La lluvia y el frío habían acentuado el estado desértico que suelen tener los domingos en la ciudad. Algunos autos, muchos menos ómnibus, cada tanto un grupito de turistas. Pero en las inmediaciones del SODRE el clima era otro. Autos, taxis, grupos de personas que al llegar se unían a una masa mucho más numerosa. Sonora Borinquen, la decana, la orquesta de música tropical uruguaya más vieja en actividad ininterrumpida, volvería a actuar en el auditorio principal para presentar por segunda vez su espectáculo sinfónico, también con entradas agotadas.

“La primera vez fue impresionante. Te pone la piel de gallina”, decía minutos antes de entrar a escena Pablo Goberna, uno de los cantantes de la orquesta, hijo del fundador. El clima en camarines era de mucha expectativa pero también de incertidumbre. Hacía un mes que Carlos Goberna no actuaba: primero un resfrío, luego una afección a los bronquios y después problemas serios para respirar terminaron con la colocación de un marcapasos, a una semana del concierto.

“Hacía 64 años que no me enfermaba. Veremos qué pasa hoy. En todo el mes no canté, ni siquiera hoy en la prueba de sonido”, comentó Goberna con un mínimo hilo de voz. Su hijo Carlos parecía preocupado.

El hall del auditorio estaba atestado. El público se sacaba fotos en la puerta, en las escaleras tapizadas de rojo y con barandas doradas. “¿Sabés dónde estoy? En el SODRE. Vine a la ópera”, decía una mujer por teléfono, y agregaba: “Mentira. Te estoy jodiendo, vine a ver a la Borinquen”.

Afuera también estaba lleno. Un tipo con boina pedía “una moneda para el gaucho”. Una familia comentaba que lo bueno de este tipo de espectáculos era que pueden ir todos los integrantes de la familia. En su caso había cuatro generaciones presentes. Los más entusiasmados eran los extremos: los niños y las nonas.

Seguía la espera tras bambalinas. Rolando Paz rompió el clima de nerviosismo con unos chistes. Le preguntaron qué iba a hacer después de la presentación, si se iría a la casa. “Sí, pero a pegarme una ducha, comer algo y arrancar. A las 2.00 tengo Casa de Galicia”, respondió.

Minutos después, cuando empezara el show, se divertiría como pocos arriba del escenario haciendo los coros junto a Marihel Barboza. Cantaría sus partes y las que no le correspondían, aunque estas fuera del micrófono, como un fanático más, bailando, generando complicidad con el resto de los músicos. Durante “Karakatiski” –la conocida canción de Mon Rivera que, al igual que Borinquen, Paz integró a su repertorio– arengaría a la gente con un grito característico y despertaría una ovación.

Óscar Leis volvió a ser uno de los invitados: quien fue uno de los fundadores de la orquesta y formó un dúo histórico junto con Carlos Goberna, para dejar la orquesta después de 38 años de carrera, calentó su garganta haciendo ejercicios vocales.

Anunciaron que en breve arrancaba. El público seguía ingresando y colmando la sala. Los músicos de la orquesta eran los que estaban más tranquilos. Sacaban fotos, hablaban por teléfono, elongaban. Creció más el murmullo cuando los técnicos de la sala bajaron la intensidad de las luces.

Se abrió el escenario. Goberna no estaba en escena. Al final de “Anacahona”, Goberna Jr agradeció y presentó a su padre. La gente se puso de pie. Goberna entró lentamente, luego de una ola de aplausos que duró varios segundos; explicó su estado de salud, dijo que extrañó cantar y que estaba ahí, parado nuevamente en un escenario, gracias a Dios y al público. El clima era de expectativa y tensión. Nadie sabía qué iba a pasar cuando tuviera que cantar. Comenzó a tocar la orquesta. En la primera frase, Goberna disparó: “Es mi vacilón, lo mismo me da”, y comenzó rápidamente a transformarse en el de siempre. Cuando, un rato después, se parara solo frente al público para cantar una selección de boleros, una versión a capella del tango “Y sonó el despertador”, o interpretara “Camionero”, ya nadie recordaría que ese cantante de más de 80 años había estado en la camilla de un sanatorio hasta hacía pocos días.

El público aguantó muy poco sentado en las butacas: primero algunas señoras se pusieron a bailar en el pasillo, pero en pocos minutos todos estaban de pie. Las butacas y la valla que separaba al público del escenario pasaron a cumplir la función de guardarropa de la inmensa cantidad de abrigo que había llevado el público.

A mitad del show invitaron a subir al escenario a Óscar Leis. Le entregaron un cuadro, el público lo ovacionó, Goberna contó que aún siguen preguntando por él adonde sea que vaya la orquesta y, como sorpresa, la orquesta completa empezó a tocar “Por el batey”, la canción con la que Leis se volvió una de las voces más reconocibles de la tropical uruguaya. Luego de la canción intentó agradecer, pero la emoción no se lo permitió. Más tarde, el viejo dúo con Goberna se reeditó para interpretar “Amor sagrado”, una de las canciones más pedidas por el público en el intervalo entre tema y tema. Con los enganchados en homenaje a Cortijo y su Combo, y luego con “Cometa blanca” y “Elena, Elena”, se armó la fiesta. Con el público extasiado y toda la orquesta sobre el escenario terminó el espectáculo, con la promesa de hacer un tercer concierto de ese estilo.

Afuera, la noche seguía fría pero había dejado de llover. Los niños se contaban historias de lo que había pasado dentro de la sala; las más viejas se quejaban de que los de adelante se paraban a bailar y no las dejaban ver. En algunos grupos, los temas de conversación eran la incertidumbre por saber cuánto demoraría el ómnibus a esa hora del domingo, y la vigencia de la orquesta, principalmente de Goberna y Leis. Recordé una frase de la presentación que estuvo a cargo del comunicador radial Juanjo Alberti: “Los viejitos gozan de buena salud”, dijo, sabiendo por experiencia que para los artistas la salud no tiene nada que ver con lo físico, sino con seguir haciendo lo que aman; que la enfermedad o la muerte no están relacionadas con el ciclo biológico sino con ese otro tiempo creativo, en el que incluso seguirán viviendo eternamente aunque el físico un día diga “gracias, hasta acá”.