Su talento era tan inusual como su nombre. Aretha Franklin fue una notable pianista y compositora, pero su inteligencia musical brilló, ante todo, en miles de decisiones sobre el modo de usar el instrumento tremendo de su voz. Decir que fue la mayor cantante de soul no le hace justicia, porque fue ella quien definió, en gran medida, qué es una gran cantante de soul.

Algo le venía de familia. Su madre cantaba gospel y su padre, CL Franklin, fue un personaje singular, quizá el predicador más notorio de su generación, aunque en su vida privada distaba mucho de ser un santo. Franklin padre vendió cientos de miles de discos con sus sermones, y basta con escuchar alguno de ellos en Youtube para darse cuenta de que dominaba el arte de hipnotizar a su audiencia con un manejo magistral de las inflexiones, las intensidades y el ritmo.

CL era una figura muy conocida en el ambiente artístico afroestadounidense, y Aretha se crió entre visitas –a menudo con pequeños recitales incluidos– de gente como Duke Ellington, Ella Fitzgerald, Art Tatum, Oscar Peterson o Nat King Cole (aprendió sola a tocar el piano de su casa, que usaban varios de esos monstruos). Además, el predicador fue un destacado activista por los derechos civiles, organizador de la famosa caminata por la libertad realizada en Detroit en 1963 y compañero en esa y varias otras movilizaciones y campañas de Martin Luther King, con quien Aretha salió de gira cuando ella tenía 16 años, acompañando a su padre.

En ese ambiente, había sido lógico que el primer disco de la muchacha, grabado en 1956 gracias a sus virtudes propias y a los vínculos de CL, fuera una colección de canciones religiosas en estilo gospel, titulada Songs of Faith. Sin embargo, Aretha decidió seguir la ruta de Sam Cooke y adoptar un repertorio mundano. Firmó contrato con la discográfica Columbia, donde John Hammond tuvo el olfato necesario para ver que podía ser una estrella, pero no el suficiente para ver cómo. Después de nueve discos de larga duración lanzados de 1961 a 1966, con repertorios centrados por lo general en standards de jazz y rhythm and blues, ella era una promesa que no terminaba de cumplirse. Cuando pasó al sello Atlantic, Ahmet Ertegun y Jerry Wexler entendieron que le convenía lo mismo que había hecho, en la misma discográfica, Ray Charles casi dos décadas antes: moverse con libertad en un territorio donde pudiera mezclar a gusto todo lo que venía de sus raíces (incluyendo al gospel) con todo lo que alcanzara su imaginación, y etiquetarlo todo como soul, porque si algo caracteriza a ese género es la combinación de emotividad y bailabilidad en la que Aretha deslumbraba. La llevaron al estudio Muscle Shoals, en Alabama, donde logró, con el cuarteto habitual de músicos de sesión, una serie de registros fabulosos.

Su primer disco con Atlantic, I Never Loved a Man (The Way I Love You), lanzado en marzo de 1967, habría bastado para que quedara en la historia grande de la música estadounidense. Pero fue sólo el inicio de una sucesión de cuatro álbumes en dos años (junto con Aretha Arrives, Lady Soul y Aretha Now, a los que se sumó Aretha in Paris, grabado en vivo) que sumaron clásicos instantáneos como la canción que le dio título al primero, “Respect”, “Dr Feelgood (Love Is a Serious Business)”, “Do Right Woman, Do Right Man”, “Baby I Love You”, “Chain of Fools”, “(You Make Me Feel Like) A Natural Woman”, “Think” o “I Say a Little Prayer”.

Vale la pena hablar un poquito de “Respect”, una composición del gran Otis Redding que este había grabado con éxito en 1965. Franklin cambió el tempo y le agregó algunas líneas a la letra (entre ellas, el deletreo de la palabra del título y los coros, con el que ella interactuaba al mejor estilo del gospel, como en muchos otros de sus temas), pero lo que resignificó todo por completo fue, sin duda, que cantara una mujer. El original usa el tópico del varón que trabaja duro y sólo le pide a su pareja “un poco de respeto” cuando llega al hogar. En la voz de Aretha, el tema no sólo gana calidad (y eso es mucho decir, porque Redding era un cantante fantástico), sino que se vuelve un manifiesto de emancipación, con la autoridad de una mujer potente que no suplica ser respetada, sino que establece reglas de respeto, y que además lo hace derrochando swing. En aquel momento histórico, la canción se convirtió en una especie de himno, a caballo entre el movimiento por los derechos civiles y el de liberación femenina. La contracara menos conocida es que Franklin fue a menudo una mujer maltratada.

Siguió editando discos de alto nivel (fueron 42 en estudio hasta A Brand New Me, el año pasado) y conviviendo mejor o peor con lo que estaba de moda. Fue una gran fumadora hasta 1994, después de haber contrariado a la ciencia con su canto durante décadas. Cada tanto la redescubrían o se acordaban de ella por una interpretación magistral (como la de “Think” en la película The Blues Brothers, de 1980, o la de “A Natural Woman” durante una gala de los premios Kennedy en 2015).

Murió ayer en su casa, por un cáncer de páncreas. Vendrán los homenajes, el disco póstumo, la biopic y todo lo demás. Muy por encima de eso quedarán las canciones, enormes, irrepetibles.