En tres intensos días, desde el viernes al domingo, se desarrollará en la sala Zitarrosa, con entrada libre, la sexta edición del festival Llegando a MVD, en el que confluyen música y producciones audiovisuales de toda Iberoamérica. El formato consiste en tres presentaciones musicales cada noche intercaladas con cortos cinematográficos relacionados con la música, desde biopics de cantores hasta historias de mosquitos adictos a este arte.
Jorge Schellemberg, músico y director de la sala Zitarrosa, cuenta que, como todos los años, Llegando a MVD se propone traer “propuestas de calidad que de repente están muy posicionadas en sus países pero no son conocidas acá”. Esta es una instancia que surge y se sostiene en redes de colaboración entre artistas y programadores de festivales de los distintos países de la región, que “se hace con mucho más amor que dinero, de parte nuestra y de parte de los que vienen”, apunta Schellemberg.
Es “una mezcla de oportunidad –ya que se intenta que los artistas puedan acomodar su presencia dentro de giras más extensas– y coherencia”. Resultado, tal vez, de esa búsqueda de coherencia, este año viene con una fuerte impronta folclórica, cosa que no ha sucedido en festivales anteriores. Pero “más que el concepto de folclore es el concepto de identidad; aquellas cosas que vos escuches y digas ‘esto es de tal lugar’”, acota Schellemberg, por lo que también se podrán escuchar sonidos no tan asociados a lo folclórico pero que remiten inequívocamente a cierto momento y lugar, como la propuesta de los músicos Ná Ozzetti y José Miguel Wisnik, vinculados a la vanguardia paulista de los 80. La intención no es hacer una “caricatura, sino que es parte de ese conocernos y reconocernos que está vinculado con el concepto de música no como un lenguaje universal, sino como muchos lenguajes diferentes que tienen que ver con la gente que los produce”.
Como si cada una fuera una microrrepresentación del festival, todas las propuestas cuentan también con altas dosis de sincretismo, que se pueden ver, por ejemplo, en la obra del colombiano Lucio Feuillet, que “dialoga entre bambucos, san juanitos y cumbias”; en la de la peruana Sandra Peralta y el argentino Leandro Cacioni, que aúnan caminos para hacer un recorrido por canciones de América Latina, entre guitarras acústicas y eléctricas; en la de Mariela Condo, una de las cantautoras más destacadas de la escena ecuatoriana, con canciones de raíces indígenas dedicadas al “aire, la lluvia y el viento”, que viene de una larga gira por América y Europa y adelantará algunas de sus búsquedas musicales surgidas en ese período; en la de la sanducera Yisela Sosa, que abarca desde las litoraleñas y las chacareras al candombe y la milonga, y en la del montevideano Roberto Darvin, expositor de la nueva música latinoamericana, que últimamente está experimentando con el candombe y la milonga.
La argentina Carolina Peleritti, por otro lado, junto con la guitarra de Juan Pablo Ferreyra, ahondan en el vasto repertorio folclórico argentino en una expresión “lo más despejada y genuina posible” de sus raíces, versionando a autores como Chango Rodríguez, Peteco Carabajal o Raúl Carnota; mientras que Sombras Picantes, nuevo trío uruguayo integrado por viejos conocidos (Diego Azar, Mario Chilindrón y Álvaro Salas), usa el candombe como eje para experimentaciones absolutamente originales.
También se podrá ver a un gigante de la música portuguesa, Fernando Tordo, que desde hace décadas es uno de los máximos representantes de la escena lusa, de obra vanguardista y extensa, con estrecha vinculación con la poesía portuguesa y la canción de protesta y cuyas composiciones han sido versionadas por artistas como Carminho e Ivan Lins, entre muchos otros.
Es inevitable relacionar este tipo de encuentro con la ola migratoria latinoamericana que está experimentando Uruguay en este momento. Schellemberg también lo considera así, y está orgulloso de ese acople.
“En mi opinión Uruguay debe ser un país de brazos abiertos, por un tema de solidaridad, por un tema de derechos humanos básicos, y también por la riqueza que entraña el encuentro cultural. Un país con las dimensiones de Uruguay es en la región o no es; no puede ser visualizado como algo independiente del mundo y mucho menos de la región. Creemos que la integración es algo básico. Sin embargo, hemos visto que otra gente no lo ve de esa forma, y por eso en el equipo nos pareció bueno vincular este festival con esta nueva ola migratoria que estamos viviendo, es nuestro granito de arena desde la cultura –desde la que uno aprende y comparte lo que sabe– para contribuir a eso”, expresa.
La parte audiovisual cuenta con su propia y cuidada curaduría, y aunque establece un diálogo con las propuestas musicales, al venir también de distintas partes de la región –y a veces de países que este año no están representados en la otra pata del festival, como México y Chile, de forma de agrandar la muestra– y girar en torno a la música, no es lineal sino complementaria y disfrutable por sí misma.
En suma, Llegando a MVD es una oportunidad de abrir los ojos y oídos a propuestas que nos acercan al aquí y ahora de Iberoamérica, al que a veces cuesta mucho más llegar que a proyectos más lejanos geográficamente, y festejar el hecho de ser parte de algo mucho más grande y rico que lo que dictan nuestras fronteras arbitrarias.