Uno escucha este disco y se da cuenta de que su música no sólo está notablemente bien concebida y tocada, sino también de que en ella hay, a la vez, algo muy enraizado en Uruguay y algo radicalmente nuevo, a tal punto que hace falta buscar con cuidado la forma de identificar y explicar en qué consiste la novedad. Uno lo vuelve a escuchar varias veces, entonces, revaloriza el desafío de traducir la música a palabras, y trata de escribir por qué Sombras picantes, de Diego Azar, Mario Chilindrón y Álvaro Salas (con la participación en el primer tema, “Limpiando vidrios rotos”, de Federico Sallés en saxo tenor y Santiago Lorenzo en bandoneón), es un acontecimiento artístico.

Dejemos dicho que se trata de una hora y 28 segundos de música instrumental, relacionada con el candombe y el jazz (pero bastante lejos de lo que suelen ser los trabajos de “fusión candombera” instrumental), y antes de volver a eso pasemos a otros asuntos.

Salas, percusionista, y Chilindrón, bajista, son dos artistas de alto nivel y larga trayectoria, acostumbrados a tocar en muy diversos géneros, tanto para ganarse la vida como por puro placer y sin que una de las dos cosas quite la otra. Azar, que aquí alterna la guitarra eléctrica y la computadora con el cavaquinho, es más joven y se dio a conocer con el disco Almohadones hace ya diez años. Desde entonces se ha destacado como compositor, intérprete, arreglador y técnico de sonido, combinando en forma creativa elementos y criterios provenientes del folclore, el jazz, la música culta, la tropical y distintas variantes del rock.

Los trabajos de Azar suelen ser en buena medida manifiestos y este no es la excepción, con una particularidad aun más acentuada que en otros discos en los que está acreditado como integrante de un grupo (de hecho, todos aquellos en los que ha participado, salvo el mencionado Almohadones). Si bien su desempeño en la producción, grabación y mezcla fue decisivo para que este proyecto resultara lo que es, y pese a que además tuvo a su cargo instrumentos que, con este tipo de formación, “normalmente” están en el centro de la escena, Sombras picantes no es el disco de un solista acompañado por una base rítmica, sino una obra colectiva e inusualmente democrática, una serie de conversaciones musicales paritarias, en las que quedan probablemente los mejores registros, hasta ahora, de lo que Chilindrón y Salas son capaces de hacer, y tanto ellos como Azar barajan y dan de nuevo la relación “normal” entre base rítmica y solos. En eso consiste parte de los principios expuestos en este manifiesto.

Lo antedicho tiene que ver con la grabación y la mezcla, y es notorio sobre todo, desde el comienzo, en la presencia del tambor, pero también se debe –quizá aun más– a una actitud de los músicos que jerarquiza el sentido de “tocar juntos”, al espacio que se dejan unos a otros para desplegar lo que cada uno sabe y potenciarlo. Hay en esto algo que viene del jazz y que se extendió por momentos, sobre el final de los años 60, al trabajo de los power tríos rockeros con base en el blues, pero que aquí no implica una competencia en términos de notas por minuto, sino que construye una intensidad distendida, en la que nadie quiere parecer más que nadie. Esta manera de encarar la música es parte sustancial del manifiesto, y bien se puede llamar, sobre todo en estos tiempos, ideológica.

Va siendo hora de hablar un poco del tipo de música que contiene Sombras picantes, como quien elige una etiqueta. El texto de presentación difundido por el sello Ayuí dice que las ocho composiciones incluidas en el disco (cuatro de Azar, una de Chilindrón, las restantes del trío) tienen siempre al lenguaje del candombe como eje, y esta manera de plantear la cuestión es acertada, porque no se trata de que haya siempre una base rítmica equivalente a la de una comparsa, sino de que los artistas dialogan con varias de las formas en que se ha hecho música a partir del candombe, a medida que van inventando una muy propia. En “Limpiando vidrios rotos”, por ejemplo, hay pasajes emparentados con distintos momentos de la trayectoria de Ruben Rada (algunos afines a sus acercamientos al jazz con Sonido Original del Sur u Opa, algunas frases que habrían calzado bien en Tótem), aunque el tema en su conjunto está a una considerable distancia de la obra de Rada.

En una aproximación superficial, el disco parece alternar dos tipos distintos de composiciones: cuatro que plantean en primer plano un desarrollo melódico cercano a lo tarareable, o una secuencia armónica sobre la cual se desarrollan variaciones (“Milongón ladillón” y las tres con cavaquinho: “Candombe del arañón”, “Me arrepentí de no perderte” y Sambón de Nelson”), y otras cuatro apoyadas en el groove, con excursiones instrumentales muy libres que en algunos casos podríamos llamar psicodélicas (“Limpiando vidrios...”, “Sombras picantes”, “Serenata rítmica” y “El ojo oculto”). Sin embargo, al escuchar con atención resulta que las diferencias gruesas entre unas y otras son sobre todo de énfasis, con el yin dentro del yang y viceversa.

Ya se dio a entender que Azar, Chilindrón y Salas tocan muy bien, pero conviene repetirlo por si no quedó claro. A los tres les sobran destreza técnica, inventiva y buen gusto; este disco es un provechoso objeto de estudio para cualquier interesado en aprender cuánto se puede hacer con los instrumentos que utilizan, y de la interacción entre ellos surge, como también se dijo ya y es bueno reiterar, una riqueza mucho mayor.

El arte de tapa es poco atractivo, y no va a contribuir a que gente desprevenida compre Sombras picantes y se asombre al descubrir las bellezas que contiene (aunque, de todos modos, es cada vez menos la gente que accede a la música comprando discos). Razón de más para recomendarlo aquí.