El segundo disco de Arrajatablas Flow Club (a esta altura, todos los conocen como AFC), Antro (2015), mostraba en la portada al dúo maragato de hip hop en pose desafiante junto a una iluminada mujer de espaldas y desnuda, que seguía la línea provocadora de su música –la veta agitadora en la música joven vernácula parece estar cada vez más en el hip hop, y no en el rock, como en los lejanos y viejos tiempos–. Por supuesto, la provocación no radicaba en la desnudez, ya que hoy en día el espacio público, el real y el de las redes, está bombardeado por partes privadas –basta pisar un quiosco para comprobarlo; aunque, curiosamente, la versión de Antro disponible en Spotify tiene la tapa censurada: el logo de AFC le tapa la cola a la muchacha–, sino en que la escena estaba armada para que, de manera inequívoca, se viera a la muchacha como un objeto. Ahora bien, para su flamante tercer álbum, editado hace un mes, el dúo siguió aceitando la máquina de provocar y se mandó una tapa en la que se meten con una de las vacas más sagradas de la cultura de nuestro país: un murguista. Pero no, no aparece desnudo –que Momo no lo permita–, sino prendido fuego, y con una característica pose carnavalera, por lo que no se puede descifrar si está sufriendo o cantando un cuplé. Por eso, fieles a uno de sus sellos –la mezcla de referencias culturales de aquí y de más allá– el disco se titula Murgang –juego de palabras entre murga y gang (“pandilla”)–.
El álbum no podía empezar con otro tema que no fuera uno autorreferencial –el ombliguismo es otro sello de AFC y del hip hop en general– que sirva de presentación del dúo, en plan machos alfa que se las saben todas. “Arrajatablas Flow Club, cabrones, desde la zanja” –expresión que suelen usar para referirse a San José– es lo primero que se escucha en “Rollin”. “Súper estrellas del rap interestelar / con los Warriors, la mejor banda del planeta mierda, / perdón, Tierra”, lanzan en la canción, para luego describir, sobre un pesadito riff de guitarras, que hacen esto, aquello y lo demás –“fucking chichis, meta chupe y porquería”, porque son como los Rolling Stones–.
Musicalmente, Murgang retoma la línea del álbum anterior, con más cuerpo, groovero, con caricias al rock, al pop y a la electrónica y con detalles gancheros. Por ejemplo, “Juana$” –metonimia para referirse a los billetes de mil pesos–, el primer corte de difusión del disco, tiene un leit motiv electrónico pegadizo y una base pistera que la hace menos densa y más pop que “Ifiunouguaramsein”, uno de los hits del álbum anterior. En medio de la temática juanera, los raperos criollos se mandan sus bombarderos anglouruguayos: “Uruguayan citizens jurando 50 Cent, / sumado a no juntar un vintén. / Porla teca siempre baila el monkey / o te rapiña un yonki”.
“Fuego en la disco”, el décimo tema, como lo dice su nombre, es uno de los más pachangueros y con más tratamiento electropop. Al final arremete un solo de una especie de sintetizador –puede ser real o producido digitalmente– que remite derecho al synth-pop ochentero. En la letra, fiestera, no se pierden la chance de largar referencias culturales incendiarias: “Prendidos fuego como Niki Lauda” y “Bomberman”. Entre los guiños rockeros del álbum están las guitarras metaleras de “Sobre mi cadáver”, pero quizás sea en “Dewan” en la que AFC encontró mejor mixtura de hip hop con rock; en este caso, más bien tirando a punk. “Que se pudra”, lanzan en el estribillo, para redondear así la actitud.
Al tratarse de una reafirmación de su estilo, este disco puede no sorprender tanto como los dos anteriores en cuanto al uso de los juegos de palabras –“me chupa la happiness” se escucha en “Happy hour”–, la provocación y las infinitas referencias a la cultura pop. Además, los guiños culturales a veces pueden dejar afuera a bastantes escuchas. Por ejemplo, dada la edad de ambos integrantes del dúo –Felipe Cracel (alias Dönfelipe) y Joaquín Martínez (Rapkholismo), ambos treintañeros–, muchas de las referencias son típicas de los 90, cuando vivieron su niñez. Algunos de esos guiños noventeros van desde cosas tan vernáculas como el ex jugador de fútbol Washington Tais hasta anglosajonas como los personajes del legendario videojuego de lucha Mortal Kombat –nombran a varios, por lo que es fácil inferir que lo jugaron mucho–.
Quizás el máximo mérito del disco esté en el terreno musical, más allá de las letras –que tienen su valor, sobre todo desde el punto de vista creativo–; en los detalles que desprenden pequeños riffs y melodías vocales que se repiten y tienen mucho gancho. Por ejemplo, en la groovera “Xap4life”, con su hipnótico y minimalista riff, que apenas arranca nos manda a mover el cuerpito y siempre está ahí, acechando, incluso cuando no suena, dejando como un espectro rítmico.
Pero en “Réquiem” sorprenden en conjunto letra y música, con una canción que parece autobiográfica –“a mí tío lo mató el alcohol / toda una familia en vilo, / miles de abrazos partidos, / siempre te llevo conmigo”– y con ribetes serios sobre el mundo en el que vivimos, que demuestran que no todo es joda y que pueden mandarse alguna letra madura, de esas que te dejan picando algo más que rimas graciosas y frases picantes: “La vida puede ser una mierda, un castigo, / cuando no hallás un lugar, cuando sos incomprendido, / y la cabeza vuela fácil y la droga destroza. / Nos drogan con pastillas, nos dopan con cualquier cosa: / la tele, la radio, el trabajo, el horario, Internet, el estrés, la puta que los parió”.
En su tercer disco, AFC pasó la prueba; sigue insistiendo, con nuevos detalles y sin bajar su nivel. Sin dudas, lo peor de Murgang es que haya sido editado exclusivamente en formato digital, porque se extraña el librito con las letras, que es donde se palpa mejor qué se dice en medio de la tormenta verborrágica. De todos modos, es una excusa más para prestarle atención a lo que suena.