En cuanto me avisaron que entre los nominados al National Book Award estadounidense había una novela chilena llamada Space invaders, me moví para conseguirla. La referencia a la viejísima maquinita (arcade, decimos ahora) y el origen latinoamericano se combinaban irresistiblemente. Después de todo, también de Chile vinieron Synco (2008), la distopía de Jorge Baradit sobre un gobierno conjunto de Allende y Pinochet, y Ruido (2010), la novela con la que Álvaro Bisama (2010) anudó cultura pop, ciencia ficción e historia reciente.

Descubrí pronto que Space Invaders no era una novela nueva, sino de 2013, y que estaba en la lista de finalistas en la categoría de obras traducidas en el mercado estadounidense [agradecer / denunciar la persistente centralidad norteña], y, sobre todo, que su autora, Nona Fernández, ya era una figura mucho antes de la nominación. Actriz y guionista, fue elegida por Roberto Bolaño como una de las promesas de la narrativa chilena; además, había publicado tres libros antes de Space Invaders y luego otros dos [revisar lo de la centralidad estadounidense / chatear más seguido con los amigos en Chile].

Según las reseñas, la novela reconstruía la historia de una misteriosa ex compañera de cursos escolares y estaba ambientada, como bien había supuesto por la guiñada generacional del título, en la dictadura de 1973-1990.

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El libro había sido reeditado por Eterna Cadencia, estaba en Montevideo (gracias, Escaramuza) y lo leí unos días antes de que estallaran las manifestaciones callejeras que hasta ahora sacuden Chile y el relato neoliberal sobre las bondades de su organización económica.

Antes del 18 de octubre, entonces, habría comentado una novela sobre fantasmas. Estrella González, la estudiante cuyo pasaje fugaz por el colegio buscan reconstruir colectivamente sus antiguos compañeros, acecha en los sueños de los narradores. Fue “la nueva” de la clase, pero pronto dejará de haber registro de ella. Su padre, iremos descubriendo, es un militar que participa activamente en acciones represivas (la imagen de su mano perdida en acción atraviesa otras pesadillas). También, por fuera de la novela, uno puede enterarse de que Estrella González fue efectivamente compañera de curso de Fernández y de que su padre fue Guillermo González Betancourt, un oficial que secuestró y asesinó a diversos dirigentes comunistas. En la ficción también desaparecen otros personajes: hermanos mayores comprometidos en la lucha contra el régimen. Una novela de fantasmas.

Antes del 18 de octubre también habría tenido que escribir sobre la prosa trabajosa, decididamente escolar, de los primeros tramos de la novela, de su juego con la percepción alterada de los sueños, de los hallazgos visuales (“A veces soñamos con ella”, empieza, y enseguida dice: “Desde nuestros colchones desperdigados por Puente Alto, La Florida, Estación Central o San Miguel”). Que resaltar la aparición breve de Space Invaders, el primitivo juego de matar marcianitos que en la novela los niños juegan en consolas Atari, como demostración de las posibilidades de evocación (y convocatoria) de la cultura pop global en un marco abiertamente local. Que elogiar la habilidad de la autora y los editores para titular el libro a partir de un detalle tan lateral y a la vez tan efectivo (y que habrá llamado la atención de los del Book Award). Una novela corta, bella, inteligente.

Después del 18 de octubre se agregaron otros sentidos a mi lectura. Porque sobre el final de la historia, además de no ficción –conoceremos la historia oficial de Estrella y de otros estudiantes–, hay calle: como en un sueño, nos metemos entre columnas de manifestantes que se engrosan a cada cuadra. Son las grandes protestas populares de fines de los 80, y es difícil no asociarlas con las actuales. Fue, además, en esa dictadura cuando se consolidó el modelo de crecimiento económico sin justicia social que ahora estalla. ¿Chile como extremo o como vanguardia? Después de todo, fue el primer país del continente que consiguió aunar, por un tiempo, socialismo y libertad. El primero en el que, democráticamente, volvió la derecha.

“Es una invasión alienígena”, dijo asustada la esposa del presidente Sebastián Piñera en los primeras horas de las protestas. Space Invaders, claro.

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Patti Smith, conocida fan de Bolaño, se sacó fotos con la versión en inglés de Space Invaders y se encontró con Nona Fernández en su reciente gira por nuestra región, pero no alcanzó para que la novela pasara a la lista reducida de finalistas del National Book Award. El premio fue para Baron Wenckheim’s Homecoming, del húngaro László Krasznahorkai, aunque entre los competidores hasta último momento estaba la prometedora The Memory Police, de Yoko Ogawa, la autora de La fórmula preferida del profesor [reconsiderar las bondades de las listas de nominados, sean de donde sean].