“Cuando los viejitos te hablan de cuando eran niños es un momento muy precioso”, dice la escritora Virginia Mórtola, que hace un buen tiempo que viene explorando el universo infantil. Un mes atrás la autora de Cuentos de disparate y terror (Fin de Siglo) empezó a trabajar con la fotógrafa Ana Cuesta bajo el título de Álbum de infancias. “Ana tenía ganas de hacer un fotolibro para niños”, cuenta Mórtola, que no dudó en alistarse al proyecto, “porque casi no existen. Lo que se utiliza mucho en los libros para niños es armar escenarios y fotografiarlos para narrar como parte de la ilustración, no que la foto en sí sea protagonista”. El nombre tentativo es en plural, en la convicción de que “incluso dentro de una misma época hay infancias diversas”. Postearon un llamado en redes acompañado de una foto de Robert Doisneau de tres pequeñas amigas de espaldas, abrazándose; luego publicaron otra de una multitud infantil retratada por Alfred Eisenstaedt, ejemplos profesionales de una búsqueda que en realidad pretende meterse en el ámbito familiar. La pesquisa va tras retratos de niños hechos entre 1900 y 1960. Acotaron la búsqueda hasta el momento en que las cámaras y las imágenes empezaron a cambiar. “Nos gustaría hacer un libro para niños que tenga la estética de los álbumes de fotos antiguos –un objeto que está en desuso– y nos da ganas de revalorizarlo. La limitación está puesta en la aparición de Kodak y otro tipo de fotografía. Nos interesan las más antiguas, en blanco y negro y las primeras coloreadas”.

Es un proyecto de largo aliento y están en una etapa de acopio doble, en la que todavía hay muchas cosas para ir definiendo. “Está bueno recibir las fotos porque son un documento histórico, pero nos interesa mucho el encuentro con los que están presentes. Y empezamos a descubrir que hay varios tipos de fotos, grupos que se repiten: de disfraces, de comunión, de bebés con colita para arriba... ¡es buenísimo! Después hay otras más espontáneas, y hay pila de niños que se sacaban fotos arriba de un carrito de juguete. Alrededor de la torta de cumpleaños no hay tantas, porque en ese momento las fotos eran en general más preparadas, de ir al estudio a sacárselas”.

En el poco tiempo que llevan recibiendo material –que digitalizan y devuelven a sus propietarios–, se dieron cuenta de la gran tarea de catalogación que tenían por delante. Por eso decidieron sumar al equipo a Alexandra Fernández, que, como Cuesta, tiene experiencia en archivos. “Con todas las fotos que recibimos vamos armando un escenario del mundo del retrato”, recalca Mórtola, que cada vez cobra más interés en la historia de la fotografía. A medida que avanzan, van definiendo dos caminos paralelos. Manejan la opción de terminar armando un libro doble, con cara A y B: de un lado la ficción construida a partir de esas imágenes de niños en cualquier situación y del otro, como backstage, el registro documental de época. El punto de arranque que acordaron es que el libro tuviera fotos de personas reales, con una historia de ficción vinculada basada en un universo de otra época. Quieren redondear un objeto diferente. “La foto y el álbum tenían una presencia, una permanencia y un respeto que no es el de ahora, que la imagen es un poco más efímera. A la vez nos interesa que tenga mucho humor, y que en la lectura los niños conozcan cómo era antes, cómo se vivía, cómo se jugaba”.

Para eso están recolectando información, estudiando y concertando entrevistas con los niños de las fotos, ya mayores. “Vamos a conversar con ellos para que nos cuenten, de paso, sobre su infancia, y les sacamos una foto con su retrato de niño. Nos interesa hablar, como registro y como alimento para la ficción. Ana y Alexandra tienen un perfil muy documentalista, así que están muy atentas al relato histórico de la infancia, y a mí me interesa pila la construcción de la infancia; en ese camino vengo estudiando como autodidacta”. Es momento de seguir profundizando, y con ese plan piensan ver “todas las fotos de niños que sea posible”, tanto en museos como en mercados. “Fuimos a la feria, compramos un par de fotos, pero nos interesa más que haya un vínculo afectivo para narrar esa historia, y nos parece súper rico el encuentro con las personas. A mí me dio mucho entusiasmo, no puedo describirlo en términos racionales, porque empezás a descubrir a los viejitos que te cuentan que ahogaron gatos en el wáter, o a las niñas a las que les gustaba treparse a los árboles y les decían machonas. Hay un montón de cosas de lo cotidiano que cuentan y aportan pila. Personalmente me gusta mucho más ‘robar’ la realidad que escuché, tomar esos elementos para crear historias. Va a ser mucho más potente, aunque después escriba otra cosa. Pero hay datos concretos: qué les decían a unos y a otros, cuáles eran los usos sociales, los juegos, los paseos, las costumbres, eso que aparece en los relatos”.

Para coordinar el préstamo de fotos: [email protected].