Definido como un implacable documentalista de las injusticias raciales del apartheid, el fotógrafo David Goldblatt, que falleció ayer en Johannesburgo a los 87 años, se dedicó a reflexionar sobre las estructuras de poder que sustentan las relaciones entre las distintas fuerzas sociales de su país.

Su vínculo con la fotografía surgió cuando su padre le regaló una cámara Contex, y muchos años después, con la inspiración del notable Walker Evans y August Sander, emprendió la profesión como “un profundo humanista, sin recurrir al patetismo, atento a la forma y sin caer en la trampa de lo estético”. En uno de sus primeros trabajos se dedicó a retratar la comunidad rural de los afrikáners en la aldea Groot Marico. En ese sentido, cuando el año pasado fue entrevistado por The Guardian se refirió al vínculo entre los propietarios blancos de la tierra y los sirvientes negros: “Muchos [propietarios] eran profundamente racistas. Les tenían mucho miedo a las personas negras. Al mismo tiempo, tenían con ellas en sus tierras una relación que era íntima y afectuosa, generosa hasta un punto que superaba lo que yo conocía por mi vida urbana de clase media”.

Goldblatt es considerado un referente de la fotografía documental del siglo XX, y en 1998 se convirtió en el primer sudafricano en tener una exposición como único artista en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York. En paralelo, fue distinguido con prestigiosos premios, como el Hasselblad, en 2006, y el que entrega la fundación Henri Cartier-Bresson, en 2009. En varias ocasiones reconoció que le interesaban más “el curso de los eventos que los eventos en sí mismos”, y apostar por “querer sacar lo más con lo menos; de forma directa, en busca de aquello que Borges describía, en relación a los escritores, como ‘una complejidad modesta y oculta’”.