La calle no se cruza con semáforo en rojo. Pegarle a otra persona no está bien. Correr con los cordones desatados es riesgoso. Nos movemos en un mundo que está lleno de reglas. Pero quizás no identificamos cómo adquirimos esas normas a las que respondemos con naturalidad.

Los límites, que suelen imponerse desde muy temprana edad, son una herramienta de crianza clave. Los padres pueden enseñar qué está bien y qué está mal, los niños pueden entender qué pasa y sentirse más seguros y cuidados. Pero ¿es posible hacer de esta marcación una situación saludable que no los desestimule?

“No”. “No”. “Tampoco”. Junto con la vuelta a la escuela, llegaron las respuestas negativas dentro de varias familias: porque trasnochar ya no se puede, porque el juego no debe darse en cualquier momento, porque ahora hay que compartir los días con otros niños y hacer los deberes. Entonces llegan las quejas, el estrés ‒en chicos y grandes‒, la sobrecarga de información, el llanto. Es que la agenda de toda la casa cambió y para que la rutina fluya de forma poco dramática es necesario marcar pautas claras.

Por supuesto que maternar y paternar tiene mucho de improvisación. También es importante que los límites sean pensados y graduales. El psiquiatra especializado en niños y adolescentes Ariel Gold afirma que “las nuevas pautas que aparecen con el comienzo de clases ponen en marcha una serie de funciones cerebrales del niño que le permitirán con mayor o menor facilidad adaptarse a la nueva realidad”. Por eso, entiende, es recomendable “preparar ese terreno” con anticipación para que luego sea más sencillo de incorporar. Como indica Unicef en su guía ¿Mucho, poquito o nada?, establecer reglas no debería ser una reacción de enojo a lo que los hijos hacen mal.

En la marcha, puede suceder que sientan que algo se les terminó y que su capacidad de acción se redujo. Y puede darse que los padres se cuestionen si están siendo muy exigentes, si están trastocando la libertad de sus hijos. Según el psiquiatra, “se trata de enseñarles el camino que como padres pensamos que deben seguir para que más adelante elijan el propio”. Entonces, ¿no se trata de restricciones? Gold lo explica así: “Si entiendo las líneas de la carretera que me permiten o me impiden pasar al auto que tengo adelante como restricciones, no entendí que esas son señales que me ayudan a elegir. Me dicen ‘no te conviene pasar en estos momentos’. Pero no me impiden pasar. Yo elijo qué hacer, sabiendo las consecuencias de ir contra esa norma”. Como los niños no tienen igual conciencia de lo que puede traer aparejado, deben aprender a gestionar las emociones que se producen cuando se les impone algo que quizás no desean. “Ahí están los padres para acompañar su sentimiento y ayudarlos, pero no para decirles ‘bueno mi amor, con tal de que no sufras, no vayas a la escuela si no querés’”, ejemplifica el médico.

¿Quiénes serán mis compañeros? ¿Qué maestra me tocará? ¿Será otro año difícil? La previa al comienzo de clases se carga de incertidumbre. Como indica la psicóloga y escritora Virginia Mórtola, junto con esa nebulosa aparecen los desafíos. Por su etimología, que remite al verbo fiar, la especialista infantil asocia desafío con confiar. Por eso, reflexiona, “una forma de estimular a los hijos quizás sea ofreciendo confianza, sin minimizar sus preocupaciones, respetando su sentir y dándoles la mano”.

En edades preescolares y en los primeros años de escuela se pueden generar situaciones en las que un niño llore fuera del aula porque no quiere entrar. Es lo que coloquialmente llamamos berrinche y que parece incontrolable. Si algún lector necesita consejos para sobrellevar esos eventos, Mórtola advierte que las estrategias son singulares y que cada familia debe encontrar la suya. Para la psicóloga, la clave no está en centrarse en ese capricho, que suele identificarse con un matiz peyorativo. “¿Qué hay que controlar en el berrinche? ¿Cuál es ese deseo vehemente que no puede ser comunicado de otra forma y encuentra esta manera tan desordenada que nadie entiende y nos enoja? ¿Enoja la incomprensión?”, invita a reflexionar la especialista, y señala: “El berrinche es un modo poco afortudado de decir, pero un modo al fin. Habrá que descifrarlo cada vez que suceda”.

Si no hay tiempo, organicen

Es verdad, la rutina diaria del año lectivo puede ser agotadora. Pero eso no quiere decir que la comunicación entre padres e hijos deba limitarse abruptamente. Si hay menos tiempo y más desgaste, que haya, entonces, mejor organización y más espacios en común de calidad. “Los lugares se crean. El cansancio y las preocupaciones nos merodean a todos los adultos. La cuestión está en poder salirse un ratito de esta maraña que nos atrapa y compartir un rato despreocupado y creativo. Jugar, leer, cantar, bailar, reírse de los disparates. Eso, seguro, tiene efectos positivos en grandes y chicos”, dice Mórtola.

Después de un 2020 de pandemia, frente a un arranque en que la presencialidad plena para todos es todavía una intención, Mórtola concluyó: “Una de las limitaciones graves para las infancias es la desigualdad en el acceso a la educación. Gran cantidad de niños y niñas de las escuelas públicas no están concurriendo a clase todos los días. Eso, además de generar una distancia importante en el acceso a la educación, tiene efectos en la vida cotidiana. La escuela es un espacio de aprendizaje, pero también de socialización, de compartir con pares, y ofrece una organización de lo cotidiano tanto a niños y niñas como a adultos. ¿Cómo no trasmitir estrés y organizar reglas claras en un contexto de incertidumbre? Hay cuestiones que no dependen sólo de padres y madres”.