La representación de una aldea o un barrio, de chapa y cartón, cruzada por cables y bombitas de luz, se despliega en el piso del Subte Municipal. Es el desierto de la exclusión. Pero también es un hogar. El visitante rodea ese mundo liliputiense, como en un ritual, y lo mira desde la perspectiva de quien está irremediablemente lejos y a la vez atraído sin remedio. Por más que quiera, no puede entrar. Por más que lo intente, no puede apartar la mirada. La obra del egipcio Youssef Limoud es una de las piezas centrales de la IV Bienal de Montevideo, que este año se extiende hasta diciembre y tiene como título Travesías atlánticas. Un océano que fue y es un conector de culturas y mercancías, pero que quedó para siempre marcado por el más ominoso de los comercios: la esclavitud. Además del Subte de la Plaza del Entrevero, las sedes son el Cabildo (plaza Matriz), la sala de exposiciones del SODRE (Sarandí esquina Misiones) y la Casa de la Cultura Afrouruguaya (Isla de Flores 1645).

A un costado de la aldea de Limoud están los ojos enormes como platos de Omar Victor Diop. Las fotos pertenecen a su serie Liberty: cronología universal de la protesta negra (2016). Quizá la que más impacta es la que lo muestra como ese soldado colonial que en medio de un giro se vuelve al espectador y lo mira directamente. Falta un texto explicativo que lo contextualice. Falta que el visitante se entere de que ese uniforme era el de los senegaleses que habían luchado por Francia en la Segunda Guerra Mundial. Luego de ser liberados de los campos de prisioneros nazis, varios iniciaron una protesta por sus condiciones de vida y fueron reprimidos por militares franceses. Murieron 70 africanos. Como un Cindy Sherman del tercer mundo, Diop se utiliza a sí mismo como modelo y nos interpela desde sus enormes autorretratos. En los que se exhiben en Montevideo se extraña el que rememora el alzamiento de Soweto, cuando el Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela jaqueó al régimen racista sudafricano.

Es, tal vez, una de las paradojas (o no) laterales (o no) de la bienal. La directora ejecutiva de la entidad organizadora es Graciela Rompani, viuda y correligionaria de Jorge Pacheco Areco, quien no sólo fue presidente en uno de los períodos más represivos de la historia democrática del país, conocido como “Pachecato”, sino que también fue embajador en España de la dictadura uruguaya en momentos en que su política exterior era aliada del apartheid sudafricano. Contradicciones que no son nuevas en el mundo del arte basado en el modelo del mecenazgo.

Pero, a fin de cuentas, ¿importa quién organiza un evento si ese evento trae a la ciudad un núcleo consistente de obras cuestionadoras de calidad internacional? En parte sí. En parte no. Los videos de Nastio Mosquito y de Mohau Modisakeng, que se exhiben en el Subte, dan una respuesta más precisa a esa pregunta: toda danza es convulsión y toda piel se hace polvo en el aire.