“Can you feel my heart beat?”(“¿podés sentir el latido de mi corazón?”), preguntaba una y otra vez Nick Cave, el lunes de noche. “Boom, boom, boom”, se contestaba, mientras su banda, The Bad Seeds, desplegaba las notas de la hipnótica “Higgs Boson Blues” en el Teatro de Verano. Para que la respuesta se pudiera sentir no sólo por los oídos, el músico australiano la hacía inclinado sobre la primera fila de público. Un enjambre de manos se posaba sobre su pecho, con devoción. Lo sentían y a su vez lo sostenían. “Boom, boom, boom”. Era difícil no ver en eso una especie de ritual religioso y oscuro, como una buena parte de la música de Cave, que salió al escenario con saco y pantalón a tono, y perfectamente engominado, como un tanguero anglosajón.
Desde temprano estaba anunciada una tormenta. Cuando empezó el toque, antes de las 22.00, brillaba algún que otro relámpago a lo lejos. De cerca, en seguida se pudo sentir el brillo de los intimidantes ojos claros de Cave, que enfiló de una hacia la multitud, buscando miradas cómplices. Abrió con “Jesus Alone”, la que también arranca su último disco, Skeleton Tree (2016), compuesto luego de la muerte de uno de sus hijos gemelos –el adolescente se cayó por un acantilado en Brighton, Inglaterra, su lugar de residencia–. La canción es minimalista, obsesiva y –¿hay que escribirlo?– oscura. En los versos no hay grandes cambios armónicos, es un colchón sobre el que Cave se despliega como un predicador de las tinieblas. En el estribillo aparece un color musical más. “With my voice / I am calling you” (“con mi voz, te estoy llamando”), insistía, y parecía de verdad.
A pesar del viaje por las tinieblas, Cave da show. Interactuó constantemente con el público, paseando su desgarbada figura por las pasarelas que emanaban hacia los costados. Ya en el tercer tema (“Higgs Boson Blues”) se vio que el toque iba a ser grande y memorable, y con los siguientes se terminó de confirmar. La banda sonó potente y aceitada, y por momentos mostró una corrosiva suciedad punk –bah, pospunk– en la que se destacaba el barbudo Warren Ellis dándole a la guitarra, al piano o a la flauta –y a veces maltratando al pobre violín–. Aunque, de todos los instrumentos que maneja la banda –son siete músicos en escena–, vale destacar el vibráfono, pero sobre todo las campanas tubulares (sí, aquellas inmortalizadas por Mike Oldfield), que le daban otro timbre a las canciones y, por momentos, acompañaban el golpe de la batería aportando una gran dosis de épica. “Aguante Peaky Blinders”, gritó épicamente alguien del público, en los primeros compases de “Red Right Hand”, que es usada como tema principal de la exitosa serie de Netflix.
Cuando el primer tercio del recital besaba la muerte, Cave se instaló en el piano de cola más larga que su pelo, y se mandó tres de sus más hermosas y lacrimógenas baladas, que contrastaron melódicamente con todo lo demás y hasta lanzaron una pizca de ternura, amenazada por la eterna sombra de lo imposible. “Come sail your ships around me / and burn your bridges down, / we make a little history, baby, / every time you come around” (“navegá tus barcos a mi alrededor / y quemá tus puentes; / vamos a hacer una pequeña historia, nena, / siempre que estés cerca”), cantaba Cave para navegar con “The Ship Song”, concentrando toda la atención. Pero había que ver lo que tocaba en su guitarra acústica George Vjestica: sol, re, do, sol, re; tres acordes y un orden usados hasta el cansancio. Sin embargo, la canción muestra que siempre hay una vuelta, otra forma de usarlos, cuando arropa a una melodía exquisita y se tiene algo hermoso para decir. Luego dio paso a una de las canciones más populares de Cave, aquella en la que reza que no cree en un dios intervencionista pero que si lo hiciera, cariño, se arrodillaría y le pediría que no interviniese cuando se tratase de vos, que no te tocara ni un pelo de la cabeza, que te dejara tal como sos, y todo eso; ah, y que si el Señor te tiene que dirigir, que lo haga hacia los brazos de Nick: “Into my Arms”. En su interpretación vocal, Cave le puso más dramatismo que en la original de estudio, y, como sabía que es la que todos más saben, al final, se paró y dejó que el público la terminara a capela. “Into my arms, / oh, Lord, into my arms”.
Pasadas las 23.00, empezó a llover, pero sólo en la pantalla que estaba detrás de los músicos, cuando arrancó “Tupelo”, uno de los himnos siniestros de Cave, incluido en el segundo disco con The Bad Seeds, The Firstborn Is Dead (1985). El título del álbum se refiere al hermano gemelo de Elvis Presley, que nació primero y murió minutos después de nacer, y el tema narra el nacimiento del rey del rock & roll –una de las obsesiones de Cave– en medio de una tormenta colosal, como si fuera el mesías. En el original de estudio, la voz de Cave pasa de Tom Waits a un Elvis exagerado como si nada. Ayer, mientras sonaba el tema, la tormenta empezó a hacerse más real, como si nada. “A big black cloud come!” (“se viene una gran nube negra”), cantaba Cave, y se sentía el olor de la inminente tormenta.
El estruendo musical arrasó todo a su paso con una trilogía bestial: “Jubilee Street”, “The Weeping Song” y “Stagger Lee”. Durante la segunda, Cave saltó la valla y caminó tranquilamente por una de las escaleras del Teatro de Verano, con la misma tranquilidad de quien va a comprar un pancho y una cerveza. Subió hasta donde empieza la platea alta. Buscó complicidad masiva con palmas. Y volvió el ritual. “Can you feel my heart beat?”. Un hombre lo apuntaba con su celular demasiado cerca. El músico se lo corrió con la mano, como para que viva el momento y se deje de pavadas. “Can you feel my heart beat?”. “Boom, boom, boom”. El cielo empezó a llorar grandes lágrimas.
“You’ve gotta just keep on pushing” (“tenés que seguir empujando”), cantaba Cave mirando al cielo, en una aguerrida versión de “Push the Sky Away”, y la escenografía natural parecía más guionada que la tormenta de la pantalla en “Tupelo”. Mientras el recital terminaba de morir, con “Rings of Saturn”, bajo el luminoso coro que Cave llamó a acompañar, nacía la idea de que hay un más allá que está acá.