El Ateneo de Salto estaba lleno de gente el viernes 31 de agosto cuando, después de una jornada larga y fría, ya había caído la noche. Las bellas y generosas instalaciones del histórico recinto, como un invernáculo, congregaban el calor del festival poético Naranja en llamas, que había empezado de mañana y se había ido encaminando hacia las lecturas de fondo. Pero, por supuesto, como todo lo que florece y perfuma, el encuentro hunde sus raíces en el pasado, en este caso en La naranja azul, un encuentro que tuvo varias ediciones entre los años 80 y 90 organizado por los poetas Marta Peralta, Víctor Silveira y Juancho Martínez. Como sucede con tantas rutinas culturales, este primer festival de inspiración cítrica sufrió de algunos años de discontinuidad, hasta que varios docentes del Centro Regional de Profesores (Cerp) decidieron retomar su cultivo en 2001, ya bajo el nombre de Naranja en llamas, con un comienzo a toda máquina que incluyó las presencias de la salteña Marosa di Giorgio y de Idea Vilariño, quien incluso escribió en su último libro sobre su presencia en el festival. Ese retorno fue impulsado por los docentes Elena Esteves, Hugo Albernaz y por Juancho Martínez, artista siempre presente que fue homenajeado en esta edición tras su reciente fallecimiento. El festival volvió a surgir, en una nueva época, en 2017, organizado por Sara Martínez, Fernando Rocha y Pablo Márquez, actuales docentes del Cerp del Litoral, quienes trabajaron en conjunto con los estudiantes y contaron con apoyos municipales, del Ministerio de Educación y Cultura y de la delegación uruguaya de la Comisión Técnico Mixta de Salto Grande.

El viernes de noche, camuflado como uno de los invitados, pude experimentar la sensación de los poetas al sentarse en una mesita precedida por una escultura del artista homenajeado y tener un público grande y atento en el que prevalecían las miradas jóvenes. Las actividades habían empezado de mañana con un taller de poesía de la rochense Mariella Huelmo con estudiantes del Cerp y, de tarde, con una actividad conducida por la argentina radicada en Colonia Ruth Kaufman en el hotel Concordia, allí donde Gardel se tomó una. Por cierto, mientras caminábamos por la calle Uruguay, Ruth recibió una llamada en la que le contaban que su programa Susurro y altavoz, de la televisión pública de su país, había sido nominado a un importante premio que se otorga en Japón a programas culturales. La velada de fondo, tras las palabras inaugurales, estuvo a cargo de la propia Ruth, que leyó poemas para niños del infiltrado que esto escribe, de los versos poderosamente norteños y un fragmento de la novela El zambullidor, de Luis do Santos, una muestra de la poesía flotante y etérea dedicada a Artaud de Pablo Dobrinin, de la lectura performática y sutil de Tere Korondi y de los versos tranquilos de Jorge Castro Vega, todos ellos montevideanos, con un intermedio musical del cantautor Gastón Rodríguez.

El sábado, tras un trasnoche de poesía y música en El Andén, Gerardo Ciancio dio cátedra acerca del haiku, género poético que tuvo la precaución de ir a aprender al propio Japón, y la tarde transcurrió paseando por el chalet Las Nubes, que perteneciera al escritor Enrique Amorim, un lugar cargado de historias que involucran, entre otros, a Federico García Lorca. La noche del sábado tuvo sus platos fuertes con la poesía del propio Ciancio, los textos agudos de Gustavo Wojciechowski, la poesía de apariencia calma y fondo turbulento de Elbio Chitaro, duraznense radicado en Soriano, la gran lectura de Mariella Huelmo, los versos conmovidos y nuevos de Claudia Magliano y la presencia distinguida de Tatiana Oroño, experiente, vital y directa al hueso del dolor del mundo. Quedó evidenciado el entramado resistente, productivo y abrazado de la poesía uruguaya, que se renueva, fructifica, se mira a sí misma y se muestra en encuentros como este, que se hacen a pulmón y a impulsos del corazón de gente que de alguna manera ha recibido la posta y se prodiga en esfuerzos en busca de las presencias. El diálogo, entonces, resulta inevitable, diverso y fértil, y se da entre los propios creadores, entre generaciones, con docentes y futuros docentes, con el público e incluso a través de canales místicos, con los duendes intemporales, ya que, como nos hizo notar el profesor Daniel Quijano, varios de los participantes nos habíamos sentado a tomar un café en el preciso lugar en que se veía cotidianamente a Marosa, a quien él admiraba a través del vidrio.

Fue un encuentro que, pese a haber recibido el azote del mal tiempo –lo que le valió el mote de “Naranja en aguas” por parte de los participantes–, tuvo todos los calores y las fertilidades posibles, y es de desear que este pulmón poético pueda seguir respirando y haciendo respirar y vinculando a los productores de arte. Cuanto más apretada sea la red, será más posible que se multipliquen los actores culturales, que todos lo seamos, a propósito de lo cual viene bien saber que el calendario muestra que el 15 y el 16 de setiembre se llevará a cabo Fray Bentos, capital de la poesía.

Que todas sean capitales.