“Voy a Uruguay desde muy chiquita, excepto el año pasado por la pandemia, y es un lugar en el que disfruto mucho”, cuenta la periodista Soledad Barruti en comunicación desde Argentina junto al filósofo y divulgador Darío Sztajnszrajber, quien la acompañará a Montevideo en los próximos días. Agrega que cuando viene, al hacer ruta se da cuenta de “lo absorbidos que estamos por la industria, que cada pocos kilómetros coloca carteles de diferentes empresas que te ofrecen desde un refresco azucarado hasta un embutido. No lo pensamos tanto, pero queremos ver un paisaje y terminamos encontrándonos en eso; es avasallante”.

Especializada en periodismo alimentario, día a día Barruti comparte en sus redes sociales reflexiones e información sobre la industria, analiza los componentes de lo que llega a los supermercados del mundo, e invita a reflexionar sobre el origen de “todo eso que nos han enseñado que está bien consumir a diario”. Escribió Mal comidos (Planeta, 2013) y Mala leche (Planeta, 2018), libros que dedicó a mostrar y explicar quiénes nos alimentan. “Nos volvimos devotos de un sistema que nos necesita de determinada manera. En esa necesidad nos estamos perdiendo un montón de cualidades propias. Hay una reafirmación constante de ese acto de fe de consumir lo que nos dicen que nos hace bien, que es cotidiano”, explica.

En su militancia por una producción más equitativa, Barruti conoció a Sztajnszrajber y ese cruce concluyó en una dupla de trabajo. “Un día nos hicieron una invitación, a cada uno por su parte, de la Unión de Trabajadores de la Tierra, que en Argentina trabaja por la agroecología y los derechos al acceso a los territorios. En un contexto de elecciones, nos propusieron participar en un evento para poner a los alimentos en la agenda política. Finalmente se hizo en el aula magna de la Facultad de Medicina”, cuenta. “Después de compartir ese espacio empezamos a ver que había una retroalimentación muy hermosa para ahondar y desarmar lo que nos trajo hasta acá y tener herramientas para pensar las cosas de otra manera”, detalla sobre los motivos para seguir juntándose.

En cuanto al espectáculo que van a brindar el 26 de octubre en el Antel Arena, Sztajnszrajber adelantó que será “una conversación en tres ejes: deconstruir el modo instituido de pensar el placer, nuestra relación con lo animal y la idea de cuán cerca estamos del colapso”. Sobre la propuesta escénica, adelantó que “se leerán textos, habrá conversaciones y preguntas. Desde la palabra, la idea es que quien llegue no salga endeble, que de algún modo vuelva sobre sí mismo y piense en cuántas de esas prácticas cotidianas en las que vive pueden ser o no movibles. Es una propuesta de relatos, de divulgación, de cuestionarnos y de entender cómo la data puede llegar no sólo a la mente sino también al corazón, porque no se trata sólo de ser más pedagógicos, también de utilizar otros elementos que no son propios de la academia fusionando cosas como el arte y la filosofía”, detalla.

Banquete reflexivo

Para Barruti es hora de volvernos conscientes: “Comemos cuatro veces al día. Además, es una transmisión directa a nuestros hijos e hijas, es información que se nos hace carne y nosotros mismos hacemos carne cuando vamos educando luego”. Es por eso que “el sistema alimentario se basa en un acto de fe que no nos permite ver cuánto de lo que se nos propone es así, porque en realidad es todo lo contrario; cuando te prometen alegría, es sufrimiento; cuando te prometen nutrición, es violencia; cuando te prometen experiencias agradables, lo que hay es un secuestro de tus propias capacidades de sentir placer, goce, disfrute y de tener una relación con vos misma y con tu cuerpo”, subraya. “Nos vamos perdiendo en un sistema que es absolutamente totalizador, despojándonos de cosas mucho más copadas y esenciales para el buen vivir”.

“Nos han educado para el dios de lo adictivo. Desde los seis meses de vida nos dan cosas artificiales para comer, como un acto amoroso. La acción de comer es lo que genera menos artilugios defensivos, porque no tenemos herramientas para sospechar. Vamos creyendo en los paquetes, creemos que somos racionales pero lo único que hacemos es aceptar lo que nos da el sistema”, dice, haciendo referencia a lo poco que nos cuestionamos lo que ingerimos. La investigadora entiende que no es casualidad que la industria alimentaria, “una especie de dios que nos inculca la fe en lo que vende”, según Barruti, “se sostenga en no más de diez empresas que dieron con el truco de alimentarnos y quitarnos nuestra real capacidad de elección”.

Escape constante

Ante la pregunta de cómo eludir esta monotonía industrial, opina: “No conozco a nadie arrepentido de haber salido del sistema, pero sí personas atemorizadas por hacer esa ruptura, porque significa salir de un lugar seguro, un sistema perverso que te da fórmulas que generan mucha adicción”. Aun así, “cada vez son más las personas que están tratando de encontrar posibles salidas en cuanto a las posibilidades que tienen según el lugar en el que están, porque además el sistema alimentario es muy diverso según la región. Adentrarse en algo mejor, como volver a cocinar y habitar un paisaje más humano, es posible. Somos la primera civilización que no sabe de dónde viene lo que come, que no puede imaginarlo. Volver a hacer conexiones y amigarnos con lo que nos hace bien es lo deseable, en una historia agradable, no de animales torturados, personas empobrecidas, territorios contaminados, venenos a mansalva”, reflexiona.

El filósofo pone sobre las palabras de Barruti los cuestionamientos propios de lo que nos vienen a ofrecer en el estreno: “No es casual la asociación que hace Soledad con la idea de la fe, porque la presencia religiosa en el sentido más dogmático, más paralizante y represivo, lo que hace es hacerte creer que no hay otro modo de ver una cosa, y en el caso de los alimentos existe una especie de endiosamiento en el sentido mitológico que nos hace pensar el tipo de comida que conocemos como el único camino posible”. Agrega que “los efectos de lo que consumimos son directos en nuestros cuerpos. El propósito de las grandes producciones dogmáticas es generar una ética doctrinaria mediante el autodisciplinamiento. Uno compra toda la liturgia religiosa de lo que sea, porque somos mucho más religiosos de lo que creemos, por eso el título de nuestro encuentro del 26. Para el filósofo, “comemos fantasmas, porque cuando alguien muere lo que queda es una experiencia espectral. Nietzsche dice que cuando Dios muere todavía nos recubren sus sombras y que la verdadera emancipación no es con Dios sino con las sombras, y hay algo de eso en la comida”. Concluye diciendo que “cuando uno toma conciencia de lo que ocurre intenta salir, pero todos los días hay que ir pensando el modo de ir distendiendo la forma de comer. Es un trabajo constante, no instantáneo, y cuestionar lo aprendido es un gran comienzo”.

Uno de los aspectos que abordan durante el espectáculo es “un llamado urgente a entender la inminencia de ese colapso; seguimos creyendo que falta un montón para el apocalipsis, y tal vez ya está sucediendo. Lo importante es entrever otros tiempos que no son los del sistema, que están anestesiados, encubiertos”.

Mientras Barruti lamenta que “aunque, al igual que Argentina, Uruguay es un país con hermosas posibilidades para hacer campos agroecológicos, lo que ocurre es que todo el negocio de lo que nos hace mal está dejando al país sin tierra, sin agua, sin biodiversidad y sin soberanía alimentaria, y que al sentarse a comer en la mayoría de los lugares que antes ofrecían alimentos hoy ofrecen comida de paquete”, Darío pide “piques de lugares que ofrezcan comida vegana”.

Juntos esperan ansiosos el estreno de La comida ha muerto en el Antel Arena. Las entradas están a la venta por Tickantel y van desde $ 980 a $ 1.488.