Esta muestra se titula Pudor pero, más allá del pretendido y explícito recato al que alude el título, hay un convincente juego del artista hacia la desaparición del rostro o de partes del cuerpo humano, en busca del anonimato o de la seducción que puede generar la confusa identidad de aquel o aquellos a los que representa. Quizá se trate de una búsqueda voluntaria de la desaparición o de un documento fiel de una cultura en pos de la fragmentación y la dispersión.

Donde uno vería un rostro de mujer o un busto griego, el espectador se encuentra con un bloque geométrico, recortado y colocado en el preciso lugar donde deberían estar los ojos, la boca, las orejas, la nariz: las puertas de lo sensorial que nos hace humanos y sensibles al otro.

Y es allí que la desintegración de la identidad y la oclusión de las aperturas de los cinco sentidos se convierten en un elocuente discurso visual con reminiscencias de dolor, placer, oquedad, muerte o vacío existencial. Sólo que el artista logra tornar estético aquello que puede resultar insoportable o kitsch. Entonces, una flor o un cuerpo desnudo adquieren, gracias a su intervención, una dimensión misteriosa y arquetípica. Lo no dicho o lo apenas visible emergen con toda la fuerza inconsciente de lo que permanece oculto o apenas revelado en el discurso.

La intervención de fotografías recopiladas en cientos de revistas y libros, que Fielitz suele acumular y devorar en su amplia sed de imágenes e información, encuentra su mayor logro en seis obras, tituladas Griego I, II, III, IV, V y VI. Allí los recortados bloques geométricos colocados sobre las puertas de lo sensorial logran la máxima abstracción junto con la tensión emocional provocada por la desaparición de lo que “debería estar allí”.

En todas las obras podría observarse el principio gestáltico de la percepción alternada de fondo y figura, que permite al espectador situarse en posición de ver aquello en lo que decide –o no– hacer foco. Otro juego de la incertidumbre humana que nos hace ver o apreciar sólo lo que podemos o elegimos ver.

El agujero, la oquedad, lo no dicho, lo oculto tras varias capas de pudor o miedo, se convierten entonces en belleza abstracta al servicio de una sutileza visual que adquiere ribetes filosóficos. Un mundo expuesto en fragmentaciones lúdicas y cuasi perversas, infinitamente bello en su elocuente dispersión existencial.

Pudor | Juan Fielitz. Curaduría de Jacqueline Lacasa. En la Colección Engelmann-Ost (Rondeau 1426) hasta el viernes. Ese día, la muestra cierra a las 19.00 con un diálogo entre el autor, Lacasa y Eduardo Cardozo.