Los problemas asociados a una mala alimentación en Uruguay atraviesan todos los estratos sociales. En el país de América Latina que según la Organización Panamericana de la Salud (OPS) registró el mayor aumento en el consumo de productos ultraprocesados -146% entre 2000 y 2013-, cuatro de cada 10 niños mayores de cinco años padecen obesidad o sobrepeso. Y el fenómeno es global. Se estima que un niño de 8 años hoy, comió la misma cantidad de azúcar que su abuelo de 80 en toda su vida.
Recalculando
Lo primero a tener en cuenta es que el gusto de los niños, así como el de los adultos, se educa. “Siempre es posible acostumbrar el paladar a sabores más naturales y saludables y nunca es tarde para cambiar hábitos”, afirma la nutricionista infantil Raquel Villegas, y explica que trabajar la relación con la comida desde la infancia es clave para disfrutar de una alimentación saludable toda la vida. En la misma línea, la nutricionista Gabriela Ibarburu agrega que lo que sucede durante los primeros años puede derivar a largo plazo en una consolidación de conductas que sirvan como protección en la edad adulta ante las enfermedades no transmisibles, que son la principal causa de muerte en el mundo.
Así como cada vez son más los adultos que se interpelan sobre este tema, crece la necesidad de mejorar lo que consumen los más jóvenes. Pero a no desalentarse los padres que tienen hijos crecidos con hábitos no tan saludables: si bien en ellos la resistencia a ciertos alimentos puede ser fuerte, Villegas sostiene que generar cambios positivos en su dieta no es imposible. La clave es hacerlo de forma progresiva.
Estoy lleno / quiero más
A su vez, como subraya Ibarburu, es fundamental predicar con el ejemplo. “Coherencia: pesa mucho más lo que hacemos que lo que les decimos a ellos que tienen que hacer. En definitiva, un niño va a terminar consumiendo lo que se consuma en el hogar”. La nutricionista entiende que no debería existir dentro de la dinámica familiar “comida especial para los niños”, ya que ellos deberían comer lo mismo (en calidad, no cantidad) que los adultos. Ibarburu recomienda también que los padres confíen en la capacidad de sus hijos para autorregularse y respeten las señales de hambre y saciedad.
Para conectar a los chicos con la comida saludable Ibarburu sugiere que el proceso sea orgánico: “Lo ideal sería que en casa siempre haya verduras y frutas, que nos acompañen a comprar los alimentos, mostrárselos y nombrarlos para que los conozcan. A medida que vayan probando alimentos nuevos, les podemos contar de dónde vienen y qué nutrientes aportan. Está bueno cocinar con ellos y hacerlos parte, que no sea que la comida aparece de repente en el plato”. A su vez, hizo hincapié en la importancia de que puedan comer todos juntos.
Otro punto en el que las consultadas coinciden es en que utilizar la comida como premio o castigo es perjudicial. Villegas ejemplifica que sobornos del tipo “si comés las verduras te doy chocolate” dan el mensaje de que las verduras son lo malo y el ultraprocesado es lo bueno, “porque a nadie se le ocurre premiar con una zanahoria”.
También es fundamental liberar las alacenas de ciertos empaquetados, estar atentos a las trampas de la industria alimentaria y desconfiar de lo que les ofrece. “No existen ultraprocesados destinados a la población infantil que sean saludables o que podamos darles un uso diario sin que ello implique repercusiones en la salud a largo o mediano plazo”, asegura Villegas, y recuerda que estos productos forman parte de un ambiente obesogénico. Contienen dentro de sus primeros cuatro ingredientes harina refinada, azúcar, sal y grasas vegetales.
Según la especialista, “están diseñados para generar atracción a nivel del paladar (generando dependencia por su hiperpalatabilidad) y lo visual, utilizando múltiples estrategias de neuromarketing que generan confianza, necesidad, atención y sobre todo muchas ganas de consumirlo”. Villegas insiste en que los niños no tienen la capacidad de identificar el riesgo que ese tipo de “placer” implica. “La industria sabe de la culpa y la inseguridad que gira en torno a la maternidad, por eso vende frases como ‘dale lo mejor a tu hijo, ellos se lo merecen’ o ‘regalale la felicidad para que crezca fuerte’”, señala Villegas.
La profesional entiende que muchas familias uruguayas apelan a los ultraprocesados como un mimo y lo suman a meriendas para la escuela o en desayunos y meriendas. Pero esta acción “acaba boicoteando la alimentación”. En efecto, Ibarburu considera necesario desarrollar un espíritu crítico para mirar con lupa toda la información que provenga de la industria alimentaria. La nutricionista identifica que gran parte de los niños llevan una alimentación basada en harina blanca, con platos monocromáticos que consisten en fideos con queso, carne con papa y alimentos congelados, por ejemplo. A su vez, en las colaciones toman protagonismo las bebidas azucaradas y las galletitas de mala calidad nutricional, que desplazan a las frutas y que muchas veces se venden como saludables. No se trata, dice, de prohibirlos a rajatabla, sino de que sean excepción y no norma.
A favor
¿Qué alimentos se deberían incluir, entonces, en el marco de una alimentación saludable? Ibarburu lo resume así: la mayor variedad de verduras y frutas posibles, frutos secos, frutas deshidratadas, semillas, legumbres, cereales integrales (fideos, arroz, avena, polenta y pan, por ejemplo), huevos, lácteos sin colorantes ni endulzantes y carnes no procesadas. En contrapartida, la nutricionista aconseja quitar de la cotidianeidad productos como las galletitas industriales, el pan de molde, las bebidas azucaradas, alfajores, snacks como las papas chips, yogures endulzados con saborizantes y colorantes artificiales, carnes procesadas y golosinas. Se trata de confiar en la comida casera y libre de ingredientes cuyo origen desconocemos, y lograr que sea amigable con la economía doméstica.