“She is connecting with me” (“ella se está conectando conmigo”), cantaba Patti Smith en “Dancing Barefoot”. Y si bien no estaba descalza, la legendaria cantautora y poeta estadounidense empezó bailando su primer show de la historia en nuestro país, conectándose con el público y entonando esa canción, de repetitiva y adictiva vuelta de acordes. Marcó presencia con su banda, en la que se destaca el guitarrista de siempre -con su pelos largos y canosos que se bambolean por el capricho del viento como los de Smith- Lenny Kaye, que está lejos de ser un instrumentista de esos que tiran fuegos artificiales con las seis cuerdas, pero se dedica a hacer muy bien eso que no es tan fácil como parece, de darle gracia y vida a los mismos tres -o dos- acordes de casi siempre.
En las primeras canciones el volumen no estaba al nivel que debería y por eso varios del público gritaron para hacer sentir su queja, pero a los pocos minutos la música se apoderó como correspondía al Teatro de Verano, y seguro llegó hasta las decenas de personas que estaban allá, bien arriba del todo, detrás del alambrado. Luego del arranque la banda siguió calentando los motores con “Redondo Beach” y “Ghost Dance”, gran canción folk basada en un ritual religioso de indígenas norteamericanos que repite como un mantra “we shall live again” (“viviremos de nuevo”), con una melodía que nos manda sin escalas a la ronda, el fuego, el baile y afines. Antes, Smith había dejado por unos segundos a la cantautora de lado para hacer hablar a la poeta, que recordó que el Conde de Lautréamont nació en nuestro país. Fue una de las pocas referencias vernáculas de la noche, más allá de la bandera uruguaya arriba de un amplificador y la camiseta con el mismo símbolo patrio que vestía a Kaye.
“Esta canción es para aquellos que desaparecieron”, dijo Smith, segundos después de mostrar la clásica camiseta de Todos Somos Familiares. Fue así que la banda arremetió con “Beneath the Southern Cross”, del disco Gone Again (1996), que significó un momento muy singular de la noche, no tanto por la letra de la canción sino por su música, con una coda infinita mantenida sobre una progresión eterna de dos acordes que dio pie a una zapada instrumental que rítmicamente era como un caballo que sube a la cima de una montaña en busca de la verdad.
Smith está por cumplir 73, y si bien nunca fue una cantante superdotada, aún mantiene bastante de la energía y la rabia que desprendía en Horses (1975), su disco debut, grabado cuando aún no llegaba a los 30. La mejor muestra fue su interpretación de “Free Money”, de aquel primer disco, con su inicio de balada pianera que al rato altera la dinámica con la cabalgata de tres acordes podridos que impregna todo el álbum y gran parte de su estilo, bastante garajero.
El gran despliegue de energía requiere un poco de descanso. Por eso, cuando el recital empezó a besar la mitad, la cantante se fue por unos minutos del escenario, mientras su banda se mandaba una versión de “I'm Free”, de The Rolling Stones, lanzada en 1965. Es una canción que, si se comete el anacronismo de analizarla hoy, comparándola con el canon duro de la banda inglesa, resulta bastante naïf -tanto en letra y música-, por no decir palomona. Pero no es casualidad que Smith eligiera justo una canción de la época del malogrado Brian Jones, músico al que admiraba desde su más tierna juventud, al punto de que escribió un poema en su honor. La canción stone fue entrelazada con el himno “Walk on the Wild Side”, de Lou Reed. Y tampoco fue por accidente, ya que ambas están en el mismo tono, tienen cercanía rítmica y, lo más importante, Smith también admiraba al líder de The Velvet Underground. Cuando ya la empezamos a extrañar, la cantante volvió al escenario y se dispuso a rematar el doble homenaje. El público también se sumó, con el famoso “doo doo doo doo”.
Smith quedó sola con el pianista. Encaró un breve discurso sobre la importancia de cuidar a la Madre Naturaleza, porque si no se vuelve contra nosotros y, mientras el silencio abrazaba todo el Teatro de Verano -también a los que la miraban desde afuera-, se lanzó con una sentida versión de “After the Gold Rush”, de Neil Young, en uno de los momentos más emotivos de la noche. El activismo de la cantante para concientizar sobre el cambio climático y la destrucción del medioambiente se manifiesta en el escenario a través de varias canciones. Muchos acordes antes había interpretado “Beds Are Burning”, un hit de la banda australiana Midnight Oil, cuyo pegadizo estribillo dice: “How do we sleep while our beds are burning?” (¿cómo podemos dormir mientras nuestras camas se están quemando?”).
“Because the Night” -con previa dedicatoria a Fred Sonic Smith, su difunto marido-, “Gloria” y “People Have the Power” fue la smithísima trinidad con la que se cerró el gran recital. La cantante dejó todo, sin hipérboles, ya que por momentos se la vio agitada y encorvada, agarrando impulso para tomar más aire. El público también dejó todo, sobre todo en “Gloria”, cantada por todos, que hasta dio para un pequeño pogo adelante de todo. Promediando “People Have the Power”, Smith hizo algunas referencias políticas generales, y antes también, sin dar nombres. Pero mejor no hablar de ciertas cosas porque estamos en veda.