Los hábitos de consumo de noticias han cambiado. El arribo de internet, particularmente, nos ha alejado cada vez más de la tradición de sentarse a leer un diario, y los medios de comunicación dedicados con seriedad al periodismo se ven en condiciones cada vez más difíciles para sustentarse, ya que el diario en formato papel va perdiendo adeptos y la ubicuidad de internet nos ha acostumbrado a poner como requisito, sobre todas las cosas, que los contenidos a los que accedemos sean gratuitos, lo que pone en desventaja a los medios que desean conservar independencia y, por lo tanto, dependen del apoyo de sus lectores (si suena un poco autorreferencial...). Al entrar a los sitios web de medios tan grandes e influyentes como The Guardian o The New York Times ahora aparecen pop-ups que les piden a los lectores que paguen una módica suma para que sigan existiendo, mientras que muchos otros medios ya perecieron en el camino.

Esta nueva coyuntura podría llevarnos a conclusiones apocalípticas sobre el futuro del periodismo, pero lo cierto es que también han aparecido nuevos formatos para sostener y complementar el papel de la prensa tradicional. Es el caso de los podcasts, que en los últimos años han ganado cada vez más popularidad y van en su propio camino de madurez y profesionalización.

¿Qué es un podcast? Básicamente, un programa de “radio” que no se transmite por ondas, sino que se hospeda en plataformas web y al que el oyente puede acceder mediante estas plataformas o por medio de aplicaciones específicas para smartphones, sin tener que atenerse a un horario en particular. Los primeros podcasts datan de 2004, pero su popularidad estalló en esta década, particularmente con la aparición de Serial (2014), un podcast periodístico de Estados Unidos que en su primera temporada se enfocó en el asesinato de una joven de 18 años en Baltimore (en 1999), y en un contexto dudoso en el que su ex novio fue condenado a prisión perpetua. Sara Koenig, la periodista que lo llevó adelante, desarrolló una investigación extensa que implicó la lectura de miles de documentos, el pasaje por comisarías y la localización de distintas personas que podrían tener algo que decir respecto del crimen y de las circunstancias en las que se cometió. Los resultados de esta investigación no llevaron a la periodista a una conclusión definitiva (y la serie es muy cuidadosa acerca de forzar percepciones, contrario a producciones similares como la serie documental Making a Murderer [2015]), pero aportaron datos nuevos al tiempo que dejaron en evidencia un proceso policíaco y judicial deficiente en varios aspectos. Esta primera temporada tuvo un éxito inusitado, con más de 68 millones de descargas, que, en la percepción del público, consolidó al podcast como un instrumento periodístico legítimo y les allanó el camino a podcasts venideros.

No podría decir con certeza qué fue lo que hizo a Serial –más allá de su indudable calidad en términos de producción y contenido– semejante hito, pero es posible aventurar algunas explicaciones.

Nuevas condiciones

En su estructura argumental los podcasts de investigación sumergen al escucha en una narrativa que lo mantiene interesado. El periodismo de investigación, que abarca tiempos más largos, propone un orden posible de los hechos, una historiografía, algo que la noticia del día a día –por su propia naturaleza– no puede proporcionar. Es la búsqueda del porqué y el cómo se llegó a determinada situación. La estructura narrativa seduce en oposición a una serie de datos aislados: los humanos siempre hemos necesitado relatos para ordenar el mundo. Por supuesto, el atractivo que causa el relato es un arma de doble filo, y a veces este afán de seducción se impone sobre el valor investigativo, como en cualquier otro formato noticioso. Hay una pregunta ética que enmarca en particular a los podcasts enfocados en crímenes violentos: cuándo se cruza la línea hacia el morbo y el espectáculo, algo que puede hacerse sin que siquiera haya un desapego de la realidad. Es una cuestión de enfoque y de no desarrollar las noticias de forma tal que lo único que nos quede sean unas horas de “entretenimiento”. Hay que preguntarse “¿cuál es la razón por la que estoy interesada en escuchar sobre esto?”.

Podcasts del género, como Serial e In the Dark (que estrenó en 2016), aportaron nuevas pistas a casos irresueltos o ambiguos, pero su valor principal tal vez radique en el desarrollo de la investigación misma y su exposición a los escuchas. A la vez, existen otros como Slow Burn (que comenzó en 2017), que abarcan entramados mucho mayores (el escándalo de Watergate en la primera temporada y el impeachment de Bill Clinton en la segunda) o Undone (de 2016), que les da seguimiento a noticias que tuvieron sus 15 minutos en los medios y luego fueron desplazadas por otras, si bien sus ramificaciones continuaron fuera de la esfera pública.

Funcionan como enclaves de reflexión, una pausa para que el escucha pueda cotejar hechos y establecer conexiones entre ellos, en vez de simplemente ser bombardeado por ellos. Es decir, al exponernos a sus métodos de investigación nos están dando recursos que después podremos aplicar en una lectura crítica de otros hechos. Nos recuerdan que el periodismo bien entendido es esencial para la sociedad y no puede –ni debe– ser reemplazado por el caos de las redes sociales.

Además, si bien todos los podcasts mencionados en esta nota contaron con el respaldo de medios ya establecidos, lo que indudablemente ayudó a su calidad y popularidad, una de las bellezas del formato es lo democrático de su alcance; para lanzar al aire un podcast la inversión necesaria es mínima y, al contrario que con las radios o los canales de televisión, no hay barreras corporativas que obstaculicen hacerlo. Los temas y los géneros que abarcan, así como las posibilidades de experimentación que habilitan, son infinitos. Es un fenómeno al que prestarle atención.