En el invierno de 1944, en su Río de Janeiro natal, la poeta Cecília Meireles (1901-1964) subió a un tren con destino a Montevideo. La experiencia se hizo escritura cotidiana para la prensa, pero en lugar del registro más directo o verista ensayó una perspectiva subjetiva de lo visto o lo vivido, un registro gobernado por la sucesión de imágenes antes que por la cadena lógica del discurso. Esta crónica es una instantánea sobre el pasaje por Santana do Livramento y Rivera. Apareció en Folha Carioca (Rio de Janeiro, 1944) como la séptima de 25 notas bajo el título general “Rumo: Sul”. A estas se agregaron otras notas con denominaciones específicas sobre su experiencia en Montevideo, y otras más sobre su posterior viaje en barco a Buenos Aires. Todas están reunidas en el primer volumen de Crônicas de viagem (Obra em prosa), Cecília Meireles. Rio de Janeiro, Editora Nova Fronteira, 1998 (Apresentação e planejamento editorial de Leodegário A de Azevedo Filho). La traducción corresponde a Pablo Rocca. Sólo algunas piezas sueltas han sido difundidas en español en diferentes publicaciones de Montevideo en el correr de la última década.

​### 1 Santana do Livramento.

Los agentes de viaje hojean los papeles de sus clientes, separan las valijas, llaman a sus empleados, hacen señas a los automóviles.

Maletas, cajas de sombreros, bolsos con ropa sucia. Señoras gordas, niños de pecho, maridos pacientes. Changadores, funcionarios e hidalgos. Oh, muchos hidalgos. “¿Entonces, no ven que nosotros somos de la familia de los marqueses de las Botas Largas? ¿No ven los sellos en nuestros anillos, nuestras facciones inconfundibles?”.

Gauchos altísimos, caminando lento, con sus ponchos, sus cintos, sus bombachas, sus sombreros aludos.

Se habla un español de frontera, estridente, rápido, desentonado, Adelante. (1) Todos para la Aduana.

2

La Aduana.

–¿Para qué quiere usted, señorita, siete pares de zapatos?

–Usted es un sinvergüenza. ¿Qué le importan mis zapatos? ¡Lo que usted quiere es una propina! ¡Vaya!

–¿Los Marqueses de Botas Largas? No los hemos conocido, no. ¡A ver los baúles!

De este lado es Uruguay. Del otro lado es Brasil. Una calle pasa entre medio.

Y para completar la fraternidad el joven oficial brasileño trata con mucho cariño a la muchacha uruguaya, quien lo escucha atentamente.

3

El hotelito hace lo posible por ser simpático, confortable, bonito.

No diré que sus baños sean espléndidos. Pero diré que sus ventanas tienen vistas agradables: la ciudad de Rivera, de un lado; la ciudad de Santana, del otro. Más cerca, muy cerca de nuestra vista, un terreno abandonado con un poco de escombros y un alto naranjal cubierto de frutas. Esas cosas consuelan mucho.

Y la mucama es una simpática mulata brasileña, que nos da lecciones prácticas sobre la manera adecuada para hacernos con las llaves de las puertas.

4

Está lloviznando. (De aquí venía, ayer, el arcoíris...) Los viajeros se distribuyen por los sofás y las sillas del hotel, a la espera de un tiempo mejor.

Los menos friolentos se quedan aquí, por la entrada, casi con los pies en el jardín.

El vendedor de pavos quiere colocar en el hotel uno de los bicharracos por cuatro pesos. Pero desde la ventana de la planta alta a la hotelera le parece muy caro, y se quedan discutiendo.

Los pequeños diarieros pregonan de aquí para allá: El Día, La Mañana, Para Ti –insisten mucho. Creen en la necesidad de que se lea un periódico.

Después llega Policarpo Melo. Pero este merece un capítulo especial.

5

Policarpo Melo tiene diez años y es lustrabotas. Tiene una cara linda y unos modales bien educados. Se acerca, y me pregunta con la mayor dulzura: ¿Quiere que le cepille la gamuza? Y comienza a limpiar la gamuza, cuidadosamente, con tanta habilidad en el manejo del cepillo como si estuviera bien instruido acerca del precio de las medias de señora.

Mi vecino quiere que le lustre los zapatos. Otras señoras y señores apelan a los servicios profesionales de Policarpo.

Y como evidentemente es un buen muchacho, que va a la escuela, que trabaja para su madre, y que con extrema simpatía se dedica lleno de buena voluntad a su modesto trabajo, todos espontáneamente quieren darle pequeñas propinas.

En la tardecita, antes de que parta el tren, me confesó que ese había sido un día excepcional. Doce clientes... A cinco centésimos... Y sonreía.

(1) Esta palabra, así como las subsiguientes indicadas en itálica, están en español en el original.