En 1969 Uruguay atravesaba una delicada situación que se extendía por todas las aristas de la sociedad. Con el pasar de los días, el suelo del país se hacía cada vez más árido, lo que imposibilitaba cosechar proyectos o plantar ideas. De entre toda esa tierra seca, el sello discográfico De la Planta logró germinar y sigue dando frutos hasta hoy.

Las notas del primer rock uruguayo se registraron sobre los surcos de viejos discos de 78 RPM allá por la década de 1950. Lalo Etchegoncelay, Ángel Bagni, Walter Silva y Washington Oreiro son algunos de los que se animaron a estampar en las etiquetas, junto a los nombres de sus canciones, la palabra “rock”.

Los delicados discos de pasta les dieron paso a los de vinilo, y a partir de ahí la “música moderna” ganó minutos en televisión, centímetros en los diarios e invadió los radiotransistores de los hogares uruguayos. Pero sobre todo, los sellos discográficos comenzaron a grabar y editar a miles de bandas y solistas, dejando huellas imborrables.

Podríamos mencionar a Antar, que en 1963 editó el primer LP de Los Olimareños, a Tonal, responsable de los inicios de don Alfredo Zitarrosa en 1966, o a Eco Mallarini, que guarda en su catálogo el debut solista de Gastón Ciarlo, que sería conocido como Dino, en 1970. La lista de sellos es enorme: Gold Laud, Clave, Citrus, Carumbé, Orfeo, Macondo, Patria, Foldef y más. Y entre esos “más” está De la Planta.

De la Planta nació en 1969 de la mano de Jorge Coyo Abuchalja y Carlos Píriz, instituciones de la incipiente movida rockera. El primero tenía a su cargo las seis cuerdas, la garganta y la administración de Los Delfines, una de las bandas “grandes” de aquellos años, y el segundo era un destacado técnico de sonido cuyo nombre está impreso en el dorso de varios discos.

La precariedad técnica a la hora de grabar fue determinante en la unión, según Abuchalja: “[Carlos Píriz] era uno de los que grababan en Sondor, único y limitado estudio en Uruguay. Le propuse formar una compañía de discos por las dificultades que tenían los artistas uruguayos para lograrlo. Él en la parte técnica y yo en la parte de dirección de empresa”.

Para ese entonces Píriz fue contratado por los estudios ION de Argentina, por lo que el emprendimiento contaba con un gran diferencial respecto de su competencia: la posibilidad de grabar en Buenos Aires con una grabadora de cuatro canales, un monstruo comparada con la de apenas dos que tenía Sondor.

A estas paupérrimas condiciones de grabación se sumaban los cambios experimentados por la música a finales de la década de 1960: se tocaba diferente, se incrementaban los volúmenes, se sumaban efectos, y eso, además de mejores equipos, requería un técnico capaz de entender el nuevo “contexto sonoro”. De la Planta tenía todo para ganar: el estudio y el técnico.

Según palabras de Píriz, “De la Planta permitió que algunos buenos músicos de la época publicaran su música, sin límites artísticos, en las mejores condiciones de entonces, desde la grabación en estudios y el corte de la matrices hasta el diseño y la impresión gráfica, así como el prensado industrial de los discos”. El nombre De la Planta remite a una expresión bastante usada en la época, que aludía a algo o alguien excepcional, confiable, serio. “Los artistas querían venir a nuestra empresa por esas condiciones. Teníamos acciones de marketing muy buenas buena difusión y buena distribución”, asegura Abuchalja.

Musicasión 4 ½.

Musicasión 4 ½.

En menos de cinco años, la dupla Abuchalja-Píriz editó más de 30 LP y una veintena de simples (dato de color: nunca editaron un EP) y dejó en la discoteca de la música uruguaya varios clásicos que hoy siguen sonando: Musicación 4 ½, Mateo solo bien se lame, los discos de Opus Alfa, Días de Blues, Diane Denoir, la trilogía de Tótem, entre otros.

Las páginas del primerísimo número de la revista Hit (Nº 0, año 1, mayo de 1970) hacen referencia a los tres primeros (y únicos) simples editados hasta ese momento: el de Norberto Suárez, que incluye una particular versión de “Serenata para la tierra de uno”, de María Elena Walsh, Los Gigantes, y uno de tangos a cargo de Pelusa Vera (sí, la de Decalegrón).

Una de las principales características del sello es la cantidad de estilos que lo nutren. Hay candombes de Mike Dogliotti, homenajes a Gardel del guitarrista Hilario Pérez, poesías de Osiris Rodríguez Castillos, más tango y algo de jazz con Manolo Guardia, y música de tierra adentro con Manuel Capella, Héctor Díaz, Los Solitarios y Víctor Pedemonte.

Tan diversificado es el catálogo, que en 1973 se llegó a editar Música antigua, de Ensemble Pro Art, un conjunto de estilo barroco y medieval. Abuchalja sostiene que “la música es música en todas sus manifestaciones. Y si había artistas buenos haciendo buena música, para nosotros estaba muy bien y además diversificábamos nuestro catálogo”.

El sello también incluía la “serie divertimento”, en la que desde capocómicos como Roberto Capablanca y José Marrone hasta el mítico relator deportivo Carlos Solé tenían su lugar en el surco. Otra prueba de la diversidad de géneros y artistas que integraron el proyecto a lo largo de su corta historia, independientemente de su peso en “la escena”.

“La necesidad de sobrevivir económicamente nos llevó a que la empresa publicara sin atender a un criterio artístico determinado. Fue así que algunos productos, artísticamente lamentables, permitieron financiar la producción de otros mejores. En casos extremos, algunos títulos fueron vendidos bajo otro sello”, puntualiza Píriz.

Repatriando clásicos

Mauro Correa tiene a su cargo el sello uruguayo Little Butterfly Records y es un gran cultor de la música uruguaya. “Como coleccionista pienso que es un sello fundamental, llevado adelante por músicos que lograron conectar una gran camada de músicos únicos y de vanguardia que formaron parte fundacional de la música popular uruguaya”.

Little Butterfly Records supo volver a poner en las bateas discos que ya eran casi (por no decir totalmente) inconseguibles. Los dos álbumes de Psiglo, Cuerpo y alma, de Mateo, Maraviya y Deliciosas criaturas perfumadas, de Buitres, el disco “perdido” del Flaco Barral y, recientemente, el debut de Chopper, de 1993. En 2016 reeditó Días de Blues y Opus Alfa. “Claramente, fueron dos discos muy destacados de su catálogo, sobre todo Días de Blues, que es uno de los clásicos del rock y blues pesado de nuestro país y Sudamérica; se conecta en tiempo real con artistas como Jimi Hendrix, Cream y Pappo’s Blues. En el caso de Opus Alfa, es un disco que, personalmente, siempre me encantó”, dice Correa.

El mercado internacional también dijo presente, y en 1970 el sello fue responsable de distribuir en el paisito el segundo simple y el primer LP de la mítica banda argenta Manal, además de editar en la orilla de enfrente material nacional como el primer y el segundo disco de Tótem, y los trabajos debut de Eduardo Mateo y del power blues trío Días de Blues.

De la Planta comenzó sus actividades en 1969 y no llegó a cumplir cinco años. El país enfrentaba una situación crítica, muchos músicos ya se estaban tomando el avión y la industria discográfica nacional estaba en serios problemas. Todo esto tendría un efecto devastador en la escena musical de la época.

Para 1973 el sello agonizaba, pero antes de desaparecer llegó a editar material invaluable, como el Good Bye de The Killers, a Los Moonlights con Dino, Corrupción, de Tótem, Los Campos, SEM, Días de Blues, Diane Denoir, por citar sólo a algunos. Tras el cierre definitivo, el catálogo fue adquirido por Clave, que reeditó algunos títulos bajo la línea “Selección brillante”.

A pesar de su condición de clásicos, muchos discos de De la Planta eran imposibles de conseguir, debido al limitado tiraje que tuvieron en su momento, hasta que en 1999 la revista Posdata lanzó una colección de CD denominada “30 años de música popular”, en la que rescató del olvido muchísimos discos nacionales, entre ellos varios del sello en cuestión.

Con el nuevo milenio, y gracias a internet, las canciones terminarían llegando a oídos muy remotos y despertando la curiosidad de oyentes alrededor del mundo. Así fue como en Alemania, de la mano de World in Sounds, se reeditó en 2001 el debut de Opus Alfa. Luego, en 2004, el sello español Vampisoul volvió a lanzar el primer trabajo de Tótem.

Un año más tarde, en Argentina salió a la calle el disco homónimo de Diane Denoir por el sello Índice Virgen, y ese mismo año Record Runner, de Brasil, reeditó Good Bye, de The Killers. En 2006 el sello yanqui Lion hizo lo mismo con el álbum debut de Mateo, mientras que Días de Blues cuenta con varias reediciones en Italia, Suecia y otros países de Europa.

Las flores siguen creciendo por doquier, porque este año se reedita nuevamente el primer disco de Diane Denoir en Wah Wah Records de Barcelona, y la lista de planes a futuro de Little Butterfly Records incluye la posibilidad de que el segundo disco de Tótem, Descarga, vuelva a estar disponible.

El legado que De la Planta dejó a la música, en comparación con el poco tiempo que duró, es totalmente desmedido. Gracias al trabajo, la dedicación y, sobre todo, la comprensión de las necesidades de los músicos mostrada por Jorge y Carlos, produjeron un tallo fuerte que, aunque se marchitó, dejó en la tierra un montón de brotes que siguen germinando con los años.

Sembrando para los que vendrán

De la Planta no sólo supo traducir las necesidades de los músicos, sino que también fue capaz de comprender la importancia que el disco tenía para la posteridad como documento sonoro. Gracias a esta postura, grabaciones como Musicación 4 ½ y el mítico Mateo solo bien se lame llegaron a las bateas de las disquerías y no terminaron en una volqueta.

Musicación 4 ½ rescata el espíritu de las “Musicaciones”, espectáculos ideados por Mateo y Horacio Buscaglia que se llevaron a cabo en el teatro El Galpón en 1969, en los que se mezclaban poesía, teatro, música y muchas cosas inclasificables más. Entre todos delirios estaba El Kinto, banda liderada por Eduardo Mateo.

Como indica la contratapa, Píriz hizo un verdadero trabajo de rescate a partir de viejas grabaciones para playbacks y pruebas: “Material original grabado entre octubre de 1966 y agosto de 1969, en los viejos, tristes, mal equipados, queridos estudios Sondor. Reprocesado electrónicamente en mayo de 1971”.

El caso de Mateo solo bien se lame es más conocido. Todos sabían de lo que Mateo era capaz, tanto en lo artístico como en sus divagues. Entre tema y tema, un día, sin previo aviso, abandonó las sesiones de grabación dejando todo a medias, y Píriz tuvo que terminar el trabajo con lo que había llegado a registrar casi de rebote.

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