Es cada vez más común que algunas películas que predican distintas formas de inclusión se conviertan en ejemplo de esa inclusión. Así, esta realización, planteada como una parábola moral sobre la integración social de discapacitados intelectuales, está actuada mayormente por discapacitados intelectuales. De alguna manera, lo que ocurrió con Somos campeones es muy parecido a lo que la película cuenta: uno puede imaginarse las tácticas especiales, los cuidados, las dificultades necesarias para manejar a un reparto así, y también lo importante que puede haber sido para ellos hacer este trabajo. Y terminó siendo el film español de mayor taquilla en 2018, fue seleccionado para representar a España en los Oscar 2019 y se convirtió en un considerable éxito internacional.

Para la historia usaron el cliché del entrenador que tiene que convertir a un equipo de friquis en competitivo. Es una traslación que tiene muy poca tensión interna: por lo normal, en esas películas los friquis terminan mostrando que, con tesón y enfoques originales, son capaces de destacarse en la competencia de los consagrados, mientras que aquí los personajes van a competir en el campeonato de discapacitados: en ese esquema no entra en juego la posición de ellos en la sociedad como un todo, sino en la competencia con sus pares. Tampoco la película asume el riesgo de poner a los discapacitados en el centro de la historia o de asumir su punto de vista (como en, por ejemplo, El octavo día, de Jaco van Dormael, 1996): el protagonista es el entrenador, interpretado por Javier Gutiérrez, uno de los actores españoles más populares del momento y más premiados en su país.

Al inicio Marco, el entrenador, es totalmente ajeno al pensamiento inclusivo: a los discapacitados los llama con términos considerados ofensivos (“subnormales”, “mongólicos”), no tiene la más pálida idea de cómo lidiar con ellos, no le importan sus problemas y sólo quiere sacarse de encima –con el mínimo de trabajo– la pena de servicio social que le impusieron por manejar borracho (esos momentos son usados, además, para propiciar momentos de humor “incorrecto” y para “cortar con tanta dulzura”.) De a poco empieza a encontrarle alguna vuelta, se van generando afectos entre él y los integrantes del equipo y empieza a involucrarse. Todo va viento en popa, pero pasa algo, viene un momento de desaliento que logran remontar y todo rumbea hacia el desenlace triunfal. Todo manual de guion enseña que, siguiendo el modelo hollywoodense, debe haber más de una línea narrativa alrededor del mismo conjunto de personajes, así que Marco tiene problemas con su profesión, con su pareja, con su madre y consigo mismo. Por medio del trabajo con el equipo de discapacitados se encuentra a sí mismo y, por añadidura, se arreglan todos los demás problemas; todo esto lo prepara para una vida realizada, en la que será mucho mejor persona que la que era al principio. Incluso hay un epílogo tipo “mona Chita” (como cuando ella pegaba una pirueta al final de las viejas películas de Tarzán y la película terminaba con una carcajada colectiva).

Los números de taquilla indican que hay cientos de miles de personas a quienes los chistes les hicieron gracia. Consisten, esencialmente, en Marco dando instrucciones en un lenguaje técnico inaprehensible para quienes no estén muy familiarizados con el deporte, mientras los discapacitados lo miran anonadados con sus caras raras. O si no, se trata del técnico impaciente y exasperado porque los del equipo se divagan, entienden algo mal, charlan entre ellos, se trancan con una cuestión nimia.

La música es la peor que recuerde en una película en toda mi vida. Es una colección de climas afectivos estándar que se disparan en forma exagerada ante ciertos estímulos para sobreexplicar cómo hay que reaccionar en cada momento. Así, en cuanto los discapacitados empiezan a armar lío, empieza a sonar una musiquita graciosa tipo “El paso del elefantito”; cuando Juanma logra superar su fobia suena una música heroica; cuando la mujer dice que quisiera tener un hijo suena una lírica y tierna. Cualquier esperanza de suspenso, emoción y empatía en la final del campeonato (el showdown de la película) queda aplastada por el tema estilo “Chariots of Fire” que insiste en que nos sintamos exaltados en ese momento épico, grandioso, constructivo.

En cambio, el trabajo con el equipo de discapacitados es formidable. Cada uno de los diez que conforman el equipo principal (otros aparecen ocasionalmente) tiene sus rasgos definidos y diferenciados de personalidad que el espectador llega a conocer. Están caracterizados casi siempre en forma sencilla, a través de actitudes o de frases que se reiteran. Hay algunas cosas sorprendentes y que es imposible que no susciten emoción: tienen que ver con saber un poco más sobre las políticas de inserción laboral de discapacitados, con las personas abnegadas (como el adorable personaje Julio) que dedican buena parte de sus energías a apoyarlos, con el inesperado giro final que ataca la idea de competitividad malsana en el deporte, y sobre todo con una frase dicha por Marín (Jesús Vidal, que aparece en el tráiler) y que termina de derretir el corazón de Marco (y de dejar una marca en el nuestro): “A mí tampoco me gustaría tener un hijo como nosotros. Lo que sí me gustaría es tener un padre como tú. Y muchísimas gracias por todo”.

Somos campeones (título original: Campeones) | Dirigida por Javier Fesser. Con Javier Gutiérrez, Athenea Mata, Roberto Chinchilla. España, 2018. Ejido, Grupocine Punta Carretas, Movie Punta Carretas, Alfabeta, Movie Montevideo, Portones, Las Piedras Shopping, Punta Shopping.