Desde el cruce de la música tradicional y la considerada de vanguardia, la actriz y cantante Cecilia Rossetto (recordada, entre otros trabajos, por su papel de Dominga en Esperando la carroza, 1985) dará un emotivo concierto, que se presenta como un híbrido de poesía, música y tango, que, entre la diversidad de autores, reúne a referentes como Idea Vilariño, Julio Cortázar, Haroldo Conti, Cristina Peri Rossi, Tita Merello, Homero Manzi, Juan Gelman, Cátulo Castillo y Discépolo. En este vaivén “íntimo y enriquecedor”, Rossetto estará acompañada por un trío de bandoneón (Walther Castro), guitarra (César Angeleri) y contrabajo (Mono Hurtado).

Luego de un largo recorrido y de importantes reconocimientos, como cuando –en 2003– participó en la temporada parisina con la Ópera de los tres centavos (de Bertolt Brecht y Kurt Weill, con la que giró por Alemania, España, Colombia y Venezuela, entre varios países), Rossetto vuelve a Montevideo con “un puñado de canciones, emociones y poesías”. Unos días antes del concierto, la cantante dijo a la diaria que regresa “descarnada a hacer –como diría Joan Manuel Serrat– lo que mejor hago y más me gusta..., un turbión de vida”. Así define lo que ya se convirtió en una marca personal y que apela a cruzar poetas y letristas comprometidos con el presente y con la necesidad de su gente.

Hace un tiempo, Rossetto reconoció que esencialmente ella era una chica pueblerina a la que le encantaban los sonidos del campo. Consultada sobre qué implicaba dialogar con estas memorias, luego de una larga experiencia como cantante, actriz y militante de izquierda, ella reconoce que se trata de una lucha constante entre lo que “el cuerpo ansía desde lo más antiguo, como el cobijo del ámbito de la infancia y sus paisajes, y lo que te exige una vida acelerada en una ciudad malhumorada y cada día menos solidaria como Buenos Aires. Nací a 300 kilómetros de la capital en una ciudad [Nueve de Julio] que, entonces, era un pueblo con calles de tierra y largas siestas. Fui feliz rodeada de abuelos y tías amorosas y graciosas que me transmitieron un humor delicado plagado de ironía. Disfruté de largas temporadas en el campo, rodeada de los sonidos de la naturaleza, y ahora debo hacer esfuerzos para lograr abismarme y no caer en la alienación de la actualidad política y económica”.

¿Qué sucedió desde esa infancia pueblerina y su llegada al café concert La Fusa, de Punta del Este, en el que debutó como cantante en 1971? Muchas idas y vueltas: se mudó a Buenos Aires, se recibió de maestra y entró a la Escuela Nacional de Teatro, “de donde egresé como actriz nacional; me casé con un compañero de la carrera, Hugo Federico [desparecido en agosto de 1976], y, juntos, entramos al teatro San Martín. Un verano, Horacio Molina me escuchó cantar y terminé en La Fusa de Punta del Este. En aquel momento lo tomé como un divertimento para disfrutar de la playa y alternar con gente maravillosa, como Toquinho o Naná Caymmi, y trabar duradera amistad con Mercedes Sosa o Les Luthiers”. Y después no pudo eludir la fuerza de esta aventura. Con los años, el diálogo con lo teatral y, sobre todo, el humor no sólo fueron una constante en sus presentaciones, sino que también se volvieron una impronta personal. Para ella, esto fue una herencia de las mujeres de su familia: “Sobre todo de mi madre, que era muy inteligente, observadora y con un humor que te hacía sentir el estallido de la vida. Yo tuve la oportunidad de mostrarlo en los escenarios y de ir perfeccionándolo al lado de talentosos humoristas con los que trabajé”, como Antonio Gasalla, Ricardo Espalter, Enrique Almada, Jorge Luz, Gabriela Acher y Ana María Campoy. Sin embargo, en ciertos ámbito de la cultura, algunas veces se la tildó de “bastardía”, algo que ella explica por su elección de apartarse de todo lo que consideró almidonado, además de rechazar determinados verticalismos. “Ya sabemos que sostener el deseo es subversivo”, dice, y reconoce que a ella le “sobraban ganas para bailar, cantar, viajar y ejercitar la curiosidad a rabiar. Era muy joven y todo me seducía”.

Montevideo y el Che

Es frecuente que a Rossetto se le recuerde un almuerzo con Mirtha Legrand, en el que la presentadora le imputó que sus ideas políticas habían perjudicado su carrera. Ella recuerda que comenzó a formarse ideológicamente en la adolescencia, durante sus estadías en Montevideo. “Mi padrino, un anarquista uruguayo que vivía en la calle Venancio Benavídez, me hizo leer libros sobre la historia de Vietnam, la República Española y la Guerra Civil, me inscribió en el Cine Club Universitario, me contó de las luchas de los pueblos en pos de la justicia social y me habló de la Revolución Cubana, recién instaurada. En ese entonces, en 18 de Julio había una gran efervescencia y el Che –que aún vivía– se había hecho amigo de mi padre [Héctor Rossetto, ajedrecista argentino que fue gran maestro internacional y tres veces subcampeón mundial] por su pasión por el ajedrez. Evidentemente, mi pensamiento es absolutamente antiimperialista. Me indignan los entreguistas y los despojos a nuestro continente. Y fueron ustedes los que me enseñaron a indignarme, fue Galeano con sus Venas abiertas de América Latina y, más atrás, [José] Artigas, cuando deseaba ‘la soberanía de los pueblos de todo poder extranjero’, ese grandioso héroe a quien traicionaron los reaccionarios de Brasil y Argentina”.