A veces, cuando la vida se convierte en un camino incierto cargado de sonido y de furia, ciertos gestos cotidianos pueden revertirlo. El caso de Vilardevoz, el proyecto comunicacional sostenido por usuarios del Hospital Vilardebó junto a psicólogos, se propone habilitar la comunicación como terapia. Y lo que para algunos puede parecer trivial o insignificante, en el documental Locura al aire, dirigido por Alicia Cano y Leticia Cuba, resulta revelador. A lo largo del film se puede reconocer la verdadera satisfacción de quienes supieron torcer un mandato, cuando ya creían agotadas todas sus posibilidades, si es que alguna vez existieron. Con la convicción de la necesidad de integrar en vez de encerrar, Locura al aire cuestiona cómo la estigmatización, la sobremedicación y el asilamiento pueden entorpecer cualquier proyecto de vida, aplastando expresiones y voluntades, cuando existen otros espacios terapéuticos alternativos que habilitan estrategias para construir ciudadanía y emancipación social.

“La película es un espejo que les permitió verse y comprobar lo importantes que son. Eso los empoderó. En la película hablan con orgullo de su propia experiencia, de la radio, de su espacio como medio de comunicación. Y eso fue lo interesante”, dice Cano (también directora de El Bella Vista, 2012).

Así como El Bella Vista cuestionaba los roles tradicionales de lo masculino, Locura al aire discute el lugar que le asignamos a la locura.

Alicia Cano (AC): eso fue lo que intentamos, y por eso hablábamos de devolver la locura a la sociedad. Porque se inventaron los manicomios para esconder a los locos, y nosotras lo que intentamos fue entrar al manicomio y, desde la locura, utilizando excusas narrativas que nos igualan, como los grandes temas del amor, la pérdida, la soledad y el dolor, intentar espejarnos.

Leticia Cuba (LC): La idea es poder compartir la alternativa que ellos plantean a esa lógica manicomial. Porque hay dos lógicas totalmente diferentes: una que vemos, y se vive en el hospital psiquiátrico, y otra que es este proyecto, que se sustenta de manera autónoma y honoraria, además del compromiso, el trabajo y la convicción. Ellos están construyendo alternativas diarias a esa lógica manicomial. Eso fue lo que nos atravesó, y por eso quisimos contar esta historia: hay un grupo de gente vulnerada en todos sus derechos, porque el cruce de locura y pobreza es terrible. Pero, aun así, trabajan todos los días para plantear a la sociedad que ellos tienen otra manera de pensar y vivir la locura y los tratamientos.

AC: Desde el principio nos planteamos no abordar la locura desde la enfermedad, sino desde la capacidad de hacer proyectos distintos. Como esto que es Vilardevoz, que hizo posible lo imposible. Ir a México lo inventaron ellos, y propusieron hacer un viaje de radios locas y un encuentro: ellos escribieron el proyecto y se presentaron a un fondo de cooperación internacional. Hace tiempo que queríamos hacer algo con Vilardevoz, y cuando nos enteramos de que se iban a ir de viaje nos decidimos.

¿Cómo fue el proceso?

AC: Cecilia [Baroni], la psicóloga, nos contó que había armado un grupo con los viajeros para trabajar. Con Leti fuimos a esa primera reunión, salimos decididas y llamamos a Fernando Epstein [el productor]. O sea que mucho del material que fue de investigación terminó ingresando a la película en paralelo, porque el rodaje sucedía al mismo tiempo.

LC: cuando fuimos a esa reunión faltaba un mes para el viaje, y por eso todo se dio al mismo tiempo: investigación, el rodaje, la construcción del vínculo. Al otro día de esa reunión fuimos a una visita al aeropuerto, donde dos funcionarias les hicieron un tour a los viajeros, para trabajar la ansiedad y esas cuestiones.

¿Cómo trabajaron el relato para no caer en una mirada homogeneizante o estereotipada?

AC: Se filmó en dos años: en el primero registramos todos los preparativos del viaje, y el viaje en sí. Ganamos algunos fondos, y al año siguiente ya fuimos con un equipo de camarógrafo, sonidista, etcétera. Y en ese segundo año comenzaron a filtrarse las otras capas porque tuvimos más tiempo. Al principio apelamos más a la intuición, y el segundo año lo dedicamos a pensar qué otras cosas queríamos contar. Y la verdad es que el guion se construyó en el montaje.

LC: Y en ese sentido pasamos por varias películas, porque implicó un trabajo muy intenso de discusión, de reflexión. Cuando en 2015 ocurrió lo de la Colonia Etchepare, donde un paciente murió atacado por una jauría de perros, y a partir de eso se disparó toda la discusión sobre una nueva ley, inevitablemente la película se nos fue hacia ese lugar. Después intentamos encontrar un equilibrio, porque no era esa la película que queríamos contar. Porque para nosotras el viaje era una anécdota, un recurso narrativo. Pero, ¿cómo evitábamos que monopolizara?, y, a su vez, ¿cómo hacíamos para que interpelara al espectador, pero que primero le llegara a nivel de los sentimientos? Que primero conmoviera y luego generara reflexión.

AC: Muchas veces tuvimos que preguntarnos cuál era ese sentimiento inicial que nos había llevado hacia ahí.

¿Y qué se propusieron contar?

AC: Además de esto que planteamos, también estuvo presente una influencia muy directa de los productores, que nunca quisieron que la película no tuviese el viaje. Esa pulsión inicial tenía que ver con contar una historia de construcción de sueños y eso es el viaje, porque es la excusa narrativa, pero a ellos también los sitúa en otro lugar, mientras que las partes más duras del manicomio llevan más a los lugares de las prácticas abusivas que a este espacio de construcción de sueños y de incidir desde lo pequeño, lo cotidiano. Desde un viaje a México hasta ir a una marcha.

LC: Cuando aquella oscuridad nos ganaba, teníamos que hacer el trabajo de recordarnos qué fue lo que nos planteamos al comienzo.

AC: Esa pregunta de cómo el manicomio ingresa a la película la tuvimos muy presente, y ahí definimos que debía ser mediante los personajes y lo que ellos trajeran. Porque la radio está en un espacio físico que lo divide de lo que es la internación, la parte más oscura, de los pacientes zombis que se ven en un momento a través de una puerta de vidrio. Y dejamos lo que ellos plantearon: nosotras no quisimos participar en el discurso de la salud mental, porque justamente queríamos llegar al espectador desde lo emotivo y las personas.

¿Cómo fue el trabajo con los equipos para poder mantener el vínculo y la intimidad?

LC: La cuestión era acompañar y sumarnos a la dinámica de los espacios semanales, como el taller de escritura creativa o el taller de producción de la radio, o el día que se dedican a reflexionar a partir de un hecho concreto y proponen una discusión. Desde ese acompañamiento, desde ese “olvidarnos de que está la cámara” y desde el vínculo de confianza que se construyó, muy fácil, pudimos hacer los recortes que nos interesaban.

AC: Fue fácil porque ellos están muy acostumbrados a hacer radio, a que vayan medios y a que les saquen fotos. Fuimos a una asamblea, les propusimos la idea, aceptaron y pasamos a ser parte del colectivo.

LC: Tuvieron la capacidad de moverse naturalmente y también de abrirse.

Uno de los pilares es la cuestión de la supervivencia diaria.

LC: Eso es brutal.

AC: Y para ellos la radio es el hogar, porque es el único lugar donde los llaman por el nombre, donde se abrazan, donde se pelean, donde se ennovian. Es muy fuerte ese espacio de amor, además de ser el único que tienen. Por eso también elegimos a la radio como una unidad de lugar en la película, y apenas salimos a la calle, ya que allí es donde construyen comunidad. Y es increíble ver su solidaridad, como en el caso de Ayotzinapa: cómo ellos, los excluidos, los olvidados, los desaparecidos sociales, luchan por los derechos de otros.

LC: Y ellos están trabajando para impulsar cambios estructurales de cómo sentimos y pensamos la locura. Lo que vivimos como algo muy fuerte fue que los vulnerados en todos sus derechos trabajen para cambiarnos la cabeza; para que los conciban como ciudadanos de esta sociedad y que los veamos de otra manera. Y lo hacen desde la radio, tomando la palabra, sabiendo que lo que ellos dicen y piensan interesa, y por eso merecen ser escuchados. Pero eso es una excepción.

En ese sentido, algo muy importante es que se reivindica a la salud mental en clave derechos humanos.

LC: Y responde a estas lógicas de las que hablábamos.

AC: Es un cambio de paradigma: la película intenta acercar la locura a las personas y ver que no estamos tan lejos.

Pero no se quedaron en eso, sino que además incluyeron las estrategias que se plantean; sus fortalezas.

AC: Nos interesaba mostrar que en realidad ellos se salvan por el colectivo. Cómo Diego le habla a Gustavo cuando está mal, lo apoya y le habla de sí mismo. Cómo Carolina le corta el pelo a Gustavo, y eso se convierte en un mimo para los dos. No sólo es el terapeuta que viene y que acompaña... El afecto es una de las formas terapéuticas de rehabilitación de Vilardevoz. Y nos conmovió cómo generan comunidad entre ellos.

LC: Es lo que se vive. Lo increíble es que la base de este paradigma sea el afecto, cuando en verdad es algo que no cuesta nada. Y aunque fuera muy difícil, te das cuenta de que es el mayor ausente en esa lógica. En una entrevista, una de ellas contó que llega a la consulta, mientras el psiquiatra hace la receta nunca la mira, y luego le abre la puerta para que se vaya, sin interactuar en ningún momento. El afecto debería ser la base, y a partir de eso podemos construir las demás cosas.

AC: Y cuando cada uno habla de cómo se volvió loco, la base también es la violencia, que siempre está presente en estas historias personales. Estás con un dolor en el alma porque estás internado, y como cura te proponen el encierro y no poder ver a tus hijos por tres años [es el caso de una de las usuarias], ¿realmente eso es la cura?

LC: ¿De qué salud estamos hablando en estas situaciones de encierro, de violencia, de abuso? ¿Qué posibilidades hay de rehabilitación y de vivir procesos de salud? Sobre todo cuando la locura está atravesada por cuestiones económicas, sociales, históricas, económicas. Este es un tema y una responsabilidad de todos, y con eso de restituirle la locura a la sociedad nos referimos a esto. Como plantea Vilardevoz, la cuestión también es cómo se debe tratar de manera multidisciplinaria, que es lo que hoy en día no ocurre.

¿Creen que le tenemos miedo a la locura?

LC: La gente no podía creer que íbamos a viajar con ellos, y nos preguntaban si no teníamos miedo de lo que pudiera ocurrir. Y no eran sólo los demás, yo también tenía miedo. Y sigo teniendo, aunque ahora un poco menos. Estamos llenos de miedos, de estereotipos, de estigmas, y este es un tema que nos atraviesa a todos. Lo que plantea Vilardevoz es que tenemos que comenzar a hablar de ella para después pasar a otras cosas, y que puedan alcanzarse cambios reales.

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