Ayer, Mariana Enríquez se convirtió en la primera escritora argentina en ganar el premio Herralde de novela (dotado de 18.000 euros y la publicación de la novela en Anagrama) con Nuestra parte de la noche, considerada por el jurado –integrado por Lluís Morral, Gonzalo Pontón Gijón, Marta Sanz, Juan Pablo Villalobos y Silvia Sesé– una “novela total”, ambiciosa y desmesurada como Cien años de soledad (Gabriel García Márquez, 1982) o 2666 (Roberto Bolaño, 2004). Sucediendo a sus coterráneos Alan Pauls (El pasado, 2003), Martín Kohan (Ciencias morales, 2007) y Martín Caparrós (Los living, 2011), Enríquez se impuso en esta edición 2019 con una historia de un padre y un hijo que atraviesan Argentina, desde Buenos Aires hacia las cataratas del Iguazú, durante los años de la Junta Militar. Entre los controles militares y la tensión del ambiente, en esta road movie se encontrarán mutaciones, pasadizos con monstruos impensados, rituales, sacrificios humanos, flashbacks a la Londres psicodélica de los 60 (las ciudades centrales son Buenos Aires, Misiones y Londres), liturgias sexuales y herencias malditas, y, como trasfondo, la represión de la dictadura militar, los desaparecidos, la apertura democrática. El jurado habla de un “terror sobrenatural” que “se entrecruza con terrores muy reales en esta novela perturbadora y deslumbrante, que consagra a Mariana Enríquez como una escritora fundamental de las letras latinoamericanas del siglo XXI”.

Según contó la autora a El País de Madrid, empezó a escribir esta novela hace tres años, cuando publicó el libro de cuentos Las cosas que perdimos en el fuego y retomó el relato “La casa de Adela”, que fue uno de sus orígenes. A Página 12 –medio en el que trabaja– la autora le adelantó que, en una primera línea de la trama, Nuestra parte de la noche es “una novela sobre varias familias superpoderosas que tienen una secta ocultista que se comunica con dioses primigenios a lo [HP] Lovecraft y que utilizan a médiums, que son gente a la que explotan vilmente. Uno de los médiums es el protagonista del libro”, y agregó que, en un segundo nivel, se refiere al poder “como algo que parece siempre inamovible y en contacto con fuerzas oscuras. El poder de ciertas familias ricas sobre las voluntades y los cuerpos de los otros”. El jurado, además, agregó que se trata de un libro “oscuro y deslumbrante”, un paseo por paisajes interiores que, “en algunas madrugadas afortunadas, recorremos en nuestras mejores pesadillas”.

Mientras muchos se alegraban con el nuevo Herralde argentino, otros felicitaban a la entrerriana Selva Almada por haber ganado el First Book Award de Edimburgo con una de las mayores novelas de los últimos años, El viento que arrasa (2012), que fue editada –y traducida al inglés– por Charco Press. Así, El viento que arrasa y esos personajes a los que les gustan los chamamés tristones que “hablan de aparecidos y amores trágicos”, que no dan ganas de bailar, “sino de quedarse quieto, mirando hacia la ruta”, Almada volvió a imponerse con un memorable escenario copado por personajes pueblerinos o camperos, que sobreviven como pueden entre las calles polvorientas y el sol calcinante de la siesta.

Para cerrar el triunvirato, el viernes se confirmó que la argentina María Gainza había ganado el Sor Juana Inés de la Cruz, que se entrega en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, con su segunda novela, La luz negra (publicada en Anagrama en 2018): una prosa “lúcida, impecable e innovadora” que desarrolla una trama “casi detectivesca” sobre el mundo del arte.