La biografía es, hoy, uno de los géneros más consumidos de literatura política. Por lo general se trata de libros fáciles de reconocer en las librerías, porque llevan en la tapa el retrato del biografiado. Y tal como se espera de una biografía de este tipo, en Compañero del poder hay mucha información (quizá demasiada: ¿qué gana el lector con saber quién trancaba los expedientes durante el período de Tabaré Vázquez en la intendencia?), que se despliega en el tono neutral de una narración periodística, lo que hace que, por momentos, se lea más como un artículo de prensa largo que como un libro.

¿Qué es esta andanada de datos y de anécdotas envuelta en una escrupulosa neutralidad valorativa? ¿Qué función cumple? Por un lado, hay un morbo alrededor del poder, de saber qué le gusta comer al presidente (chupín de pescado) o cómo le decían en la escuela (el Indio). Por otro, sin embargo, se podría postular que este libro cumple una función ideológica bastante precisa, pese a intentar permanentemente expiar la ideología anunciando que Vázquez no tiene ideas políticas claras o fuertes. Esta función se juega menos en el contenido de las ideas que en la forma en que se entiende la política.

La biografía suele tener una función didáctica. Los griegos narraban las vidas de los filósofos y de los hombres extraordinarios para dar ejemplos para la imitación, tal como después los cristianos hicieron con los santos. Así, este libro narra la vida de Vázquez y, de paso, despliega una idea de qué es la política y de cómo se hace. Una idea según la cual la política no es diferente de cualquier otra carrera exigente y competitiva: se trata de ascender apretando los dientes y a los codazos, creando lealtades, habitando zonas grises, acercándose a los poderosos, enfrentando escándalos y saliendo airoso.

Quizá se trata de la política tal como se ve desde el punto de vista del periodista político: la política de los pasillos, los susurros, las serruchadas de piso, los secretos que se revelan. Pero este no es apenas un vicio periodístico: es también la política de cierto tipo de ficción –esa en la que el público goza con las maniobras de los Frank Underwood– y de la ciencia política convencional, que tiene como supuesto que los políticos están allí para maximizar su poder y obtener cargos. Esto, aunque se presente como crudo realismo, es una posición ideológica. Una posición ideológica conservadora, por cierto, que es la ideología dominante.

Pero quizá sea necesario aclarar que mucha gente hace política de otras maneras y por otras razones, en asambleas barriales, ONG, grupos de concienciación, sindicatos, organizaciones culturales, e incluso en partidos, en los que las peleas en comisiones, los plenarios un sábado de mañana y las discusiones ideológicas son la materia prima. Estas formas de hacer política, más democráticas, más lentas, más ideológicas, son permanentemente atacadas por la política de simulacro y mando que se privilegia desde las alturas de las elites políticas y los medios empresariales de comunicación.

Pero claro, este no es un libro sobre la política, sino sobre Tabaré Vázquez. Y si hay en Uruguay un político que representa la política vertical ejercida desde una forma de ser trasplantada de las empresas (y, en menor medida, de la medicina y la ciencia), ese es el actual presidente. Y el hecho de que haya llegado dos veces a la presidencia apoyado por la izquierda habla mucho más de las transformaciones de la izquierda que de él.

El pensamiento político-periodístico desde el que se teje este libro tiene mucho de ruido y de anécdota (aunque hay anécdotas impactantes, como la de que uno de los hijos de Vázquez tuvo que ser rescatado de una secta de fanáticos auspiciada por la iglesia), y si uno está de ánimo estructuralista eso puede resultar molesto. Pero, al mismo tiempo, es una buena ilustración de lo mucho de contingente y azaroso que tiene la política no en sus grandes trazos sino en las configuraciones de poder concreto que hacen que unos lleguen y otros no. La secta Moon, Francisco Paco Casal, las Fuerzas Armadas, Óscar Magurno y el pachequismo, la masonería, Juan Salgado, Alberto Fernández, Juan Carlos López Mena y la iglesia católica desfilan por el libro como personajes secundarios pero fundamentales para el contexto del ascenso de Vázquez. Los momentos en los que se describen esos ambientes y personajes oscuros y cuasi mafiosos (una sección se titula “Los Soprano”) son interesantes pero algo vagos. Sería útil un libro que pusiera en el centro no a los políticos, sino a ese mundo oligárquico y opaco (incluyendo a otros personajes quizá menos conocidos, y a las diferentes facciones de esa estratósfera del poder) y mostrara la forma en que va cooptando, amenazando y seleccionando dirigentes para que suban como leche hervida.

Es en este punto que podemos volver al tema de la ideología. Más atrás hablábamos de cómo la ideología se jugaba más en la forma de la política que en el contenido de las ideas. Pero también hay algo importante en el contenido. El libro menciona la admiración de Vázquez por François Mitterrand y ubica su formación política adecuadamente en una segunda mitad de la década de 1980 que fue catastrófica para la izquierda, entre la crisis de la deuda y la caída del “socialismo real”. El corrimiento a la derecha de la socialdemocracia europea operado por personajes como Mitterrand y Felipe González (otro referente de Vázquez), y la aparición del neodesarrollismo sudamericano, crearon una ideología centrista, conservadora, empresista, pero con cierta sensibilidad social. Es probable que el triunfo de esa ideología dentro de la izquierda haya sido posible por el apoyo que sectores como los mencionados dieron a sus favoritos en las batallas por el liderazgo.

Es una ideología a la que no le gusta nombrarse como ideología, porque piensa que ella misma es sentido común. Entonces, decir que Vázquez no tiene ideología es decir que adhiere a esa ideología. El libro, por cierto, también la asume. Da por sentado cierto consenso neoliberal sobre la educación y sobre la reforma del Estado, y asume que el problema de fondo planteado por los autoconvocados debe ser tratado (¿ese problema es el ajuste que proponen?). En el caso de Vázquez, el libro muestra cómo ese pensamiento se expresa como aburrimiento y exasperación con los ritmos de la política orgánica, como fetichización del éxito y como el erotismo del mando. He ahí una posición política contra la que vale la pena pelear.

Tabaré Vázquez. Compañero del poder. Sergio Israel. Montevideo, Planeta. 2018. 318 páginas.