyendo tu escritura y tu dibujo, va a hablar de qué te está pasando, de cuáles son tus características. Si nos dan los tiempos voy a hacer el test del paisaje, que es muy rico porque trabajamos con cinco o seis elementos: río, montaña, árboles, casas, figuras, a modo de una radiografía muy precisa. Algo maravilloso también es que en el mismo símbolo en el que uno pesca qué está pasando está el camino de la resolución. Suena medio loco, medio mágico, pero el mismo símbolo te plantea el camino para volver a la armonía”.

La grafóloga asegura que el dibujo es tan revelador que ni el farsante logra ocultarse. Por eso, aparte de atender consultas privadas y de trabajar en búsquedas vocacionales, la llaman empresas para selección de personal. La pregunta inicial es cuáles son los valores que busca ese empleador –como sinceridad o buena comunicación– para detectarlos específicamente en la escritura. “Si tenés que elegir a alguien para manejar dinero hay dos o tres cosas que está bueno ver, rasgos de honestidad o deshonestidad. Por supuesto, dentro de un texto y de un contexto. Por ejemplo, cuando el cierre del óvalo de las letras está hecho abajo –que no es lo más habitual–, si estuviera semiabierto, cuando lo repasan o se cierra ahí, cuando esa zona está marcada de alguna manera y lo repite, y se suman otros trazados, lo más seguro es que, como se dice vulgarmente, está ‘la mano en la lata’”.

Uno de los primeros conceptos que aprende un grafólogo es que hay dos tipos de contenido: uno intencional y otro latente. Y el ejemplo repetido es el de la persona que se declara feliz pero cuya escritura toma una dirección descendente. “Por más que uno cuente determinada cosa, leemos lo que está por debajo. Esa es la posta, lo que realmente acontece. Se puede aplicar en el ámbito de la educación, con los niños, en el ámbito vocacional. Si no hubiera concordancia entre la intención y la condición, en algún punto aparece el conflicto. Entonces hay que ayudar a la persona a destrabar ese choque entre el deseo y lo que realmente vino a hacer a la vida. En la escritura aparecen distintos niveles: con los años y la experiencia vas conectando con ese baile para trabajarlos todos, lo que es más máscara o personalidad, y para ir desarmando algunos caminos que te alejan de tu esencia. Con los niños es una panzada, sobre todo porque hoy tienen características diferentes, sus dibujos son distintos y la interpretación clásica del grafismo queda un poco chica”.

Viernes 10 de agosto: clase de introducción a la grafología y presentación del curso. Sábado 11: laboratorio de grafodecodificación: visión y transformación. De viernes a domingo: consultas personales. Comunicarse a: info@recursosdeformación.com.