“Miro a los poetas. / Pienso que es imposible / ver como ellos / daltónicos / románticos. / Cuando los veo / encandilados, / cuando la veo a ella, / cuando te veo a vos, / lo único que quiero / es / mentirme / diciendo / yo también / sentí algo”. La escritora argentina Paula Brecciaroli es más conocida por su labor en narrativa que por su trabajo poético. El poema citado más arriba (parte del libro La sinceridad de un golpe, 2018) parece hablar de esta sensación de intrusión de una forma de vivir la literatura como a través de una pequeña rendija. “No era algo que yo esperaba escribir; lo que quería era experimentar el trabajo de la mirada poética. Y mirar el mundo desde un lugar diferente al de la narrativa, en la que siempre estoy observando a través de un personaje”.

Esto se observa en el contraste entre esa voz poética, que se da en La sinceridad de un golpe, y la realidad despojada de muchos de los personajes que atraviesan sus obras, como el cuarentón desempleado y adicto a las figuras de animé que aparece en Otaku (2015), y otros que no tienen tanta capacidad de agenciamiento y que son arrastrados por las circunstancias hasta el punto de ser ellas las que disponen. “Sí, son personajes que no tienen nada de observación o reflexión, y son arrastrados por las circunstancias que viven. Por eso me interesaba hacer un ejercicio de percepción donde no estuviera la acción, porque en la narrativa es ella la que comanda. La poesía implicaba quitar eso del medio y trabajar con una observación muy pura, tanto de los sentimientos como de lo cotidiano”.

A la deriva

Esta descripción de los personajes que son empujados –sin reflexión aparente– por los vientos del destino ha sido una de las particulares marcas de la literatura argentina de los últimos 20 años. Se puede pensar en los personajes de Fabián Casas, o en el huérfano de Bajo este sol tremendo (2009), de Carlos Busqued.

Brecciaroli también es la cara visible de la editorial Conejos, asociada a La Coop, una de las redes de sellos independientes más importantes del país vecino. Cuando se le pregunta sobre esta particularidad en el modus operandi de los personajes, responde: “Creo que el personaje reflexivo o introspectivo hoy en día está mal visto. Y no tengo novelas tan presentes de ese tipo: pienso en Wonder Boy, de Yair Magrino (2015), en la que hay un personaje que siempre se pregunta cosas, pero en general quedo bastante fuera de lo habitual, porque son personajes que están ligados a una acción, más que a algo interno”.

Esta porosidad entre lo narrativo y lo poético también aparece en Pamela Terlizzi, autora del poemario No cuentes pesadillas en ayunas. En su obra, ciertas imágenes y tópicos se espejan y continúan, poema a poema, como si fuera una narración de lo que quedó tras un duelo. Y este poemario parte de los restos materiales y emocionales del robo a una casa de la autora. En su obra, la falta no es de un hombre, sino de algo así como todos los hombres. Los hombres aparecen lejanos, ajenos al destino de las mujeres, como si fueran un agujero primordial.

“Sí, muchas veces dije que es un libro de duelo. Hay más de un padre ausente: el biológico y otro que es el que efectivamente muere. Si bien no es un libro de denuncia frente a los hombres, es verdad que las ausencias se ven muy fuertes. Hay algo de lo doméstico que se vuelve muy oscuro. A veces uno piensa al ámbito doméstico como amable y confortable, pero también puede ser algo ominoso. También tiene algunas cuestiones de género, y creo que van de la mano, tanto las ausencias de los hombres como los daños que pueden hacer”. Al preguntarle si el texto dialoga con los movimientos feministas que se acrecentaron en los últimos años en Argentina –especialmente a partir de la lucha por la ley del aborto–, dice: “No estaba pensando en hacer un libro de época, ni quería escribir sobre el feminismo ni la lucha actual de las mujeres, pero creo que salió solo. Fue la búsqueda por hallar una voz que tuviera que ver con la niñez y las pequeñas tragedias. Esto se filtra porque esos males a los que estamos expuestas las mujeres son mucho más comunes de lo que pensamos”.

Herencias

Terlizzi concibe su libro con criterios autobiográficos. “Mi abuela es de Santa Fe, del campo, y se casó con su novio cuando él todavía estaba haciendo el servicio militar. Perdió cuatro embarazos antes de tener a mi mamá, y una anécdota que me contaba de chica es que, un día, un hombre fue a decirle que tenía que llevarse los muebles de su casa. Así se enteró de que mi abuelo los había jugado en una partida de póquer. Pero mi abuela lo echó a escopetazos por las vías del pueblo, y en lugar de apoyo, lo que recibió fue el reto de mi bisabuela”.

El libro está atravesado por varias de estas viñetas autobiográficas, y una de las más interesantes es la descripción de una invasión de langostas que retrata en “Plaga”: “¿Acaso las langostas no son pastos que caminan? / Todo ese estruendo / ese diminuto apocalipsis de barrio pobre / no deja de ser nuestra primera revolución”. “Recuerdo que hubo una tormenta de langostas en el barrio donde vivía. y ese es el primer recuerdo que puedo relacionar con la idea de morbo. Por un lado, había miedo y, por otro, curiosidad, pero también estaba el ‘quiero salir a ver todas esas langostas en el piso’”.

La poesía de Brecciaroli, pese a estar anclada en una similar sensación de duelo, no sigue sendas tan autobiográficas, y aborda una dimensión más amplia de diversas sensaciones. “Hay una pregunta sobre la posibilidad de una ruptura; el sentimiento de una temporalidad; de qué pasa con un sentimiento que se somete al paso del tiempo. El tema de Pamela es claramente el duelo, y los estragos de la mirada familiar. El mío es un vínculo afectivo, en su tensión y su afloje. Hay una mirada sobre el cuerpo; hay desgarro casi físico de un sentimiento. Por eso, ambos libros vinieron muy pegaditos en la editorial. Los dos se asocian a lo cotidiano, se sitúan muy en lo concreto: en lo que se come, en lo que se siente. Eso es algo que me gusta mucho del libro de Pamela. Porque me identifico con lo que no es lírico ni abstracto, ni tiene un enlace con la realidad”.

Rastreando estas referencias, lo primero que salta a la vista en el estilo despojado y de versos cortos y potentes de Paula es la herencia de Idea Vilariño. Al mencionarle sus versos, Brecciaroli dice: “Totalmente. Me encanta la poesía de Idea. Traté de que no se notara. Es un diálogo obvio, total, así que me la banco; no me da vergüenza porque siento pura admiración por su poesía. Está eso de que es una poeta completamente valiente y jugada. Ahí radica mi admiración, no mi anhelo de robar”.

Mañana en Las Karamazov ambas leerán sus textos junto a los escritores Soledad Castro Lazaroff, Ramiro Sanchiz y Martín Lasalt (cuyo libro La entrada al paraíso fue recientemente editado por la editorial de Paula). Consultada sobre esta creciente colaboración entre ambas orillas, dice: “Siempre estamos muy cerca en lo que tiene que ver con la producción. Yo tengo registros de la narrativa y tenía una idea más lírica de la poesía uruguaya, pero la verdad es que no es así: está ligada a cuestiones muy concretas y para nada barrocas. Creo que si cruzáramos los libros nadie podría decir quién es de un lado y quién es de otro. Esto nos está pasando a todos en Latinoamérica, sobre todo a partir de una generación de adultos y jóvenes desencantados que está muy presente. Más cerca de la realidad, más cerca de lo fantástico, pero, definitivamente, en sintonía”.