Una G negra mayúscula que delata exprofeso el pulso de su autor, sobre un fondo amarillo, configura la identidad gráfica de Gastón Castagnet, o, mejor dicho, Gaston The Painter, como figura en redes. En el rubro gastronómico su nombre circula como sinónimo de buena cartelería, en una época en la que prácticamente ya no se ven los anuncios de calle de pintor de letras: “Que se comente así, de manera positiva, y que recuerden esos detalles de este oficio que está desapareciendo me gusta mucho”, dice el artesano y docente desde Australia. Allí nació y reside, aunque sus visitas a Montevideo siempre dejan huella en locales gastronómicos, donde al menos cada verano se lo puede ver con mameluco y pincel.
Es hijo de rioplatenses –su madre es argentina y su padre, uruguayo– que se radicaron en Melbourne en los años 80 y cuando Gastón tenía ocho años decidieron volver. Entonces, los recuerdos se amontonan. “Me adoptó la ciudad; tuve que aprender el idioma, aprender a jugar al fútbol, la cultura, fue divino”, cuenta. A los 22 empezó a juntar ganas de viajar, de independizarse, y decidió regresar. Fue estando ahí que lo atrapó un oficio que nadie le inculcó. Ahora, a los 32, siente que cada vez pasa un tiempo más significativo cuando visita Uruguay.
De la tiza al diseño
Ya antes de considerarlo un trabajo ideaba proyectos de arte urbano. “En el grafiti encontré un gran canal para mis ideas; hacía stencils con diseños irreverentes, stickers con mi seudónimo, y lógicamente practicaba trazos caligráficos por las calles de Montevideo”. Se inició en el rubro cuando tenía 18 años y se ofrecía a bares y restaurantes que tenían pizarrones. “Me quedaban buenos los títulos, pero hasta ahí. Al toque di con el problema de tener que diagramar texto, manejar espacio negativo, tener que manejar varios estilos distintos. Con la creciente cantidad de clientes y sus requerimientos, de a poco me abrí a usar el marcador de pintura, luego el pincel. Pronto ya estaría imitando a los héroes pintores que seguía en Instagram, lanzándome a pintar sobre muros y ventanas”. Hizo una breve pasantía en un estudio de diseño que confió en él aunque no tenía portfolio ni formación académica. “Ese tiempo me permitió aprender los programas de diseño digital de hoy en día y me pulió para pasar de ser un grafitero a un diseñador formado”.
Señala como un momento de quiebre un documental estadounidense que vio hacia 2014, Sign Painters, dirigido por Faythe Levine y Sam Macon, en el que “entrevistan a distintos pintores de letras, de los pocos que van quedando, que aún trabajan con un método tradicional, a la vieja usanza”. Confiesa que en aquel momento ya estaba “bastante obsesionado con las letras” y pasaba tiempo practicando. “Me di cuenta de que era un oficio bastante difícil de aprender, porque está como desaparecido, por lo menos en Uruguay, y en otros lados del mundo sigue existiendo, pero ya no como algo que vos podés ir a cursar en un formato institucional”, explica. Por eso recurrió a libros viejos, a bibliotecas en línea, a videos y, lógicamente, a muchísimo ensayo y error. Admite que en el camino se frustró un montón.
Práctica y encargos
Aunque al llegar a Australia pudo ir a un par de talleres, entiende que transmiten lo básico. “O sea, tenés unas letras calcadas y te ponés a hacer trazos adentro para practicarlas. Nada que te prepare como para ir a ofrecer trabajo, como para formarte profesionalmente”. Por eso, en definitiva, se considera autodidacta en varias disciplinas.
Entre los servicios que ofrece actualmente están la caligrafía y el lettering (entiéndase el primero como el diseño de la letra escrita, y el segundo, la letra dibujada o ilustrada), pero además trabaja en diseño gráfico y branding –desde la generación de un logotipo hasta la selección con criterio de una paleta de tipografías y de color– y su dirección creativa. Evidentemente se dedica a todo lo que implique pintura: de murales, de ventanales, fabrica y pinta carteles de madera. Por eso su clientela también es de un rango diverso: “Eso me encanta”, reconoce. “Van desde Dior y Balenciaga, que requieren caligrafías personalizadas ejecutadas en vivo en eventos o sobre sus productos, a murales para Peñarol en su estadio. Van desde la dirección creativa y el diseño de imagen, logo y tipografías para un pequeño bar próximo a abrir hasta pintar sus ventanales, puertas y baños”.
Los materiales y el tiempo
En el rubro de Castagnet predominan dos tipos de pintura: acrílica al agua y esmalte sintético al aceite. Cada una tiene sus particularidades y funciones. La primera es mate, menos nociva y con menos olor. “Seca muy rápido, perdona más los errores y es más fácil de limpiar. La uso en casi todos los trabajos, salvo cuando el soporte requiere otra cosa”, detalla. Por otro lado, el esmalte sintético se diluye con productos como aguarrás. “Hay que trabajar con buena ventilación porque el pincel se empieza a secar y se pone duro enseguida. Requiere velocidad y cambia bastante su comportamiento según la temperatura y la humedad. Lo uso principalmente en superficies sin poros ni dientes, como metales, plásticos y vidrios. Para todo lo demás, prefiero acrílico”, explica. “Este tipo de pintura está muy asociado al oficio tradicional del pintor de letras. Incluso muchos entusiastas que recién empiezan optan por practicar directamente con esmalte, lo cual me parece innecesariamente difícil. Para practicar, siempre recomiendo usar acrílicos al agua, y en mis talleres enseño casi exclusivamente con ese tipo de pintura hasta que se llegue a una etapa más avanzada”.
Consultado por el mantenimiento de obra, aclara que “un mural exterior pintado con acrílico puede durar muchos años si tiene varias capas densas. A veces se le aplica una capa de barniz transparente para protegerlo, pero más allá de eso no hay mucho más que se pueda hacer”. Cuando trabaja con esmalte sobre vidrio, el resultado es resistente, pero aun así puede erosionarse con el roce o la limpieza constante con productos químicos. “Para protegerlo, aplico una capa de barniz transparente que reborda mis diseños por apenas 1 mm. Esto hace que, si se limpia o roza, se desgaste primero el barniz y no la pintura original”.
Con relación a este tema, Gastón señala que vio muchos dorados antiguos en Montevideo que están descascarándose. “Algunos ya perdieron completamente el oro y sólo queda el delineado negro. Otros todavía conservan el dorado, pero el reborde de barniz protector ya se erosionó y la obra corre peligro. Curiosamente, suelen desgastarse más en los vértices inferiores izquierdos, probablemente por el roce repetido de trapos y esponjas de personas diestras al limpiar los vidrios. Por eso también ofrezco un servicio de mantenimiento de dorados. Si veo que una obra corre riesgo de deteriorarse, me pongo en contacto con quien corresponda y propongo aplicar una nueva capa de barniz para preservarla”.
Un desafío brillante
Hablando sobre la técnica del dorado a la hoja, “la más refinada, complicada, lujosa y costosa, por el trabajo que conlleva y el valor de sus materiales”, dice que “requiere un aprendizaje kinético, de observar la mecánica y de tener los elementos en la mano, y tener a un experto al lado que te indique”.
“Típicamente, cuando un pintor de letras era instruido en el oficio, el dorado a la hoja era la técnica cúlmine con la que cerraba su aprendizaje y pasaba a ser considerado un pintor de letras completo, un ‘veterano’ o, en inglés, Journey Man Signpainter (por estar pronto para emprender viajes en busca de trabajo, ya que este individuo completaba las habilidades requeridas)”, agrega.
Asegura que a Montevideo lo trajeron los inmigrantes italianos, alemanes y españoles. “Sobre vidrio, se aplican láminas finísimas de oro, con una técnica que requiere manualidad, paciencia y una mente fría y calculadora. No sólo hay que manejar diseño, hay que saber manejar temperatura, tiempos, destreza. Es complicado, pero el resultado final es sencillamente impresionante: una diferencia de magnitud con algo pintado. No hay igual. Es un trabajo que se reserva para los mejores ventanales. No es para algo pasajero. Se trabaja con oro de hasta 23 kilates”, explica.
Está embarcado en un proyecto sobre el asunto. “No sólo estoy trayendo la técnica nuevamente a Uruguay, sino documentando los antiguos dorados a la hoja de la ciudad. Hay varios por Ciudad Vieja, por 18 de Julio, por Avenida Brasil y las calles residenciales de Pocitos, en todo tipo de estado: bien preservados, descascarados, tapados con pegotines, rayados, emparchados con un poco de pintura con brillantina. Es una locura. Tenemos un gran patrimonio estético no sólo para proteger, sino además para revitalizar”.
Por eso, vaya a donde vaya, intenta generar una continuidad en lo que hace. “Doy talleres de caligrafía y lettering, también de pintura de letras. Y espero dar de dorado en algún momento, cuando tenga la técnica aún más dominada. Soy muy consciente de lo difícil que fue aprender estas técnicas para mí y de la tendencia que tiene lo artesanal de paulatinamente ir perdiéndose en el olvido. Así que tomo como una responsabilidad el compartir, que además me llena. Me hace sentir que estoy haciendo un aporte”.
Escaparates en la ciudad
Café Brasilero
“Es un gran ejemplo de patrimonio gráfico. Es mítico, fundado en 1877. Sus carteles, en su encarnación más reciente, eran un despropósito. Del último pintor de letras en intervenirlos se había perdido el rastro hace ya un largo tiempo –y los había pintado con errores y horrores tipográficos, como una S de pies a cabeza, y la A espejada, y con una pintura que imitaba el dorado pero fallaba, era como un marrón translúcido con brillantina–. Me contactó el dueño e inmediatamente supe que la oportunidad no era sólo de pintar un bar icónico, sino de darle la revitalización que se merece.
En esta ocasión no sólo iría a hacer un dorado a la hoja, había que redibujar las tradicionales letras del Café Brasilero. Inspirándome en la tipografía encofrada en su escalón de entrada, '1877', me dispuse a calcar y redibujar las letras, generando un nuevo diseño, haciéndole honor a su origen, corrigiendo detalles tipográficos y, lógicamente, donde se dejara entrever detalles de mi impronta. Resultó en unos carteles hermosos que le hacen honor al café más icónico de Montevideo”.
Café Paraíso / Seis Montes
“Acabo de terminar de dorar en Café Paraíso [Constituyente y Yaro]. Uno de sus socios fue el primero en confiar en mí para hacer un dorado a la hoja en otro local, Seis Montes [Rivera y Paullier]. En esos momentos [2021] yo recién estaba comenzando a entusiasmarme con esta técnica. Fue mi 'mecenas' en ese sentido. Y fue un orgullo entonces que me llamaran nuevamente para dorar en este emprendimiento. Incluso se nota una mejoría en mi trabajo entre uno y otro, testamento del camino andado”.
El Porvenir (a la entrada de Mercado Ferrando, Chaná 2120)
“Los clientes también eran diseñadores, por lo que fue un placer trabajar con ellos. Me dieron un brief muy claro: almacén de barrio, pintado por un pintor de letras como si este almacén estuviese inserto en pleno 'barrio de los judíos'. Al replicar este estilo tan suelto, inmediato, sencillo, fue bastante más fácil de ejecutar, pero resultó en algo cálido, muy montevideano”.
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